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Óscar Gogorza
Martes, 30 de junio 2020, 12:13
«¡Menudo día!». Alex Honnold, el escalador que protagonizó hace un año un documental oscarizado sobre su escalada en solo integral al Capitán, en el valle de Yosemite (sin compañero, ni cuerdas para evitar su muerte en caso de caída), no suele darse importancia. ... Por eso, cuando pocos días antes del inicio del confinamiento explicó, entre eufórico y asombrado, la última de sus actividades, los aficionados a la montaña tuvieron que leer varias veces seguidas el detalle de su jornada para concluir que no sólo es un escalador de otro planeta sino un atleta en mayúsculas. Y eso que los alpinistas y escaladores siempre han despreciado el atletismo. «Pero es que los tiempos empiezan a cambiar de verdad, y el que no quiera verlo seguirá anclado en los prejuicios del pasado. Ver las gestas de Honnold, o de Nicolas Favresse y Sean Villanueva, ver su minimalismo y velocidad es reconfortante: hay otras formas de hacer alpinismo auténtico», señalaba entonces Alberto Iñurrategi, recién llegado de la Patagonia argentina donde había coincidido con Honnold. Pocos lugares de montaña existen tan aislados, salvajes y severos como la Patagonia, donde destacan montañas tan icónicas como el Cerro Torre y el Fitz Roy.
Las condiciones climatológicas, con vientos imposibles, nevadas y lluvia incesante han convertido el arte de escalar en este rincón olvidado del planeta en un verdadero ejercicio de inteligencia logística. Las oportunidades de asomar la cabeza tienen un único nombre: ventanas de buen tiempo. Se trata de paréntesis difíciles de predecir, cuya duración puede oscilar entre varias horas y varios días. Antes o después, escalar es un suicidio… aunque Honnold es muy capaz de ver las cosas desde una perspectiva mucho más optimista. Solo así se entiende que el norteamericano completase esto en apenas 12 horas de actividad: 20 kilómetros hasta una pared de 900 metros de desnivel que escaló en solo integral para destrepar por otra vertiente de la misma y regresar a la localidad de El Chaltén.
En total, 40 kilómetros, casi una maratón, con fuertes porcentajes de ascenso, alternando la carrera con el paso ligero. Pero lo que realmente inquieta es leer las condiciones que encontró en la vía de escalada: «La predicción del tiempo anunciaba algo de lluvia y vientos moderados, con algunos claros, Decidí probar suerte y aunque me llovió durante la aproximación a la pared (la Aguja de la S), empecé a escalar la vía sin precipitación. Pero cuando llevaba escalados unos 600 metros, la cosa cambió a peor: empezó a nevar con fuerza y la intensidad del viento creció. Decidí que sería más fácil seguir escalando antes que destrepar todo lo que ya había escalado… pero entonces encontré fisuras taponadas por el hielo y me vi en mitad de una tormenta de nieve y viento. Afortunadamente, cuando alcancé la cima y pasé a la vertiente este, me vi más protegido de las inclemencias y pude destrepar la histórica pared para regresar al pueblo corriendo. En total acumulé un desnivel positivo de 2.300 metros», concreta.
La escalada en este terreno de granito exige empotrar las manos desnudas y los dedos en las fisuras que ofrece la pared. Solo Honnold sabe cómo pudo hacerlo con las manos ateridas por el frío y las fisuras rellenas de hielo… a sabiendas de que un resbalón será su epílogo. Su 'performance' concede una dimensión diferente a una escalador que empieza a ser el 'alter ego' del difunto Ueli Steck, es decir una máquina perfectamente entrenada. La sola diferencia es que el suizo escogió el hielo y la nieve como terreno de expresión. Marc Toralles, que comparte hueco con Honnold en el equipo Black Diamond, admite que «ha llegado el momento de esntrenarse de verdad, de manera sistematica. El futuro de mis proyectos pasa inevitablemente por ser capaz de moverme en las montañas con la mayor rapidez y ligereza posible». Y los que se encuerden con él deberán seguir el ejemplo, caso de Colin Haley, uno de los mejores socios de Honnold cuando éste recuerda que también se puede escalar encordado.
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En 2016, la pareja completó la primera repetición de la travesía de Torre, escalando una tras otra la Punta Herron, la Torre Egger y el Cerro Torre. Pero lo asombroso fue el tiempo empleado, apenas 20 horas y 40 minutos, es decir tres días menos que la primera vez que se completó dicha travesía. Este año, Haley y Honnold tampoco se han ido de vacío.
El amplio conocimiento que posee Haley de la región les permite imaginar proyectos que casi nadie ve o imagina. Lo suyo es cabalgar ligeros, subir y bajar, encadenar una cima tras otra con el mínimo material posible y un compromiso enorme. Todos los que aspiren al mejor de los alpinismos tienen donde poner los ojos: todos los inviernos, los mejores alpinistas del planeta se citan en El Chaltén, un enclave alejado de todo, donde el mal tiempo forma parte de los mejores retos.
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