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Ana G. Barriada
Santander
Lunes, 22 de abril 2024, 15:17
La línea que separa el territorio humano del animal cada vez es más delgada y menos nítida, y sus consecuencias ya son visibles a uno y otro lado. Un ejemplo paradigmático es el del oso pardo. Cerca de la extinción a finales del pasado ... siglo, a partir de la década de 1990 y a través de programas de vigilancia, conservación y recuperación la presencia de plantígrados en la Cordillera Cantábrica ha vuelto a ser más habitual.
El nuevo paradigma al que nos enfrentamos, con ese espacio de la fauna silvestre ocupado por humanos y viceversa, obliga a abrir nuevos caminos para afrontar una situación sanitaria cambiante y llena de nuevos retos. Las investigaciones en torno a esta realidad no han parado y una de las primeras en encabezar esta línea de investigación ha sido la Universidad de León.
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Desde el Departamento de Sanidad Animal de la Facultad de Veterinaria, un nutrido grupo de investigadores capitaneados por Ana Balseiro ha publicado un extenso y completo artículo en el que exponen sus conclusiones tras analizar un total de 53 casos de muertes de osos pardos desde 1998 registrados en la Cordillera Cantábrica de Asturias y Castilla y León.
De esos 53, los investigadores pudieron trabajar concretamente con 38, de los que lograron determinar la causa exacta de muerte, llegando a importantes hallazgos como la aparición de nuevas enfermedades nunca antes vistas en la especie. En un primer término, los investigadores dividieron las causas de la muerte en dos grupos principales: las inducidas por el ser humano, entre las que se distinguen las directas (disparos, lazos o envenenamientos) y las indirectas como negligencias o atropellos; y las muertes de origen natural, que a su vez establecieron en las causadas por peleas entre los animales y en enfermedades infecciosas.
De las 38 muertes estudiadas, el artículo firmado por hasta 15 investigadores concluye que el 36,84% se produjeron por causa humana directa o indirecta, el 39,47% por enfermedades infecciosas y el 52% por traumatismos. De estos datos, Balseiro destaca que en los últimos años se ha visto cómo han desaparecido las muertes por acción directa del hombre mientras que han aumentado los atropellos, una realidad que achaca a que «cada vez hay más osos, necesitan más espacio y llegan a nuevas zonas».
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Pero sin duda es el caso de las enfermedades infecciosas el principal avance de este estudio. Al aumentar esta población de osos y expandir su territorio a zonas cada vez más cercanas a núcleos rurales, los osos pardos se exponen, además de al hombre, a los animales que conviven con él como los perros o las vacas. «Cada vez tienen más contacto con enfermedades a las que o bien no han estado expuestos previamente, o a las han estado expuestos, pero no con tanta concentración del patógeno», explica Balseiro, que señala que en los últimos años han podido observar que los osos tienen enfermedades «que nunca se habían descrito en su especie y menos en libertad».
Es el caso del moquillo canino, una enfermedad que aparece en los perros no vacunados -ya que es obligatoria en la cartilla de vacunación-. A partir de 2019 los investigadores ya tienen conocimiento de la presencia de esta enfermedad en otras especies silvestres en Asturias como tejones, matas o zorros, pero no ha sido hasta la realización de este estudio cuando se ha encontrado también en osos. Aunque la investigadora reconoce que desde 2008 hay constancia de que especies como tejones ya tenían anticuerpos de esta enfermedad, no ha sido hasta una década más tarde cuando se ha observado una especial mortalidad a causa de esta en la fauna silvestre. Al caso del moquillo se suman otros patógenos que también se han encontrado en los osos analizados, como son el adenovirus canino tipo 1 (responsable de la hepatitis infecciosa canina) o las bacterias Clostridium novvi y Escherichia coli.
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Dani González
Se concluye así que esta mayor población de oso y su cercanía a entornos rurales está afectando a las enfermedades que presentan, y alerta Balseiro de que aparecerán más que todavía no se han estudiado. Por ello es fundamental, explica la investigadora de la Universidad de León, apostar por estas investigaciones que permitan ampliar el conocimiento de unas enfermedades que, en definitiva, nos afectan a todos. En este estudio de la ULE ha colaborado tanto el Principado de Asturias como la Junta de Castilla y León, en una sinergia que Balseiro ve «clave» y sin la que «no se habría podido llegar a estas conclusiones».
Desde 2010 existe un sistema de vigilancia sanitaria que contempla el estudio y análisis de los animales de fauna silvestre que aparecen muertos para determinar la presencia de anticuerpos frente a distintas enfermedades. «Gracias a estudios como el que realizamos en tejones o zorros enfermos de moquillo, comenzamos la vigilancia sanitaria sistemática de la enfermedad en fauna silvestre, lo que nos ha ayudado a diagnosticar la muerte de este oso por moquillo», explica Ana Balseiro, que señala que las investigaciones se van «adaptando a las nuevas enfermedades que van surgiendo» en estudios que se retroalimentan.
«Ahora el ser humano ocupa espacio de la fauna silvestre, la fauna silvestre del humano, y hombre, animal y medio ambiente convivimos, de ahí que se hable tanto del término One Health o Una sola salud», apunta Balseiro, al tiempo que resalta la importancia de mantenerse actualizados para conocer el avance de las enfermedades.
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