El glaciar de Monte Perdido se fragmenta de forma definitiva

«Veo imposible que se recupere. Tendrían que sucederse inviernos fríos con veranos no tan cálidos y la tendencia es justo la contraria por el cambio climático. A este ritmo, en unos diez años apenas quedará nada, como en el resto de los Pirineos», subraya Eñaut Izagirre, colaborador externo del grupo de investigación CryoPyr del IPE-CSIC.

«Lo que ha pasado este verano es una confirmación de lo ocurrido el año pasado. Si hasta 2021 estos glaciares perdían una media de un metro de grosor, en 2022 y 2023 las pérdidas se han triplicado. Aunque no se han registrado olas de calor tan intensas, la temperatura media ha sido muy alta y el invierno pasado fue muy seco, con lo que la cubierta de nieve fue escasa y ya en junio había desaparecido, perdiéndose su efecto protector», explica el experto vasco, que lleva una década estudiando estas masas de hielo.

Ubicado en la cara norte de la tercera cima más alta de los Pirineos -con sus 3.348 metros solo le superan el Aneto (3.404) y el Posets (3.363)-, este glaciar se formó hace al menos 2.000 años y tiene una superficie conjunta de 26,5 hectáreas. De los tres pequeños bloques existentes en la actualidad, la peor parte se la ha llevado el más occidental. Junto al superior, que todavía conserva algunas zonas mínimas de acumulación, está en claro retroceso. El oriental, situado a su lado, es el único que muestra «características propias de un glaciar, con grietas y movimiento de hielo. Pese a todo, su situación es precaria y en continuo retroceso», destaca Izagirre.

El glaciar se dividió por primera vez en 1981 -se separaron las partes superior e inferior- y en 2010 afloró la roca madre en el inferior, ruptura que ahora se ha confirmado. Tan extensa fue la capa que desapareció hace poco más de una década que incluso se llegaron a encontrar unos restos humanos que habían permanecido ocultos bajo la capa de hielo. También se halló un piolet que databa del siglo XIX. El glaciar tiene otro enemigo además del calor. Son las 'cavidades de colapso', que lo erosionan desde abajo. «Es agua de fusión que circula por debajo pero que no sale hacia afuera para alimentar a los ríos. Van generando unas cavidades que debilitan todavía más el hielo», explica.

La situación del resto de glaciares en los Pirineos es igualmente precaria. En solo un año se han perdido tres, los de La Paul, Boum y Barrancs. Entre los más destacados, el del Aneto, el más grande con una superficie de 34,5 hectáreas, ha disminuido un 64,7% en cuatro décadas, entre 1981 y 2022, pasando de 1,36 kilómetros cuadrados a solo 0,48. El de Ossoue, situado a la espalda del Vignemale, ha adelgazado este verano una media de 4,5 metros con máximos de hasta nueve. El del Taillón se fragmentó el año pasado como ha ocurrido con el de Monte Perdido. En conjunto, de los más de cien que había en 1850 en los Pirineos, se pasó a 39 en 1984, quedaban solo 21 en 2020 y únicamente 18 en 2022. En otras palabras, en los últimos 172 años se ha perdido el 92% del área glaciar.

Los glaciares son fieles indicadores del cambio climático porque su evolución depende del equilibrio entre la acumulación de nieve durante el período frío y la fusión de hielo y nieve durante la estación más cálida. «Lo que está pasando en los Pirineos es un aviso de lo que pasará en otras cordilleras como los Alpes», advierte Izagirre.