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Carlos Aganzo
Santander
Jueves, 11 de enero 2024, 15:07
Entre los muros kársticos de la cueva se escucha al agua rugir con ansia por salir al aire. Los canales de toba calcárea reúnen las corrientes del subsuelo y las concentran en la boca de la cavidad. De súbito, el agua se precipita. Y bautiza ... las casas, las calles, las gentes. Con su ruido primigenio. Como si se inaugurara el mundo ante nuestros ojos.
Se queda cojo el decir que Orbaneja del Castillo es el pueblo más bonito de Burgos. Está a hora y media de Santander, o a media hora de Corconte. Allí encontraremos una cascada en mitad del caserío o un caserío en mitad de la cascada. Veinticinco metros de caída favorecen el espectáculo todos los días del año, y en el vídeo que acompaña esta información se ve y se escucha cómo fluye estos días de enero. Aquí, el milagro del agua contradice a este mundo que agoniza, que diría don Miguel Delibes. Delibes, el mismo que escribió a muy pocos kilómetros de estos pagos, en Sedano, algunas de las páginas más memorables de nuestra literatura en castellano. La surgencia de la vida. Los valores esenciales, en cualquier caso.
Un sólido cantil de roca parte en dos la población. Discierne la villa de la puebla, cada una con su personalidad. La exuberancia de la arquitectura pétrea apenas deja espacio en el entorno para las huertas. Sobre la toba levantaron los templarios el convento y hospital de San Albín. Porque Orbaneja se ubica en el camino alternativo de Santiago. El que va por las dos Santa María, la de Elines y la de Cervatos. Y los Reyes Católicos otorgaron el villazgo. En este emplazamiento privilegiado, se vivió y se vive bien. Se comió y se come aún mejor. El cocido de alubias, la morcilla burgalesa, el chorizo de Villarcayo y las carnes a la piedra son el signo de una gastronomía que recuerda el esplendor medieval del enclave. Judíos, moros y cristianos, cada uno aportando lo mejor de su sabiduría culinaria.
No es ésta, pues, tierra de pan llevar. Ni de pan traer. Aunque quede aún el testimonio, a pie de gruta, de los antiguos molinos de agua. Es más bien tierra de señorial avío montañés, marcada por la proximidad de Cantabria. Calles escalonadas, flores en las terrazas, balcones de madera flotando sobre el alboroto del agua… Hasta los perros y los menesterosos viven como señores en Orbaneja. La casa de los Canes evoca los modillones del románico. La de los Pobres, la tradición hospitalaria, recibidora, restauradora, de la comarca. Las ínfulas señoriales se quedan más bien para la casa fuerte, que vigila la villa desde lo alto. Debió ser de los marqueses de Aguilar.
También es ésta, a pesar de los desniveles, tierra de caminar. De abrir mundo a través de los senderos. Ancha es Castilla. De la plaza principal surge un camino empinado, que invita a tomar altura para contemplar las verdaderas dimensiones del paisaje. La toba, en desventaja con el aire y con el agua, dibuja sobre el cañón del Ebro un lienzo daliniano. ¿Camellos o ventanas? ¿Ruinas de una vieja fortaleza natural o esqueletos de dinosaurio? Hubo castillo, sí. De ahí el nombre. Pero en el lugar donde dicen que estuvo entonces la fortaleza ahora sólo hacen guardia los buitres. Esos buitres que lo saben todo sobre la vida y la muerte de una fauna rica y variada.
Con el estómago o con la mochila llenos, cabe degustar sin prisa las amenidades de cualquiera de las sendas que se ofrecen al viajero alrededor de Orbaneja. Las hay sencillas, que bajan hasta las pozas, con sus bañeras de azul turquesa, tan inspiradoras. Las hay que quieren comparar los caprichos de la Cueva del Agua con los de otras grutas del entorno. La del Azar, con sus pinturas neolíticas. Las de Barbancho, del Níspero, del Aguanal. Estamos en el extremo del fenomenal complejo kárstico de Orbaneja, en el espacio natural protegido de las Hoces del Alto Ebro y Rudrón. Y eso imprime carácter.
Y las hay también que buscan descubrir los chozos de los pastores. O el camino natural del Ebro, caminando por el viejo sendero GR 99. O el valle cántabro de Valderredible, por donde dicen que anduvo Dios un tiempo escondido. El caso es andar.
Son poco más de doce kilómetros, casi tres horas a pie y veinte minutos en coche, los que se gastan para llegar desde Orbaneja del Castillo hasta la alucinante muela rocosa que acoge el eremitorio de Presillas. Eremitorio e iglesia de San Miguel, tallada en la piedra viva en la Edad Media por los anacoretas. Lo mismo que las pilas bautismales, muy cerca, de la Cueva de la Vieja. Ejemplos de ese arte rupestre donde la naturaleza se funde con los sueños. De nuevo, un espacio onírico, mágico. La fantasía de la piedra, que muestra aquí su cara más fascinante.
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