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Caminar por el Bosque de Oma nunca ha sido una experiencia rutinaria: uno se encontraba a cada paso con una sorpresa, un hallazgo, un desconcierto, a medida que los efectos de perspectiva obraban su magia y los conjuntos pintados por Agustín Ibarrola se iban ... revelando ante nuestros ojos. Ahora, a ese repertorio de fascinaciones se suma un juego nuevo, otra perspectiva que ya no es solo espacial sino también temporal: la Diputación vasca ha presentado el nuevo bosque, el resultado de reproducir en pinos jóvenes los diseños que adornaban aquellos otros pinos ya viejos y enfermos. La 'migración', que es el término que se ha adoptado para describir este proceso singular y complejo, arrancó el año pasado y acaba de completarse: a partir de ahora podemos pasear por un Bosque de Oma que es igual y distinto al de antaño, repartidos entre el reconocimiento y el descubrimiento, entre el reencuentro y la exploración.
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Teresa Abajo
«Es una obra de arte que ha trascendido nuestras fronteras, hasta llegar a ser uno de los iconos culturales de Vizcaya », ha afirmado la diputada Elixabete Etxanobe, tras un aurresku acompañado por txalaparta –el instrumento idóneo para un bosque de montaña–, violín y el rumor del viento en las copas de los árboles. Jose Ibarrola, hijo de Agustín y también artista, ha celebrado el «trabajo excepcional» que ha realizado el equipo multidisciplinar encargado de la tarea. «No ha sido fácil, ha habido muchos momentos de interpretación personal de la obra. Las plantaciones de pinos son todas parecidas, pero el terreno no es igual: allí era una loma que descendía por ambos lados y aquí es casi al revés. Había que interpretar y recolocar sin muchas posibilidades de rectificación», ha expuesto. Inevitablemente, ha tenido un recuerdo para su padre, enfermo y retirado de la vida pública: «Me habría gustado mucho que estuviera en condiciones de ver esto, porque le habría encantado y seguro que habría querido seguir pintando: ¡en las restauraciones siempre añadía algo más!».
El nuevo bosque es más extenso que el viejo (ronda las doce hectáreas de superficie) y sus pinos tienen más o menos la misma edad que tenían los originales cuando Agustín Ibarrola empezó a pintarlos, allá por 1982. Fernando Bazeta, profesor de la UPV y coordinador del equipo que ha llevado a cabo los trabajos, ha destacado tres logros del proyecto: «Brinda otra relectura, más fiel a la intención que quiso dar Ibarrola al bosque. Hemos completado conjuntos que quedaron inacabados y hemos recuperado cuatro que habían desaparecido». Ibarrola trabajaba guiado por la inspiración del momento, respondiendo a las ideas que se agolpaban en su cabeza, y la 'migración' ha permitido sistematizar en cierto modo el fruto desbordante de aquel empeño. Es el caso de uno de los conjuntos más populares, 'Los ojos': en el bosque nuevo nos miran todavía más árboles que en el viejo. «En algún momento, Ibarrola dejó de pintar ojos aun sabiendo que el conjunto necesitaba más», explicó Bazeta. Se incrementa así la sensación vagamente angustiosa de sentirse observado, un desasosiego que se hace evidente si uno tiene la suerte de recorrer en soledad esta parte del pinar.
El Bosque de Oma se compone ahora de 34 conjuntos, que se reparten por más de 800 troncos de árbol. El recorrido comienza con los diseños más conocidos, que van jalonando el cordal sur y la vaguada, e incluye después en el cordal norte los cuatro conjuntos perdidos en una tala de finales de los 80 y que se han recuperado a partir del material que guardaba la familia: 'La mezquita de Córdoba', 'Homenaje al roble', 'La amenaza nuclear' y 'Diagonal bidimensional'. Llama particularmente la atención 'La amenaza nuclear': «Aquí Ibarrola plasma su rabia. No es conceptual: hay lluvia ácida cayendo y manos que imploran al cielo. A lo mejor debemos acercarnos a él más desde el sentimiento que desde el concepto», ha planteado Bazeta.
Entre los conjuntos que han ganado presencia e impacto, está 'Animales del bosque', una colorista fauna que, según la leyenda, surgió de una crítica de Naiel, nieto del artista: el niño le dijo al abuelo que pintaba cosas aburridas y este decidió dar cabida en su bosque a una propuesta menos severa, más juguetona. «Yo no lo recuerdo –objetaba hoy Naiel, presente en la visita–. Me pega, pero el aitite nunca ha sido aburrido. Subir con él al monte, mancharse de pintura en el bosque, verlo subirse a los árboles con esas escaleras que él mismo fabricaba, como un descerebrado maravilloso... Eso era increíble», sonreía. Los coloristas animalillos, según ha indicado Bazeta, «nunca habían estado reunidos en un solo lugar y un solo tiempo, es la primera vez que vemos un compendio completo». También la ambiciosa 'Marcha de la humanidad', con trazos verticales que evolucionan hacia siluetas de personas, estaba hasta ahora «fraccionada en diversos conjuntos que distorsionaban su significado».
El recorrido se ha vuelto más cómodo y ordenado, con un sendero tapizado con sustrato de cortezas de pino y ciprés y puntos de observación bien señalizados, pero las sensaciones son las mismas que en el anterior emplazamiento: el visitante camina y ve cómo lo que parecían trazos inconexos y arbitrarios se funden de pronto en un dibujo, cómo las tres dimensiones se confunden engañosamente en dos, cómo las rectas se vuelven curvas al seguir los contornos del tronco, todo ello en un ambiente marcado por la meteorología y la luz de cada momento. «Hicimos una visita hace mes y medio y hoy me ha parecido que lo veía por primera vez: cambia en cada ocasión», renovaba su asombro la diputada general.
«Hubo un cierto peligro de que esto desapareciera, porque la memoria es frágil y, una vez que no está el objeto en sí, todo se pierde –reflexionaba Jose Ibarrola, que a lo largo de todo el proceso ha ejercido de «cancerbero de la filosofía y la voluntad» de su padre–. No voy a decir que se cumple un sueño, porque el sueño ya estaba hecho, pero se ha hecho realidad que continúe».
Se puede hacer visita libre o participar en una visita guiada, pero en ambos casos hay que reservar a través de la web bizkaia.eus/es/bosque-oma y después validar la entrada en el punto de atención de Santimamiñe una hora antes de la visita reservada: el recorrido desde allí hasta el bosque es de 2,8 kilómetros que hay que cubrir andando (unos 50 minutos de marcha). Las visitas guiadas se ofrecerán los sábados, a las 11.00 en castellano y a las 12.30 horas en euskera, y tienen una tarifa general de 10 euros. También habrá visitas guiadas el 1 de noviembre, en el puente de diciembre y en Semana Santa. La visita libre es gratuita. Debido a las limitaciones de aparcamiento en Santimamiñe, se ofrece un servicio de lanzadera gratuito desde Gernika (Parada-Estación) con autobuses cada hora entre las nueve de la mañana y la una del mediodía. Estará disponible el 1 de noviembre y todos los fines de semana a partir de esa fecha. Hay un teléfono de información: 944651657.
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