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Reflejar en sus acuarelas los recuerdos de cada tramo recorrido del Camino Lebaniego. Ese ha sido uno de los principales motivos por los que la ilustradora santanderina Lucía Moure ha hecho realidad una experiencia única. Caminar y pintar los bellos paisajes de un trayecto ... declarado Patrimonio de la Humanidad, y compartir la experiencia con otros viajeros, la han servido para ver el Camino Lebaniego desde otro prisma, desde la visión de una artista. Lucia Moure es una artista autodidacta que este año ha decido mostrar sus trabajos después de darse a conocer gracias al envío solidario de cartas ilustradas a los pacientes de covid-19 de Valdecilla durante la cuarentena.
-¿Cómo surgió la idea de recorrer el Camino Lebaniego?
-Mi historia con el Camino Lebaniego se remonta al año 2017. Aquel año una amiga me propuso un plan para Semana Santa que, con lo adicta que soy yo a las rutas, nunca se me había pasado por la cabeza: echarme un mochilón al hombro, madrugar y caminar un puñado de kilómetros durante tres días. Entonces llevé una pequeña libreta e hice algún dibujillo al final de cada etapa. Nada reseñable ni significativo del camino.
-¿Y cómo empezó a plasmar rincones en un bloc con acuarela?
-En la Semana Santa de 2019 repetí con otros amigos el Camino, y entonces me llevé un par de blocs y unas acuarelas portátiles, con las que empezaba a dar toques de color a los garabatos que iba creando en mis viajes. Comencé a retratar cachitos y recuerdos del camino y, en puente del Pilar de 2020, en plena pandemia y con la mascarilla como accesorio principal, me volví a cargar la mochila al hombro y, arrastrando aún lesiones del Camino Primitivo que hice en verano, volví al inicio de un camino que jamás me cansaré de recorrer. Me estrené como peregrina y dejó el listón de caminos demasiado alto.
-¿Qué material de dibujo has llevado en el viaje y qué has pretendido mostrar?
-Esta vez llevé mi kit de dibujo completo y fui creando una postal cada día y anotando unas líneas por detrás, cual souvenir del siglo pasado. Un hábito que he adoptado y ya es parte de mí. Pinto aquello que me llama la atención de los lugares que visito, creando así un recuerdo diferente y único que me permite recordar mejor las experiencias vividas. La gente que rutea conmigo es consciente y asume que tengo esta rutina, mientras yo le doy al bolígrafo o pincel, ellos disfrutan la siesta por mí o se toman una caña a mi salud.
-¿En el viaje has coincidido con otras personas que te han aportado su experiencia y con las que has creado vínculos de amistad?
-Para este último recorrido del Camino conté con la compañía de Jesús, un peregrino toledano que conocí la segunda vez que hice el Lebaniego. El pasado verano volví a hacer el Camino Primitivo junto a otros amigos, y cuando se enteró de lo que iba a hacer, se apuntó de cabeza. Una cosa que adoro de los caminos, además de las grandes experiencias vividas, son las personas conocidas y amistades creadas que, aunque no veas todos los días, sabes que están ahí y puedes contar con ellas para locuras como éstas. La lluvia tan característica de la zona norte nos acompañó casi todos los días, aunque eso no impidió que disfrutáramos del paisaje y que incluso pudiera pintar sin ningún tipo de cobijo (o al menos casi).
-¿Qué rincones del camino Lebaniego has pintado durante las diferentes etapas que has recorrido?
-El primer día me senté a pintar a mitad de etapa las cascadas del final de la senda fluvial del Nansa, hasta que unas pequeñas gotas anunciaron la llegada de la lluvia, y tuve que terminar las últimas pinceladas en el albergue de Cades. El segundo día la lluvia seguía ahí, y nos acompañó toda la etapa hasta que llegamos a Cicera. Quise subir al mirador de Santa Catalina y pintar el Desfiladero de la Hermida, pero como no quedaban muchas horas de luz y la lluvia amenazaba con volver en cualquier momento, me subí a una colina y empecé a encajar la iglesia del pueblo. Entonces, cayeron las primeras gotas y como apenas acababa de empezar, me refugié debajo de un árbol y sobre una piedra con una rama medio atravesada que usé para apoyar el material, continué el proceso creativo. Aun así, el viento a veces hacía que la lluvia alcanzase mi bloc teniendo que guardarlo todo y esperar a que amainara. Creo que aquella sentada lateral y con inclinación, fue la más incómoda de todas a las que me he enfrentado como Urban Sketcher.
-¿Cuál es el último recuerdo de esta experiencia al llegar a Santo Toribio?
-El último día llegamos al monasterio de Santo Toribio de Liébana, y mientras mi 'compi' peregrino iba a hacer el registro en el alojamiento, ducharse, cambiarse, etc, yo me quedé pintando frente a la Puerta del Perdón hasta que dejaron de pasar turistas y nos quedamos el monasterio y yo solos. Impresionante. Sin duda volveré en cuanto pueda para seguir retratando los rincones que me quedaron en el tintero, ya que, por tiempo o cuestiones climáticas, me resultaron imposibles de ilustrar. Esta práctica me ha permitido combinar mis dos pasiones, caminar y pintar, definiéndome como Urban Sketcher Peregrina. Aunque después de caminar varias horas acabo agotada, más si he tenido que salvar varios desniveles, siempre me queda algo de energía, o por lo menos ganas, para ilustrar un recuerdo de ese día.
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