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Alto Campoo, al fondo a la derecha.

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Alto Campoo, al fondo a la derecha. Fernando J. Pérez | Óscar Gorgoza | Jon Garay

Una ascensión invernal con un guía profesional: lecciones para un montañero novato

Subimos a Castro Valnera (1.718 metros) acompañados de Óscar Gogorza y Fernando J. Pérez, dos expertos en la materia

J. Garay

Lunes, 6 de enero 2020, 17:08

«He quedado mañana a las ocho con Óscar en Bercedo para subir a Castro Valnera. ¿Te vienes?». Casi antes de terminar de escuchar el audio de WhatsApp ya estaba escribiendo la respuesta: «¡Claro!». El autor de ese mensaje era Fernando J. Pérez, montañero con años y años de experiencia. Y Óscar es Óscar Gogorza, guía profesional, escalador de alto nivel y periodista cuyos relatos se pueden leer también en este periódico. Imposible resistirse para un recién llegado a la montaña. Escuchar y aprender, una lección en vivo y en directo muy distinta a las de ese profesor tan recurrido y peligroso que es Youtube...

El día amanece con algunas nubes, pero no parecía que fuera a llover. Punto para los meteorólogos, que acertaron de lleno. Esta es precisamente una de las primeras lecciones antes de ir al monte, consultar la previsión meteorológica. Puede ahorrarnos más de uno y de dos disgustos. Desde Bercedo, un pueblito de apenas 18 habitantes en el corazón de las Merindades, nos dirigimos da Espinosa de los Monteros por la BU-570 y después por la BU-572, la que lleva al puerto de la Lunada, hasta llegar a un desvío hacia la izquierda que indica ya el alto de Castro Valnera por el Bernacho. Tras avanzar unos metros, dejamos el coche a un lado del camino. Es el momento de prepararnos para la ascensión.

Con sus 1.718 metros, Castro Valnera es uno de los picos señeros de Burgos. Por su situación fronteriza con Cantabria, su lado sur, por donde subiremos nosotros, es burgalés, mientras que el norte pertenece a la comunidad vecina. Se trata de una subida sencilla, pero el invierno siempre le añade un punto tanto de dificultad como de incertidumbre. La prudencia nunca está de más. «Casi todos los accidentes en la montaña se deben a errores humanos, no a la mala fortuna», asegura Óscar, que ha visto de todo ya a estas alturas. Con esta idea bien presente, repasamos las mochilas. ¿Qué hay que llevar para una ascensión de este tipo en pleno mes de diciembre? El mismo nos enseña su equipo: chaqueta de abrigo, chubasquero, guantes, casco, GPS, mapa, brújula, gafas, botiquín, crampones, piolet, un termo y provisiones. Todo ello le cabe en una mochila más pequeña que la que llevamos nosotros. Cuestión de organización.

Todo lo que debemos llevar en la mochila.

Empezamos a andar. Son las 9.20 de la mañana. Hace dos o tres grados, con lo que nos abrigamos -salvo Fernando, al que le basta y le sobra con una camiseta de manga larga y una braga en el cuello- aunque sabemos que en breve nos comenzará a sobrar la ropa. El camino transcurre por un precioso hayedo cuyas hojas ya han caído de las ramas para alfombrar la ruta y un riachuelo que baja desde las alturas. Apenas hay nieve en este primer tramo que transcurre por el valle del Bernacho. Pasados 20 minutos, la pendiente se hace más evidente al tiempo que el manto blanco incrementa su presencia. Está bastante duro y resbala. «Vamos a ponernos los crampones», nos indica Óscar, que nos revela un truco para hacerlo de forma sencilla. Basta con aprovechar la propia inclinación de la montaña: dejamos el crampón en el suelo con la puntera hacia arriba, metemos la punta de la bota primero, ajustamos el talón y listo. Al mismo tiempo, echamos mano de los piolets. «Si decidimos que hay que poner los crampones, es porque el avance es ya más difícil, con lo que el piolet no puede ir en la mochila. No tiene sentido porque en caso de caída solo este nos permitirá autodetenernos», explica. «Y siempre debe ir en la mano del lado de la pendiente», añade mientras yo, casi avergonzado, me lo cambio de mano haciendo caso de sus instrucciones.

Seguimos avanzando por un valle que se inserta entre nuestro destino y la Cubada Grande. Ya con menos ropa, salvo Fernando, claro. «Prefiero pasar un poco de frío que sudar demasiado. Es fácil deshidratarse», comenta Óscar, que recomienda llevar en la mochila una infusión caliente -en su caso, lleva té con jengibre y miel para entrar en calor e ingerir líquido a la vez. Dos en uno-. La cima queda a la derecha. Podemos subir más directamente a través de un corredor o bien rodearla por el collado y girar después a la derecha. La primera vía es peligrosa. Una caída allí podría acarrear muy graves consecuencias. «Si no consigues detener la caída en los primeros 20 metros, con esa fuerte inclinación de la pendiente y con nieve tan dura ya no hay forma de hacerlo», dice Óscar, que nos explica también que es fundamental saber leer la montaña para saber dónde está el peligro, por ejemplo, de aludes. «Hasta una inclinación de unos 30 grados es muy difícil que haya una alud», nos dice señalando la montaña situada a nuestra izquierda. «Lo que no quita para que por encima de esa rampa haya otra con una pendiente mayor y la nieve caiga desde ella», añade. En ese leer la montaña también se incluye el uso de los tracks. «Mucha gente usa los de verano en invierno y eso es un error. No tienen nada que ver. Es necesario saber leer el terreno, conocer sus tramas y evitar posibles problemas anticipándote», subraya armado con sus muchos años de experiencia en la alta montaña.

Óscar toma una infusión en la cima. A continuación, el buzón y Pilar, la encargada del refugio.

Tras llegar al collado, a 1.400 metros, llegamos a una ladera bastante inclinada. Avanzar es difícil. «Los crampones son como una rueda de coche: cuanto más superficie apoyemos, mayor agarre. Es fundamental dominar la técnica de todas las puntas», nos explica una vez más Óscar, que avanza con una facilidad asombrosa. Una vez que la pendiente se inclina todavía más, cambiamos la técnica. De avanzar lateralmente, lo hacemos ya en vertical. Clavamos un pie directamente en la nieve y el otro, por detrás, de forma lateral, con todas las puntas en contacto con la nieve. Todo con la ayuda del piolet. Técnica mixta, se llama. Otra opción es clavar los dos pies frontalmente. Tan válida una como la otra, pero más cansada y delicada la segunda.

Vemos ya la cima a solo 300 o 400 metros. La nieve ahora es mucho más blanda. La bajada será divertida y cómoda, pienso. Pero siempre, siempre hay que ser prudente. Por ejemplo, hay que evitar las rocas, nos advierte nuestro guía. «La diferencia de temperatura entre la piedra y la nieve hace que queden espacios a su alrededor que no siempre están a la vista. El peligro de meter la pierna y sufrir una fractura de tibia es muy alto», advierte. Ya hemos llegado a la base de la cumbre. Ya sin nieve, solo queda ascender unos metros por la roca ya desnuda para coronar Castro Valnera. ¡Conseguido! Las vistas son espectaculares a 1.718 metros de altitud: nieve, sol, cielo azul... Incluso a lo lejos se puede ver el mar Cantábrico, allá a lo lejos, a 35 kilómetros hacia el norte. Precioso. Han sido dos horas y media de lecciones para no olvidar. (La última llegaría después de bajar: pasar por el refugio de Castro Valnera y disfrutar de la amabilidad de Pilar y sus inigualables carrilleras. Una delicia).

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