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JON GARAY
Miércoles, 11 de marzo 2020, 14:50
«Atención: senda muy peligrosa». Buena advertencia para lo que está por venir. Tras casi seis horas de ascensión a Monte Perdido, la tercera cumbre más alta de los Pirineos, queda todavía el tramo más peligroso, la Escupidera. Es el rampón de la foto ... de arriba. Créanme, la imagen no refleja la impresión que causa ni vista desde bajo ni desde arriba. Son 300 metros de longitud y una inclinación máxima de 45 grados donde han perdido la vida no pocos montañeros. Un error, un paso en falso, y adiós. ¿Que por qué es esta mi montaña favorita?
Situada en el incomparable marco del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, en Huesca, a solo tres kilómetros de la frontera con Francia, fue el profesor de Geología Ramond de Carbonières, que la conquistó en 1802, quien la bautizó como 'Mont-Perdu' porque no es visible desde el norte, desde Gavarnie. Sin embargo, desde el sur, sus 3.355 metros de altura dejan de esconderse y se muestran imponentes entre sus dos hermanas, el Cilindro y el Añisclo, las tres Sorores. Trece horas. Ese es el tiempo que lleva subir y bajar por la ruta más habitual, la que comienza en la pradera de Ordesa.
Situada a unos pocos kilómetros de la encantadora población de Torla, es el punto de partida de numerosas rutas. La que seguiremos es la más conocida y concurrida, la que lleva a la Cola del caballo, uno de esos lugares a los que hay que ir una vez en la vida. Y dos. Y tres. Y las que hagan falta. Es imposible cansarse de un lugar tan hermoso. Desde aquí también se accede, hacia la derecha, a la Senda de los cazadores, otra vía para llegar a la famosa cascada. Las vistas desde sus miradores son otra de las muchas maravillas que se pueden encontrar en estos parajes. Y retrocediendo unos metros, a la izquierda, al circo de Carriata, al Tozal del Mallo y a la Faja de las Flores, un estrecho camino de tres kilómetros que recorre el valle de Ordesa a 2.400 metros de altura ofreciendo un panorama inigualable.
Pero volvamos a lo que nos ocupa. Por delante, una ascensión tan hermosa como larga y exigente. Son 32 kilómetros y 4.200 metros de desnivel acumulado que exigen una muy buena forma física si se abordan en un solo día. Con semejante tarea por delante, el madrugón es inevitable. Partimos a las 6.30 de la mañana con las primeras luces del día. El camino, una senda forestal sin ninguna dificultad que discurre siempre a la izquierda del río Arazas, va ganando progresivamente altura a medida que se adentra en un precioso bosque de hayas. Hacia la derecha, como adornando una senda que no lo necesita, varias cascadas salpican la ruta. Indispensable una parada en la más bonita de ellas, la del Estrecho.
Tras algo más de una hora, el bosque se abre y se llega a las gradas de Soaso, un salto de agua en forma de escalera que deja literalmente sin palabras. Desde este punto ya puede apreciarse la enormidad del valle de Ordesa, encajonado entre paredes que superan con creces los 2.000 metros. La pendiente se suaviza y da paso a los llanos de Soaso, que llevan al circo del mismo nombre. Es allí donde se encuentra la ya mencionada Cola del caballo. Los lectores del prestigioso The Guardian la eligieron el pasado mes de agosto como la más bonita del mundo. El paisaje es idílico, de un verdor intenso en verano, un cielo azul inmaculado y las vacas pastando ajenas al reguero de montañeros que acuden a este lugar, uno de los más frecuentados de los Pirineos sino el que más.
Es a partir de aquí cuando comienza la verdadera ascensión. El siguiente objetivo, el refugio de Goriz, a 2.195 metros de altura. Dos son las vías para llegar a él. La más sencilla, la senda de los mulos, un camino a la derecha que remonta culebreando por la pared. La otra, las clavijas de Soaso, más directas pero también más arriesgadas. Sea cual sea la opción elegida, la hora que lleva alcanzar el refugio permite disfrutar de una panorámica espectacular del valle.
Desde aquí quedan todavía más de tres horas hasta la cima. Siguiendo los imprescindibles hitos, se supera un primer tramo con un notable desnivel en el que en ocasiones hay que ayudarse de las manos para remontar la montaña. A continuación llega la conocida como ciudad de la Piedra, llamado así por las enormes rocas que se encuentran en el camino. Una vez superado este, se llega por fin al Lago Helado, a 2.985 metros de altura. Aunque parezca mentira, es de este pequeño ibón que marca la bifurcación entre las cimas del Cilindro y Monte Perdido de donde nace la imponente cascada de Gavarnie.
Aquí se encuentra el cartel del que les hablaba al comienzo. Llega el momento de ponerse los crampones, echar mano del piolet y respirar profundo. Se suele calcular que por cada 300 metros de desnivel se emplea una hora. Eso es justo lo que queda por delante. Vamos. Paso a paso avanzamos por la nieve que queda en pleno verano -en invierno, claro, la situación cambia completamente-.
Mirar hacia arriba es descorazonador. Pero hay algo peor que eso: pensar que hay que bajarlo después. Otro paso más. Las piernas pesan ya tras seis horas de subida. Queda tan poco… Un giro a la derecha, unos metros más y la cima está ahí mismo. Pero las distancias engañan en la montaña. Los metros son minutos que se hacen eternos. Otra mirada atrás. Esta vez no para comprobar la pendiente, sino para contemplar el Cilindro. Y el Taillón más a la izquierda. Y el Vignemalle al fondo. Un último esfuerzo y ahora sí, la cima de Monte Perdido. El dragón en su buzón. El paisaje. El bosque de hayas. Las gradas de Soaso. La Cola del caballo. El refugio de Góriz. Y sí, la Escupidera. Mi primer tresmil. ¿Que por qué es mi montaña favorita?...
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