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jon garay
Santander
Miércoles, 1 de septiembre 2021, 07:17
Parece mentira a la vista de la foto de aquí arriba que vayamos a trazar una ruta por el Infierno. O por los Infiernos, mejor dicho. Eso que ven es el Ibón Azul inferior y se sitúa en el corazón del valle de Tena, en plenos Pirineos. Ibón es la bonita palabra que utilizan en esta zona para referirse a los lagos de montaña. Hay muchos -Gaube, Piedrafita, Anayet, Tebarray...- y a cada cual más bonito. En esta marcha nos encontraremos varios. Once horas dan para mucho.
La mañana es fría en Baños de Panticosa. Cuatro grados, según el teléfono móvil. Gorro y guantes son imprescindibles a las siete de la mañana. El parking del balneario está lleno de autocaravanas y furgonetas, pero apenas hay movimiento todavía. Debido a que la nieve en altura aguanta más de lo habitual para el mes de julio, renunciamos a las ascensión al Garmo Negro. Cruzar los neveros es peligroso sin crampones ni piolet. El objetivo ahora es mucho más ambicioso.
Conocidos también como Quijadas de Pondiellos, el nombre de los Infiernos se debe, al parecer, al capricho de uno de los grandes exploradores de los Pirineos, el conde Henry Russell, un aristócrata anglofrancés tan obsesionado con esta cordillera que llegó a subir 147 veces al Vignemale, otra de sus cimas míticas. Pero lejos de visitar el inframundo que describió Dante en la Divina Comedia, se trata de rodear los tres famosos picos situados al sur del no menos conocido y frecuentado Garmo Negro.
Empezamos a andar, la mejor forma de quitar la tiritona. Dejando a la izquierda el precioso ibón de Panticosa (ya decía que iban a aparecer varios), el camino se adentra pronto en un frondoso bosque. Progresivamente se gana altura hasta llegar a una zona más abierta conocida como la Malleta Baja. El cielo está azul y el sol comienza a salir por encima de las montañas. Una hilera de montañeros siguen el mismo camino. Llegará el momento en que se desvíen hacia la izquierda para enfilar el collado del Argualas. En nuestro caso, continuamos en línea casi recta hacia el collado de Pondiellos. Todavía queda camino para llegar a ese punto. Los hitos no siempre son fáciles de ver y la ruta de Wikiloc atraviesa en ocasiones con neveros que conviene evitar.
Tras más de dos horas de subida, llegamos por fin al mencionado collado. La vista de los Ibones de Pondiellos impresiona. La senda sigue por su derecha, a la sombra de los famosos tres picos de los Infiernos (el occidental, el central y el oriental) y su inconfundible marmolera, un enorme tramo de mármol de color gris que le da su inconfundible aspecto. Hay que continuar a sus pies para rodearlos y llegar al ibón de Tebarray (ya van dos), que está justo detrás de estos gigantes de tres mil metros.
El reloj marca ya las doce del mediodía. Tras una corta pero incómoda bajada en la que los hitos no ayudan demasiado, toca de nuevo subir. La presencia de un ancho nevero hace que la única forma de sortear el ibón citado sea subir al Pico Tebarray. Sus 2.916 metros ofrecen una hermosa panorámica del lugar, con el lago al que da nombre a sus pies. El camino de bajada transcurre por su izquierda. Un cartel en el collado de Tebarray indica lo que queda por delante. Casi nueve kilómetros de bajada que permitirán recorrer uno de los puntos más bellos de los Pirineos, los Ibones Azules que abren este reportaje.
La vista de estos desde el cuello de los Infiernos deja sin palabras. Se pueden contemplar desde allí tanto el ibón superior como el inferior, y un poco más abajo, el embalse de Bachimaña. A la derecha, la cara sur de los Infiernos, que contemplarán desde arriba todo el camino. Los resbalones se suceden por los amplios neveros que todavía resisten al calor del verano. Conviene andarse con cuidado. Por fin llegamos a su altura, en torno a los 2.400 metros. Ambos lagos tienen un intenso color azul cristalino. Su belleza enamora.
El camino continúa hacia el refugio de Bachimaña, situado en uno de los extremos del embalse del mismo nombre. Desde aquí, pasando por la conocida cuesta del Fraile, queda una larga bajada hasta el balneario de Panticosa siguiendo el curso del río Caldarés. Han sido casi once horas de un paseo por los Infiernos. Un paraíso.
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