![Paseo por la Senda de los Árboles Centenarios para combatir el estrés](https://s1.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202002/13/media/cortadas/bosque1-k17E-U100149312968ykH-1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
![Paseo por la Senda de los Árboles Centenarios para combatir el estrés](https://s1.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202002/13/media/cortadas/bosque1-k17E-U100149312968ykH-1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
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JAVIER MUÑOZ
Jueves, 13 de febrero 2020, 20:18
La luz se filtra entre las ramas en la Senda de los Árboles Centenarios, camino de la Fuente del Zadorra y de la Peña Roja. Para llegar a esa cima de 1.067 metros en la sierra de Entzia hay que ascender antes a un claro donde los montañeros encuentran un refugio y un cercado de ovejas. Desde allí se contemplan la Llanada alavesa y sus campos recién roturados, sobre los que se alzan a lo lejos las siluetas del Aizkorri y el Aratz La panorámica es de gran belleza, pero Josu Belmonte avisa de que ese no es el propósito de la caminata, de unos doce kilómetros, ida y vuelta por la misma pista, perfectamente señalizada.
Ya desde el punto de partida, un prado perdido entre las fincas agrícolas de los pueblos de Okariz y Munain, en el municipio alavés de San Millán, se nota que Josu no es un guía al uso. Ciertamente, el proyecto que puso en marcha la primavera pasada para organizar sencillas y placenteras excursiones –la forma de contactar con él es su blog 'Caminar en silencio'– tiene los componentes habituales del senderismo y la marcha montañera. Pero Josu, bilbaíno con larga experiencia en travesías por Pirineos, Picos de Europa, Alpes, los Andes y Nepal, enamorado del libro 'El leopardo de las nieves', de Peter Matthiessen, ha introducido otro ingrediente: el Shinrin-yoku o baño de bosque, una terapia contra el estrés y sus secuelas fisiológicas y psicológicas basada en el contacto con la naturaleza.
No es realmente una idea nueva. El Ministerio de Agricultura, Pesca y Silvicultura de Japón la introdujo en 1982 para tratar a las víctimas del exceso de trabajo, patología que los nipones denominan 'karoshi' cuando desemboca en la muerte (2.310 fallecimientos por esa causa en 2015, según las autoridades de Trabajo de ese país). Desde entonces, el Shinrin-yoku ha ganado millones de adeptos dentro y fuera de Japón. Josu Belmonte se ha formado con Alex Gesse, fundador del Instituto de Baños de Bosque de Barcelona y guía reconocido por el Instituto Europeo de la materia. Aunque todo el mundo se estará haciendo la misma pregunta. ¿En qué consisten las enseñanzas de Gesse? O dicho de otra manera, ¿a qué técnicas nos referimos con un baño de bosque? La respuesta es relativamente sencilla; ni más ni menos que a desembotar los sentidos con las medicinas del silencio y el paisaje, aprovechando los beneficios que ello comporta para la salud si esa experiencia se proyecta sobre la vida cotidiana.
Las ventajas del Shinrin-yoku parecen tan evidentes para el 'workaholic' o adicto al trabajo occidental que la aseguradora médica DKV elaboró un extenso informe sobre el tema en 2017 e incorporó un mapa de la Península Ibérica con escenarios naturales donde poner el baño de bosque en práctica .
Conviene aclarar que esa terapia es mucho más que 'desconectar'. A algunos les sorprendería lo desconcertados que pueden sentirse ascendiendo desde Munain hacia la Peña Roja sin decir palabra durante media hora, acompasando la respiración y las pisadas sobre el barro y los guijarros, dejándose llevar por la luz, los colores, las formas y los sonidos, hasta que Josu Belmonte se detiene, se desembaraza de su mochila y pide a sus acompañantes que se alineen en un círculo.
El grupo –siempre pequeño, cinco personas en esta ocasión, pero lo ideal es que sean seis, ocho a lo sumo– ha cruzado antes un paso balizado y se ha adentrado en una campa circundada por robles carrasqueños, los arimotxes en la denominación local, un tipo de árbol históricamente desmochado para producir leña y carbón y alimentar al ganado, y que por ese motivo ha desarrollado un gran tamaño y siluetas casi artísticas. Otro lugar apropiado para el Shinrin-yoku puede ser el hayedo de Otzarreta, en el parque natural del Gorbea, pero los arimotxes de Munain (que forman un conjunto con otra reserva análoga, los arimotxis, cuyo camino arranca en Okariz) son posiblemente el lugar de la comunidad vecina más indicado para que Josu Belmonte inicie a sus acompañantes en un agradable experimento que hunde sus raíces en la filosofía zen.
A simple vista, solo a simple vista, todo comienza con una serie de ejercicios físicos, suaves giros del torso realizados con los ojos cerrados. Luego hay que abrirlos y explicar cómo se percibe el entorno en ese preciso instante, indicando el sitio donde más cómodo se siente uno. Ya instalado en él, separado del resto, cada excursionista aguzará el oído e intentará identificar el rumor del viento que agita las copas de los árboles y otros sonidos que se superponen y se complementan entre sí, como instrumentos de una orquesta. Los pájaros, el crujir de las pisadas sobre la hojarasca, el disparo lejano de un cazador...
«No todos lo consiguen», asegura el guía, que va explicando a su grupo, de una forma sencilla, sin solemnidades ni lenguaje de gurú o maestro, el significado de lo que está haciendo. Aparentemente todo se resume en aprender a fijarse, pero es un proceso más complejo y espiritual que eso. Más adelante, siguiendo la misma metodología, Josu sugiere activar el tacto y el olfato, recogiendo hojas, tierra, ramas y finalmente invita a contemplar el paisaje, pero reparando en los detalles; en la sinuosidad de un tronco de árbol, en las siluetas caprichosas de las hojas, en los destellos cromáticos de la vegetación...
«El baño de bosque se compone de varias fases», explica el guía. «La desaceleración o adaptarse al ritmo de la naturaleza; establecerse en el presente, en un presente continuo, y realimentar los sentidos. Hay que intentar transferir lo aprendido a la vida diaria«. Pero esta sería una forma esquemática de describir el Shinrin-yoku, cuya finalidad última es restablecer la comunicación con el entorno, ponerla en funcionamiento casi como si fuera la de un niño que no necesita ejercitar aquello de lo que el estrés aún no le ha despojado. Y ese verbo, 'ejercitar', es lo que aproxima al neófito al concepto de meditación como se entiende en la cultura oriental; es decir, un ejercicio físico, algo no alejado en cierto modo del esfuerzo necesario para adquirir el hábito silencioso de la lectura.
La práctica de los baños de bosque está en expansión por Europa. En las sociedades occidentales urbanizadas ha aparecido en los últimos años como paliativo de un mundo fuera de quicio, pero en Japón forma parte desde hace casi cuatro décadas de su programa nacional de salud (la Agencia Forestal nacional ha catalogado medio centenar de espacios naturales para el Shinrin-yoku). Aunque en Extremo Oriente el punto de vista es un poco distinto. Si los nipones confían en los efectos de los fitoncidas, una sustancia volátil que los árboles segregan para protegerse de las agresiones exteriores, en Europa la concepción del baño de bosque es más «relacional», según Josu Belmonte.
En cualquier caso, las potencialidades de esta terapia son numerosas. Muchas empresas la consideran útil para abordar el estrés de sus plantillas, una epidemia de nuestro tiempo, y también se perfila como una alternativa que hoteles y agroturismos pueden ofrecer a sus visitantes en los espacios naturales de los alrededores.
Los especialistas también han destacado la eficacia terapéutica de las zonas verdes de las ciudades, aunque a Josu Belmonte lo que le gusta es la reserva de los arimotxes. Después de abandonarla con su grupo se dispone a poner fin al baño de bosque un poco más arriba de ese lugar, en el refugio próximo a la Peña Roja. Para ello pide a los caminantes que den una vuelta por los alrededores, callados y en solitario, y que confeccionen alguna cosa con lo que encuentren; hojas, ramitas, flores... Después contarán a los demás qué es lo que han querido expresar con su modesta composición y formarán un círculo para resumir las enseñanzas de la jornada, con los cencerros de las ovejas de fondo. A decir verdad, el rebaño siempre ha estado ahí, solo que ahora todos son conscientes de su presencia, bajo el cielo azul, limpio, con la Llanada alavesa bañada por el sol.
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Ana del Castillo
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