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Javier Muñoz
Sábado, 22 de junio 2019, 15:29
La gente ha subido al Picón Blanco por infinidad de motivos a lo largo de la historia. Sólo hace unas décadas, los reclutas ascendían a ese monte de 1.529 metros para montar guardia en una base que domina Espinosa de los Monteros ... por la vertiente de Burgos y los valles pasiegos por la de Cantabria. Cuando los soldados se marcharon, sólo las vacas, los caballos, algunos montañeros y recientemente el pelotón de la Vuelta a Burgos se acercan a los edificios militares abandonados, bien por el monte, bien por la carretera de la base.
En el Picón Blanco, el tiempo se ha detenido más de lo que parece. A las ruinas de la cima les aguarda el mismo destino que a los campamentos de época romana que los arqueólogos están desenterrando al pie de elevaciones no muy distantes. El emperador Augusto y sus legiones crestearon por ellas a finales del siglo I antes de Cristo para sacar a los cántabros de sus refugios y obligarlos a bajar a los valles. Era una táctica nueva que se ponía en práctica en el Cantábrico para someter a los pueblos rebeldes del norte de Hispania, incluidos los astures en los Picos de Europa. Tras declarar oficialmente la victoria sobre los cántabros, Roma cerró las puertas del Templo de Jano, señal de que todo el Imperio estaba pacificado.
La 'pax augusta' nació con las travesías extenuantes de las legiones entre Burgos y Cantabria. Esas marchas son el antecedente de los ultra trails organizados en esa vasta comarca, una frontera climática donde el Picón Blanco mira, por un lado, al puerto de Los Tornos, y por el otro, al conjunto de cimas que se alza sobre los pasos de la Sía, Lunada y Estacas de Trueba, camino de Reinosa. Un territorio que remite a otras épocas, aunque paradójicamente lo domina una moderna estación militar de seguimiento aéreo erigida en lo alto del glaciar de Lunada, con la forma de un gigantesco balón de fútbol blanco.
Esta instalación sí está en activo. Los radares que captan el tráfico de los aviones reemplazan a las marchas montañeras de Augusto en busca de los cántabros y a los pobres reclutas destinados en el no muy lejano Picón Blanco, cuya base fue despojada en su día, como las ruinas de la Antigüedad, de todos los materiales de valor. Mientras, unos cuantos eruditos recorren lugares próximos con detectores de metal para localizar los restos que pudieron dejar olvidados los soldados romanos: monedas, piezas de instrumentos de agrimensor, clavijas de tiendas de campaña...
En los días soleados, los brillantes tejados del Picón se divisan desde Las Machorras, quinientos metros más abajo. Sin embargo, en lo más crudo del invierno el panorama es diametralmente distinto. La nieve invade la parte burgalesa de la comarca y se detiene en seco justo en Cantabria, donde la humedad proveniente del mar traza a veces una línea que el montañero distingue al avanzar con raquetas y bastones, y el rostro protegido por el pasamontañas. Cuando fija la vista en la abrupta caída hacia los valles del otro lado, el paisaje es verde y húmedo, y el aire no parece tan frío. La frontera no ha cambiado en milenios.
Apreciar esos contrastes en el Picón después de una copiosa nevada es toda una experiencia (siempre que se vaya acompañado de un guía experimentado que conozca el terreno y tome precauciones). En verano, aquello es un vergel, pero en enero y febrero la antigua base puede quedar sepultada por la nieve y transformarse en una especie de instalación antártica o recordar a Stalingrado durante el asedio de la Segunda Guerra Mundial.
Durante esas jornadas, el montañero encuentra refugio en los edificios en ruinas entrando por las ventanas o despejando la puerta con una pala. El aire silba en el interior, invadido por nieve finísima. Al intruso le invade la sensación de que en cualquier momento puede aparecer, semienterrado, el diario de alguna expedición perdida.
Una forma de llegar allí, preferiblemente en primavera, es la carretera que arranca en Espinosa, pero hay otra ruta por el monte que también empieza en esa localidad. Conduce al Alto del Caballo (1.493), lleva al Picón y luego desciende a Bárcenas. Una vez abajo quedan unos dos kilómetros por carretera al punto de partida. La excursión tiene un desnivel acumulado de 769 metros, dura unas cinco horas y es muy estimulante. Está catalogada como sencilla, pero con la nieve toda prudencia es poca.
La Vuelta a Burgos le ha dado al Picón Blanco y a la base abandonada cierta popularidad, lo que no es de extrañar por que es difícil encontrar entornos mejores para caminar y andar en bici. Se está hablando de llevar allí un final de etapa de la Vuelta a España, pero de momento los forasteros pueden disfrutar del relativo anonimato del lugar, donde se reina la 'pax augusta' y el paisaje remite a otro tiempo.
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