Senda del Arcediano, caminar por siglos de historia y esfuerzos
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Entre el puerto del Pontón y el municipio de Amieva, atravesando el Parque Nacional de los Picos de Europa, existe un trazado de piedra serpenteante digno de disfrutarMARA LLAMEDO
Santander
Jueves, 3 de febrero 2022, 14:15
Esta historia comienza en un camino antiguo, cruzando una zona agreste del Parque Nacional de los Picos de Europa.
A un lado, un perfil de cumbres y crestas domina el paisaje, alzándose desafiante, cercano e imponente. Tanto, que parece faltar un simple palmo para ... acariciar sus bases rocosas. Al otro lado, el bosque: trepa tranquilo una ladera empinada, plagado de hayas, avellanos, fresnos, nogales y robles centenarios que se retuercen como contorsionistas audaces.
Abajo, en línea vertical, hay un corte profundo que desciende hasta alcanzar una garganta de aguas turquesas y cristalinas: están hechas de hielos, manantiales y arroyos de montaña que el río Dobra verterá al Sella, kilómetros más abajo.
Bajo los pies, un camino de piedras. Son enormes, redondeadas, suaves… y avanzan sin descanso desafiando la orografía circundante, protegiendo al caminante de sus abismos, siseando entre estrías montañosas. Y no son éstas unas piedras cualesquiera, repartidas por el azar, la gravedad y la climatología: son piedras labradas, pensadas y trabajadas, colocadas una a una por canteros y vecinos de estas montañas durante siglos de trabajo.
Senda del Arcediano
Este camino puede presumir, sin remilgos, de belleza y esencia pura asturiana. Y aunque, en los últimos tiempos, una fina capa de olvido y abandono quiera cubrirlo, aún sobreviven aquí, aferradas a cantos rodados, las historias que la recorrieron durante largos cientos de años, más allá de la época romana y hasta que se construyó la llamada carretera del Pontón.
Ortodoxamente, la senda cubre los 20,29 km que distan entre Oseja de Sajambre y Amieva, atravesando el Parque Nacional de los Picos de Europa. Pero las muchas crónicas escritas acerca de este camino narran que su largura llegó mucho más allá, atravesando puentes de piedra y húmedas riberas hasta alcanzar la mar misma, en el puerto de Ribadesella.
Este sendero empedrado fue uno de los más importantes de la región en los siglos XVI-XVII, cuando por él se daba un tráfico intenso de personas, animales, minerales, bebidas y frutos: constituía la vía de comunicación más utilizada para cruzar desde el oriente asturiano a la vecina Castilla en unos tiempos donde el senderismo tenía todo de necesidad y nada de afición deportiva.
Fue este un camino de importancia capital: por aquí se acarreó sal, ascendieron caballerías, pastores, bueyes y comerciantes; cantaron en xíriga los teyeros de Llanes, tomaron apuntes los ilustrados...
Por aquí, en todas partes de esta senda, trabajaron los hábiles maestros canteros, ayudados por locales y visitantes, para crear un cómodo trayecto a base de golpes, sudor, maza y cincel.
Y era un sendero tan sustancial y tan transitado, que hasta tuvo su propia posada de montaña: en la mitad del camino, en una antigua majada colgada en el Precornión, ubicada entre bosques, aullidos de lobo y caprichosas crestas de roca. Aquel hospedaje antiguo tenía una ermita (de la que aún quedan restos) y, al caer la noche, se hacía sonar la campana fuertemente, dejando que los tañidos ascendiesen desde Sahugu hasta el Cantu Cabroneru, girasen en las cimas cercanas y regresasen, vibrantes, anunciando descanso, calor, caldo y vino para los muchos caminantes que recorrían estos lares.
En 1590
Pero si hay una historia que resuene aquí, de punta a punta y de piedra a piedra, es la que da vida y nombre a esta senda: la de Pedro Díaz de Oseja ('El Arcedianu') un niño de corta edad que (aproximadamente, en 1590) tuvo que abandonar el hogar materno (en Oseja de Sajambre) para buscar fortuna más allá de Castilla, despidiéndose de su apenada madre en el puerto del Pontón, donde enterró sus madreñas en un roble prometiendo volver.
Tuvieron que pasar cuatro décadas para que Pedro Díaz de Oseja regresara a casa. Pero, volvió: con estudios, rico y ostentando el importante cargo de Arcediano de Villaviciosa.
Volvió, porque amaba su tierra, a su madre, los árboles y la silueta cortante de los Picos de Europa. Volvió para emplear-con éxito- su fortuna, su buen criterio y sus esfuerzos vitales restantes en acondicionar el camino que hoy nos ocupa: el mismo que tuvo que recorrer para regresar a su hogar y al reencuentro con su madre.
Fue por el Arcedianu y gracias a él que este camino tomó vida, convirtiéndose en una ruta de enorme importancia para la Comarca y la región enteras. Fue la valentía, el arrojo y la convicción de Pedro de Oseja las que hicieron posible que hubiera una ruta cómoda de cruce hacia la Península, creando una rica fuente de recursos para la zona oriental. Y hasta su testamento, cargado de planes y cálculos para completar el camino, fue un testimonio de vecindad que se extendió largo, que se convirtió en tradición y que acabo consiguiendo que todos los vecinos de la zona colaboraran con trabajo, maza y guadaña en el arreglo de la que hoy, ya lejos del trajín de entonces, sigue conociéndose como la senda del Arcedianu.
Es esta una senda única, cargada de emoción y esencia, desde la que se divisan, muy cercanas, las cumbres de Picos más occidentales. Una ruta especial, que gusta de ser andada despacio, sin prisas y en silencio, dejándose arrullar por el rumor de la montaña y por todas las pequeñas grandes historias y gestas que se van desprendiendo a cada paso, envueltas y enredadas en roca caliza, rumor de agua helada, ruidos animales, balcones de miles de metros, bosque y aroma a historias de las que hacen a Asturias.
(Todas las historias de este camino y todas las posibles rutas dentro de él se recogen en el bello libro de Guillermo Mañana 'Por la Senda del Arcediano').
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