Alzó la voz contra quienes quisieron aprovechar las crisis como coartada para arrasar con la cultura. Con su perfeccionismo y su energía, ha sembrado de ideas e iniciativas, de proyectos y visiones, un terreno tan resbaladizo y delicado como el de la educación musical. Afrontar ... una historia de la música en España de las últimas décadas supone detenerse obligatoriamente en la figura de Paloma O'Shea (Las Arenas, 1936). Palabras como excelencia, entusiasmo, tesón y pasión son inherentes a la trayectoria de la presidenta fundadora de la Fundación Albéniz. Pianista de juventud, mecenas siempre, ha edificado los pilares de algunas de las construcciones formativas más importantes, ademas de adelantarse en la aplicación de un modelo de gestión que prioriza la financiación público-privada e incentiva el vínculo del futuro intérprete con el espectador. Pero tras la trascendencia y lo solemne, lo sonoro que subyace en más de medio siglo de incansable labor, la también presidenta y artífice de la Escuela Superior de Música Reina Sofía persiste en la necesidad de aplicar esa ecuación de aprendizaje y tesón a la hora de situar la música en su verdadero lugar en el mundo. El fruto se refleja ahora en los números, conmemoraciones y aniversarios. El Encuentro de Música y Academia de Santander cumplía en plena pandemia sus veinte años de vida. Treinta años han pasado desde que se sentaran las bases de la Escuela Reina Sofía – «un millar de jóvenes se han hecho músicos con nosotros»– y 50 años han discurrido desde que surgieran las raíces del Concurso de Piano, que afronta ahora su vigésima edición convertido en uno de los certámenes de referencia de la música internacional.
–En la reciente clausura del curso de la Escuela Reina Sofía aseguró que «la música no es un lugar que se alcanza, sino un camino que se recorre». ¿La meta es el aprendizaje, la verdadera enseñanza humanista de la música?
–Un músico tiene que seguir avanzando siempre. Si no, dejaría de ser creativo. No sería un verdadero artista. Siempre me acuerdo de Barenboim, cuando grabó las 32 sonatas de Beethoven dejándonos a todos boquiabiertos. Pero él no se paró ahí, siguió avanzando y, unos años después, las volvió a grabar. Hay que mantener siempre viva la tensión musical.
–¿Esperaba que el camino iba a ser tan fecundo?
–El Concurso, la Escuela, el Encuentro se han ido haciendo paso a paso y respondiendo a las necesidades que iban surgiendo, provocadas muchas veces por el propio avance del proyecto. A los pocos años de nacer, el Concurso hizo evidente que los músicos españoles tenían menos oportunidades educativas que sus colegas de otros países. De ahí surgió la idea de situar en España una escuela de alto perfeccionamiento musical. Y, al ver la música tan increíble que hacían los jóvenes de la Escuela cuando trabajaban con grandes profesores, pensamos que valdría la pena hacer en Santander un híbrido de festival y curso de verano donde jóvenes de gran talento seleccionados en las mejores escuelas europeas tocaran todas las tardes ante el público, compartiendo el escenario con sus profesores. Eso es el Encuentro.
–Supongo que habrá pensado más de una vez en haber tenido una trayectoria exitosa como pianista en lugar de su labor de mecenas...
–No. Yo tocaba el piano porque me encantaba. En mi niñez y juventud, no quería más que estudiar, sentada al piano horas y horas, pero una cosa es querer tocar el piano y otra querer hacer carrera como pianista. Eso no me lo planteé nunca. A la Filarmónica de Bilbao venían los grandes pianistas internacionales, Rubinstein, Alicia de Larrocha y todos los demás. Yo era feliz viéndolos. No necesitaba emularlos.
«Evidenció que los músicos españoles tenían menos oportunidades que sus colegas»
–¿Paloma O'Shea es la mujer-orquesta que ha logrado edificar un pilar musical esencial frente a tantas carencias educativas?
–No. Yo he aportado mi granito de arena a un esfuerzo que es colectivo y ha llevado a la España musical de la cola de Europa al grupo de cabeza. El maestro Jaime Martín, que ha dirigido el concierto inaugural del Encuentro (maravillosamente, por cierto), cuenta que, hace años, cuando participó como flautista en la Joven Orquesta de la Unión Europea, solo había tres españoles. Hoy hay veintitantos, casi una tercera parte de la orquesta. Tenemos que estar muy orgullosos, porque eso lo hemos logrado entre todos.
–El vínculo maestros-alumnos del Encuentro no se parece a ningún otro ámbito educativo. ¿Dónde reside el secreto y qué destacaría de este formato?
–La música es un arte exigente, que requiere mucho talento y esfuerzo. Compartir, como hacen los alumnos y profesores del Encuentro, ese ejercicio tan intenso une mucho. Por la tarde, se suben al escenario a hacer música juntos y ahí es donde el público puede disfrutar de la música tan emocionante que surge de esa convivencia. Creo que ahí radica el éxito del Encuentro.
–Albéniz, Liszt, Chopin, Brahms... ¿A quién traería a Santander para dar una clase magistral?
–A los cuatro. Y también a Beethoven, Debussy, Bartók y Ligeti. Y, naturalmente, Mozart, Bach, Falla... ¡Los quiero a todos para el Encuentro!
–¿Cómo define la música?
–Los filósofos dirán. Lo mío no es definir, sino vivir. Le puedo decir que la música y mi familia son los dos pilares de mi vida.
–En realidad todo empezó en cuatro garajes de Pozuelo... ¿Su labor también ha tenido una identidad visionaria y grandes dosis de valentía y atrevimiento?
–Visión, no estoy segura, pero atrevimiento, sí. Cuando tengo una idea clara en la cabeza, no suelo detenerme ante los obstáculos. Más que valentía, yo diría tesón. No me rindo fácilmente. Como solía decir mi suegro: «Hay que perseverar... ¡hasta en el error!»
«Hay mucho despacho y comidas de trabajo, pero nada como la experiencia del concierto»
–Al margen del azar o lo previsible e inesperado, ¿qué factores fueron claves para crear lo que hoy es un proyecto casi monumental como la Escuela, y cuáles para poner en marcha el Concurso de Piano?
–Más que factores, yo diría personas. El Concurso de Piano de Santander fue posible gracias a Manuel Valcárcel, que fue su director durante las primeras ediciones. Él lo hacía todo. Yo me limitaba a reunir voluntades y a animarle a él. En cuanto a la Escuela, no existiría de no ser por Su Majestad la Reina Doña Sofía. Ella nos dio su nombre, su cercanía y, sobre todo, el prestigio que tenía entre los principales músicos de todo el mundo.
–¿La piedra en el zapato es el proyecto frustrado de una escuela musical infantil para Santander?
–Una vida da para lo que da y no se puede tener todo, pero no pierdo la esperanza.
–¿Cuántas veces estuvo tentada de arrojar la toalla?
–Tengo muchas tentaciones, pero esa, no. No está en mi carácter retirarme de un proyecto, o conformarme con algo inferior a lo que pretendía, solo porque las cosas no salgan a la primera.
–¿Alguna vez ha convencido a alguien con la música como argumento?
–Constantemente. Hay muchas conversaciones de despacho y comidas de trabajo, pero, a la hora de convencer a alguien para que se suba al barco, o para que continúe remando con nosotros unos años más, no hay nada como la experiencia del concierto. Es difícil decir que no a algo tan poderoso como unos cuantos jóvenes haciendo música a ese nivel y con esa intensidad.
–¿Falta pasión y sobran actitudes burocráticas a la hora de levantar proyectos en la cultura española?
–Sinceramente, yo creo que los políticos tienen siempre la voluntad de hacer cosas en el terreno de la cultura y no importa que sea por pasión personal o por cálculo de imagen. Otra cosa es que luego los proyectos lleguen a materializarse, porque todo cuesta mucho y la política funciona siempre en plazos cortos, de elección a elección. En términos generales, yo no puedo quejarme. El gran progreso musical de España del que hablábamos antes es obra también de los políticos, que han creado una red de auditorios y teatros modélica, han apoyado la Escuela Reina Sofía, el Concurso y el Encuentro, y han hecho posible estupendas escuelas de música, como la ESMUC de Barcelona o Musikene de San Sebastián.
–¿En qué consiste la excelencia musical?
–No sé. No me gusta mucho la palabra, porque ser excelente significa sobresalir, ser más que los demás, lo que no me parece necesario. Prefiero que un músico sea bueno, o buenísimo, para lo cual no hace falta excluir a nadie.
–¿Qué ha pesado más en el desarrollo de todos estos proyectos: su perfeccionismo, su fe?
–La fe se tiene; no es un mérito. El perfeccionismo puede ser un arma de doble filo. Prefiero el tesón, que es el que consigue las cosas.
–¿Qué escucha Paloma O'Shea fuera del ámbito de la clásica?
–En lo que refiere a música, muy poco. Pero oigo mucho. Me encanta escuchar a la gente.
–¿Sin dinero no hay paraíso musical?
–Todo cuesta dinero. Sin financiación, no se puede hacer casi nada significativo y duradero. Al mismo tiempo, en el mundo de hoy, cuando se tiene una idea clara de lo que se busca, es posible encontrar los medios para hacerla realidad.
–¿En los momentos difíciles qué o quién facilitó el apoyo?
–Son docenas. Ya mencioné antes a Valcárcel y a la Reina Doña Sofía.
–Alguien dijo que usted posee 'la perfecta educación del corazón'. ¿Supongo que es el mejor instrumento?
–Solemos decir que la música no se hace con las manos, ni con los labios, sino con el oído. Recuerdo a Dmitri Bashkirov, nuestro querido profesor, que iba marcando el camino de la música señalándose con el dedo: «Primero la cabeza, luego el oído y luego el corazón».
«No veo contradicción en el debate entre el virtuosismo y la musicalidad»
–¿No hay algo artificioso en un concurso de piano?
–Yo lo veo bastante natural: veinte jóvenes pianistas de mucho talento compiten ante el jurado y ante el público, que se beneficia de un gran festival pianístico, con más de 50 conciertos que repasan casi entero el repertorio del instrumento. Desde los tiempos de Bach, los músicos han competido en virtuosismo y capacidad de improvisación. Esta última, lamentablemente se ha perdido casi por completo.
–Del primer ganador, Josep Colom, al presente, ¿el Concurso certifica que el sistema musical español ha mejorado?
–Sobre todo el sistema educativo. Colom es un musicazo, un pianista de nivel internacional, que se formó, como todos los españoles de su tiempo, a pesar del sistema. Hoy, un pianista español de talento tiene todas las facilidades para formarse en España o para viajar a cualquier parte del mundo.
–Sobre la evolución del certamen, ¿ha mejorado la técnica y la formación, pero se han diluido otros valores?
–Los concursos internacionales –y el de Santander no es distinto– evolucionan a la vez que el mundo musical. El papel que juegan hoy es muy distinto del de hace medio siglo, aunque la diferencia no sea fácil de concretar. Además, está el debate entre el virtuosismo técnico y la musicalidad, pero yo no veo la contradicción. No se puede ser un «pianista músico» sin un dominio absoluto de la técnica y no se puede ser un pianista únicamente técnico, con poco sentido musical, porque así no se llega a ningún lado.
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