![El bardo de Beethoven](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/2025/02/14/nunezzz-k4nC-U230859911762sDG-1200x840@Diario%20Montanes.jpg)
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Santander, sois el mejor público del mundo», se despidió el lunes Carlos Núñez en el Centro Botín, con un auditorio a rebosar y los asistentes en pleno delirio. Y si lo dice él, punto redondo. No en vano, era su tercera actuación en apenas tres semanas en el mismo escenario –qué privilegio tocar sobre la Bahía, admitió–, y tanto al artista como a sus espectadores se les vio encantados, de principio a fin.
Y es que el gallego, que combina pericia y conocimiento enciclopédico con las maneras de una estrella de rock, había orquestado una velada impecable y planificada al milímetro para satisfacer tanto al degustador experto como al profano, presentando un repertorio casi secreto pero de extraordinaria vivacidad: se trataba de las piezas 'célticas' compuestas por Ludwig van Beethoven; esto es, inspiradas en música tradicional irlandesa, escocesa y galesa. Un material que, aseguró en las palabras de presentación, «no conocen ni los alemanes».
Se presentaba en formación camerística, arropado por la bretona Bleuenn Le Friec al arpa, la catalana María Sánchez al violín clásico, el gallego Raúl Mirás al violonchelo y al 'fiddle' el canadiense Jon Pilatzke, mientras que Núñez iría alternando distintas flautas y gaitas, además del micrófono principal para ir tirando del hilo conductor del recital, la intrahistoria de cómo Beethoven descubrió las canciones ancestrales del mundo gaélico, la sorprendente relación epistolar que mantuvo con sus editores británicos e irlandeses –adornada con datos tan poéticos y asombrosos como que las comunicaciones de la época se realizaban por palomas mensajeras, pero algunas cartas tardaban casi dos años en cruzar una Europa en guerra permanente, desde Viena hasta Londres– y el éxito popular de las más de doscientas composiciones de ese género que llegaría a firmar el maestro teutón.
Como un bardo moderno, Núñez fue llenando la sala de druidas, xanas y sirenas, y a la vez explicando de la manera más sencilla técnicas complejas como las progresiones de doble tónica. Amparado en su enorme encanto personal, con ese tono entre docente y monologuista, los cuatro virtuosos que le acompañaban y el toque gamberro de Pilatzke –ojo, «canadiense, no 'americano'», recalcó–, pronto pasó del tono didáctico al gesto pop, invitando al público a dar palmas y arrancando varias ovaciones. Y poco faltó para que la concurrencia no se pusiera de pie y rompiera a bailar, sobre todo en las piezas con más ecos irlandeses, las más animadas.
Y, como plato fuerte, ya rebasada la hora, en el último bis su gaita acometió la Novena Sinfonía, el celebérrimo 'Himno a la alegría' que los asistentes cantaron con emoción, versión Miguel Ríos. Una apoteosis, vamos.
La lección magistral, pues, fue cómo combinar erudición con diversión y accesibilidad para todos los públicos. Conceptos que, demostró, no tienen por qué resultar incompatibles. La virtud está justo ahí, en el equilibrio entre lo comercial y lo especializado, y esa maravillosa sensación de aprendizaje, de descubrimiento; de haber asistido a una 'master-class', de haberlo entendido todo y de haber salido de allí mucho más culto.
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Ana del Castillo
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