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«Al bajo, Darryl Hall (ovación); a la batería, Gregory Hutchinson (ovación) y a la guitarra… ¡Chuck Berry! (risas)». Así se presentó en Santander Ed Cherry, quien no solo jugaba con las rimas, sino también con la leyenda: «Verán, a mí realmente me gusta Chuck Berry, es uno de mis primeros héroes de la guitarra. Así que no se rían cuando escuchen el nombre de Chuck Berry, porque fue un pionero. Gran música, gran música negra», añadió.
Claro que ni todo el buen hacer de los programadores, o la inteligencia artificial, pudo lograr el milagro de que el miércoles pisara Chuck Berry Escenario Santander, pero a cambio Ed Cherry desplegó una personalidad mítica y todo su arsenal de guitar jazz para teletransportar el búnker de las Llamas al Harlem de los años sesenta. Esto es, a la infancia y primera juventud de un músico nacido en 1954 y curtido en la escuela clásica del fundador del bebop, Dizzy Gillespie, a cuyas órdenes sirvió dos décadas.
Con la grada de nuevo llena, Cherry/Berry arrancó la velada en tono intimista, tirando de sus dos últimos discos –'Peace' (2022) y 'Are we there yet?' (2023)– y de estándares como 'In a sentimental mood', de Duke Ellington, para enlazar hasta cinco canciones antes de lanzarse al micrófono y explicar que, a pesar de su gesto sonriente, tocaba sentado por una lesión de rodilla. O algo así, porque enseguida cayó en la cuenta igual tenía «que hablar más despacio». Aun así, la grada estaba totalmente entregada después de que se llevase a su terreno 'Tres palabras', aquel bolero de Osvaldo Farrés que popularizara Nat King Cole, tal vez la pieza más celebrada de la noche.
Cherry, que no suele prodigarse por Europa, no paraba de bromear –«¡es un refresco, no tiene alcohol!», dijo mostrando su bebida– y de revolver sus bolsillos en busca de púas. Con calma, casi bailando como su compinche Hall, capaz de llevar el ritmo con la cadera y a la vez acariciar el contrabajo. Aunque el jefe pronto le mandaría a la nevera, porque contaba con dos invitados especiales: Alberto Marsico al órgano, y Tony Lakatos al saxo tenor.
Con Lakatos –que cambió los violines de su familia, de centenaria tradición gipsy, por el metal y el jazz– Cherry tocaba por primera vez, pero apenas se notó, porque enseguida se entendieron a la perfección. Cherry repartía juego, dejando brillar a los invitados, con los que se enzarzó en un par de diálogos, y no se cansó de pedir aplausos para ellos. Pero estaba claro quién mandaba, y el guitarrista siguió tirando de su mitomanía personal, con turnos para Grant Green, otro «héroe», de quien versionaron 'Green jeans', y para Cedar Walton, de quien cayó 'Holy Land'.
De propina, Cherry y Lakatos interpretaron a dúo todo un clásico, 'Body and soul', para despedirse por segunda vez con ovación cerrada y el público en pie. Y no era para menos, tras el auténtico lujo de poder disfrutar de un músico de la vieja escuela del guitar jazz, hoy día casi en extinción. Un excelente contrapunto a la sesión de apertura: el más veterano, tras el más joven, Brandon Goldberg. Quien, por cierto, no se perdió detalle de la lección magistral de Cherry.
A la salida, además, les aguardaba la primera jam session del Professor Cunningham y su banda, un toque festivo que tuvo que combatir contra los elementos. Ya se sabe: al mal tiempo… swing.
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Ana del Castillo
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