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Jesús colás lastra
Jueves, 6 de diciembre 2018
Es extraño decir que el más especial de los conciertos que he vivido lo viví trabajando. Junto a mi socio y a nuestro equipo, llevábamos muchos meses haciendo gestiones para que el 29 de abril del año pasado Jean Michel Jarre actuara en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana. El reto era hacer de la inauguración del Año Jubilar Lebaniego una experiencia más allá de la música.
Supe que lo habíamos conseguido cuando de pronto me vi a mí mismo en un entorno casi irreal, sumergido en un espectáculo de música y luz creado por el pionero de la música electrónica y me di cuenta de que 6.000 personas estábamos sintiendo exactamente lo mismo.
Recuerdo un comentario que nos hicimos: «esto no es un concierto cualquiera». La música, las imágenes, los efectos especiales, la televisión retransmitiendo por primera vez en más de 10 años un evento musical en directo, el Monasterio, la reliquia… aquello era una reivindicación de nuestra historia y de la cultura europea, del poder de la música para hacer cosas inigualables.
Esta parte casi la puede contar de la misma forma que cualquiera de los 6.000 privilegiados que la vivimos. Pero como productor siempre hay una «cara B» del espectáculo que se queda para quienes vivimos «la trastienda»
El concierto de mi vida empezó meses antes, cuando comenzamos a convencer a una estrella mundial de la música de 71 años y que acababa de realizar los conciertos más multitudinarios de la historia, de publicar en menos de un año tres discos y que estaba inmerso en una gira mundial con conciertos para más de 20.000 personas en ciudades como París, Londres, Nueva York, Toronto o Los Ángeles, de que debía considerar actuar en Camaleño.
A pesar de todas las dificultades del espacio y lo reducido del aforo, Jarre demostró un interés y una profesionalidad que nos dejó a todos con la boca abierta.
Todos los implicados supimos pronto que teníamos algo histórico entre manos. Desde la investigación y la concepción del propio show, el nombre: 'The Connection Concert', hasta la imagen, la repercusión mundial, la manera de hacer llegar la producción desde UK a Liébana, o de llevar al público al recinto, todo fue especial incluida la convivencia con los monjes del Monasterio, que fue maravillosa, hasta la complejidad de lograr que, por primera vez en diez años, TVE saliera a retrasmitir un evento musical en directo.
Cuando arrancó el concierto, comenzaba a pesar la tensión que se debe tener si no eres un descerebrado: fuerzas de seguridad, personalidades al más alto nivel públicas y privadas que confirmaban su asistencia a última hora, lo complejo de subir y bajar al artista y su equipo además de a otras 6.000 personas al Monasterio, el «microclima» de la zona que hacía que pasáramos del frio al calor y de la lluvia al sol en segundos… Todo dejó de importar cuando la noche se despejó, apareció el artista en escena y comenzó el concierto de mi vida. Y de 6.000 vidas.
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Ana del Castillo
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