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Ni un alma por las calles de Torrelavega en la noche de la patrona. La ciudad engalanada –'guapeá', que diría Kiko Veneno–, pero no había ni tráfico en José María Pereda. ¿Habría sido una bomba de neutrones? ¿O, con tanta bandera rojigualda, sería que jugaba ... la selección y no me había enterado?
Claro que fue acercarse al Bulevard y entenderlo todo; en cuanto La Pegatina arrancaron con 'Y volar', pusieron a la concurrencia en órbita. La gravedad, por su parte, congregaba a los más jóvenes en las primeras filas, atestadas más o menos hasta la altura del consistorio. Allí se concentraba, con pañuelo verde al cuello, el grueso del código 39300. ¡Y bien orgullosos!
«Tengo yo una banda que me trae por el camino de la locura», coreaban por allí, después de que el vocalista Adriá Salas hiciera los saludos oficiales y el «encantados de volver por aquí, vamos a tocar unas rumbitas». Todavía resonaba el éxito de su 'Rock en la Feria' del 2017, aunque esta vez venían con su 'Hasta luego Mari Carmen', el tour de despedida antes del año sabático que tiene planeado tomarse en 2025.
Y no es de extrañar que necesiten descanso; Adriá Salas para escribir más libros –con su poemario 'Harakiri en AOVE' no le fue nada mal–, pero el resto de sus compañeros para reponerse de unas actuaciones que parecen sesiones de crossfit. Y es que la banda, los nueve –¡nueve, sí!– no paran durante hora y media. Saltos, sentadillas, skipping, abdominales oblicuos con las guitarras o las trompetas y hasta alguna coreografía que parece sacada de 'West side story', pero en versión realmente callejera… No es de extrañar que necesiten descanso y hasta fisioterapia, pero es que a la vuelta van a necesitar pretemporada.
Sin embargo, aquello era una fiesta, claro, y como tal se lo tomaban los asistentes, que bailaban y saltaban casi tanto como los intérpretes sobre las tablas. La música, claro, ayudaba bastante, con esa fusión tan energética de ritmos, de lo caribeño a lo cañí, pero con el tempo acelerado y marcando bien los golpes. Es decir, bailable. Difícil no dejarse llevar, en una atmósfera que atrapaba incluso a quienes no conocían las canciones.
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Su sonido es un ejemplo de mestizaje, del ska a la bachata con parada y fonda en la rumba catalana, que de manera inexplicable encajan para lograr un sonido reconocible, un sello personal en el que tal vez tenga mucho que ver la forma de cantar de Salas, pero no menos la espectacular pericia técnica del resto de músicos. Si en '¿Cómo explicarte?' se lucía Axel Magnani a la trompeta, no lo hacía menos Miguelón Gracia en 'Lloverá' con su trombón. O Romain Renard al teclado, al acordeón o a la voz solista, que el Dabiz Muñoz de La Pegatina vale para todo.
Los asistentes, por su parte, seguían el ritmo que marcaban desde el escenario: que si manos arriba, que agacharse… Para los pasitos a la derecha o izquierda ponían flechas en la pantalla gigante, así de preparados venían, pero algunos espontáneos hasta se arrancaron con una conga.
Un poco más de respiro había a partir de la mitad de la cuesta, donde ya había algún hueco libre, aunque tampoco demasiados. Una oportuna pantalla gigante permitía seguirlo todo a la perfección, aunque al llegar los temas más lentos crecía el murmullo: la gente quería caña. Claro, aquello era una 'festa', aunque cantaran en catalán –también en otras, como 'No som d'aqui'– aunque, eso sí, cuando le añadieron el «vamos a portarnos mal» lo hiciera en perfecto castellano. Ya lo había declarado Adriá Salas en alguna entrevista: «Ojalá enseñaran las cuatro lenguas oficiales en los colegios de toda España». No sabemos si los valencianos estarán de acuerdo con sus cuentas –tampoco hubo ningún guiño 'cántabru'–, pero desde luego predica con el ejemplo.
Por lo mestizo y lo multicultural, La Pegatina recordaba a los primeros Mano Negra o los precursores Les Negresses Vertes: no renuncian al mensaje y la ironía en sus letras, pero en el directo lo que prima es el componente festivo. Y más, cuando llenas de referencias tu concierto, incrustando desde el 'Ni más, ni menos' de Los Chichos al cancán parisino, pasando por un guiño a 'Piratas del Caribe'.
Arriba también parecían pasarlo bien: «Qué lástima que no podáis subir aquí para ver el espectáculo», bromeó Salas, aunque dejarían pruebas fehacientes de ello con un selfie desde el escenario. Seguro que plagado de sonrisas, después de hora y media por todo lo alto. Y eso que había competencia, porque en La Lechera tocaban Cala Vento, dentro del Sound City. Más de uno lo había lamentado: con los pocos conciertos de los que podemos disfrutar, ¿cómo se les ocurre poner dos a la misma hora? En fin, misterios de las programaciones. Desde luego, los que optaron por La Pegatina no pudieron irse más satisfechos. Incluso les regalaron un descuento –un QR para escanear– para el concierto de despedida en Madrid. Aunque, vista la energía y la hiperactividad que despliegan en sus actuaciones, seguro que no aguantan mucho lejos de los escenarios.
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