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La palabra clave es 'descubrir'. En eso consiste la propuesta 'Esenciales' con la que de cuando en cuando nos sorprende Escenario Santander. Esa capacidad camaleónica para reconvertirse de macrosala de conciertos multitudinarios en un pequeño club de música en vivo nos está dando grandes alegrías ... esta temporada.
Una suerte de cita a ciegas –ríete de First Dates y similares– que parece beber directamente de la filosofía setentera del 'pub rock': mesas altas, cerveza a raudales y una pequeña tarima que más que separar te acerca a los músicos. Si, además, la selección musical es buena, no puede haber mejor plan para una noche santanderina. Aunque sea entre semana.
Pero hablábamos de descubrir, y es que esta semana Escenario Club recibía a la norteamericana Hannah Aldridge. Llegaba a la ciudad sin levantar demasiada expectación, a pesar de una carrera ya dilatada: está celebrando el décimo aniversario de su primer disco, 'Razor wire', con una gira europea y una reedición en vinilo. Por cierto: rojo, como recalcó la cantante.
A pesar de llegar tras varios 'sold outs' en Holanda y Dinamarca, la americana se presentaba al público cántabro a puerta fría, y con un severo hándicap, para quienes hubieran realizado sus pesquisas en las plataformas de streaming: su verdadero fuerte es el directo. Algo que no se puede transmitir por internet.
Y es sus grabaciones de estudio y sus videoclips están a años luz de la energía que transmite la artista desde el escenario, sobre todo acompañada por una banda eléctrica que, a medida que avanzaba el concierto, iría endureciendo su sonido, partiendo de un estilo americana algo heterodoxo –en su web se autodefine como «cantautora de dark country independiente»– que desembocaría por momentos en un hard rock sin remilgos.
Con una presencia imponente en escena, y aferrada a su acústica, Aldridge arrancó el concierto disculpándose: los excesos de la noche anterior habían afectado a su voz. ¿Seguro? Quién lo hubiera dicho, ante su impresionante despliegue vocal; del desgarro a lo sensual, recorrió todos los registros, y con muy buena nota. Si canta así con la voz tocada, ¿qué hará cuando esté en plena forma?
Arropada por una banda muy solvente –impresionante el 'fingerpicking' del bajista; además, a los teclados contaba con su paisano Jordan Allen Dean, que también ejerce de telonero, todo un lujo desde Alabama–, canciones como 'Psycho killer' o su guiño a James Joyce con un 'retrato de la artista de mediana edad' parecían canciones distintas a las escuchadas en la previa en Spotify: más vitales, con otro ritmo y, sobre todo, con mucha más pegada.
Además, la artista se sentía cómoda y se notaba. Se extendía en las presentaciones y hasta quiso conversar con los asistentes, sobre todo cuando vio entre el público una camiseta de su amigo Matt Woods. De propina, una primicia: interpretó por primera vez en concierto su próximo single, 'Yankee Bank', todavía en prensa.
Tras hora y media larga, cerró el concierto a lo punk, tumbada en el suelo, después de haber vencido, y convencido. Si tienen ocasión, no se la pierdan.
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