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«Si amas la música en directo, tengo algo especial para ti», dice el vídeo de bienvenida en la página web de Ina Forsman. Finlandesa del noventa y cuatro, con la vitola de joven promesa europea del soul, su primera gira en solitario por nuestro ... país tuvo la semana pasada dos paradas en Cantabria: Puente Viesgo y Oruña.
A orillas del Pas, la bolera del Muelle de Oruña sirvió de escenario para un concierto al atardecer. Así que a la hora mágica de los fotógrafos, la banda berlinesa de Forsman –un 'melting pot' que reúne a un brasileño, dos españoles y dos australianos, todos afincados en Alemania– arrancó con 'Song to sing', una suerte de carta de presentación de ritmo muy pausado sobre la que destacaba la trompeta de Kelly O'Donohue, todavía sin sordina. Guitarra, bajo, batería y órgano Hammond completaban un formato que arrancó a bajas revoluciones, pero prometía mucho más; sobre todo, cuando el metal, en sus destellos, parecía teletransportar a los presentes a un siglo atrás, en mitad de una película en blanco y negro.
Hasta que ella entró en escena. Con gafas de sol de concha, vestidito hippy, la pandereta al hombro, el móvil en la mano y una media sonrisa irresistible. Sí, una escandinava teñida de negro tal vez no sea lo mismo, pero en cuanto empezó a entonar en su inglés de dicción maravillosa –o lo bastante imperfecta como para que un oído español pudiera captarlo a la perfección– lo explicó: la presencia era lo de menos, ella «tenía una canción que cantar». Aunque tuviera el corazón lleno de desdicha. Puro blues. Pura Nina Simone.
Pero es lo que tiene el soul, que canta las penas. 'No room for love' metió una marcha más para cambiar de registro, un rhythm and blues enérgico que acabó con los bolos humanos pinados sobre la arena, porque empezaron a bailar en el birle.
Forsman iría alternando canciones propias con cuatro versiones: 'Feeling alright?' de David Mason, 'I put a spell on you' de Screaming Jay Hawkins y el estándar de Ray Charles 'I believe to my soul'. La cuarta fue un delirio vocal de Ripple, 'I don't know what it is, but it's funky', para el que pidió al público que cantase el famoso 'ola-ola-hey' de los coros. Y lo consiguió.
Aunque lo más destacado, desde luego, fueron sus temas propios, en los que aumentaba las revoluciones y daba rienda suelta a su voz de contralto, cargada de matices y altamente expresiva. Una clara querencia sesentera y letras que explotan la estética de la derrota, con ritmos que partiendo de la Motown casi rozan lo jamaicano, con la que acabó convenciendo a la concurrencia, que pidió unánime un bis; apenas una hora de concierto se había hecho demasiado corto.
De propina, solo caería una. Pero era la canción estrella: 'Now you want me back'. Pues claro que la queríamos de vuelta. Todavía se estaba despidiendo y ya la echábamos de menos. Si tienen ocasión, no se la pierdan.
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