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«Yo ya no tengo dieciocho años», cantaba Coque Malla el sábado en Escenario Santander; «yo ya no quiero comerme el mundo», añadía. Sin embargo, los tiros parecían ir por otro lado, porque el artista llegó más reivindicativo que nunca, empeñado no solo en defender ... su nuevo disco sino, sobre todo, en hacerse escuchar.
Así que, en cuanto tomó la palabra, advirtió que iba a interpretar completo 'Aunque estemos muertos'. A buen seguro era consciente de que el numeroso público –se habían despachado novecientas setenta localidades, el aforo completo– había acudido con otras expectativas, así que de inmediato les tranquilizó: «después tocaremos las canciones de las bodas, de los bautizos, las de Los Ronaldos, os lo prometo; podéis sacar los móviles, bailar…». Así que pidió que el personal se olvidase un rato de las pantallas y de la barra durante ese primer tramo de concierto. A priori, parecía que Malla no llegaba en las mejores condiciones, enfundado en la «bota de Robocop» –según anunció en redes, a principios de mes se había roto el quinto metatarsiano del pie izquierdo–; pero en cuanto paró la música clásica y salió al escenario se pudo comprobar que la fractura le podría restar movilidad, pero ni un ápice de energía. Le dio igual estar sentado en una silla y tener que reposar el pie maltrecho sobre un cojín: no paró de moverse durante casi dos horas. Lo de tocar el disco completo ya parecía un poco más arriesgado, pero se lo tomó muy a pecho; tanto, que logró que el directo superase con creces al registro de estudio, sobre todo en pegada.
Y en especial en la canción inicial, un 'Hablo con los muertos' de ritmo creciente en el que el riff acaba envenenándose hasta adquirir un tono blusero que, junto al efecto de iluminación –Malla aparecía completamente en rojo– lograba una atmósfera de lo más hipnótico. Arropado por una banda consistente y por momentos brillante, el músico iría desgranando los diez temas diez del nuevo disco; en 'Blablaba', soltó la guitarra –iba alternando la acústica con una Gretsch, una Strato y una Telecaster– y se vendó los ojos, para interpretarla con cierta dramatización. Pero el sino de los artistas consagrados suele ser inevitable: su público no recibe las nuevas canciones con la misma pasión con que ansía las clásicas. Así que el murmullo fue creciendo, mientras el artista pedía silencio.
Primero se llevó un dedo a los labios, sin demasiado resultado. Luego optó por la gracia: «Perdonad: ¿os importa que cuente alguna cosa mientras habláis?», preguntó a dos espectadores. Después optaría por el tono didáctico: «la música es silencio; si hay un murmullo se pierde la magia». Parte del público le ovacionaría, pero mientras interpretaba en solitario la parte acústica del repertorio acabaría por ponerse serio, girando el micrófono y cantando sin megafonía. Finalmente, logró el silencio. Y luego un aplauso atronador, claro.
Los hits, salvo un 'No puedo vivir sin ti' tal vez demasiado tempranero, no llegarían hasta superada la hora de concierto. El momento 'viaje al pasado' lo protagonizaron un 'Adiós papá' y un 'Por las noches' coreados masivamente por una concurrencia que ya llevaba algunas décadas al otro lado de la trinchera. Cuando más arreciaban los aplausos, Malla en cambio recordó tiempos peores: «¿Dónde estabais cuando iba tocando por los bares y solo venías veinte?», dijo recordando una actuación junto a Nacho Mastretta en el Rockambole. Sin rencores, el público disfrutó del último tramo del concierto y el artista cerró la noche con otro guiño para nostálgicos en el bis, 'Guárdalo' y otro clásico de su carrera en solitario, 'Me dejó marchar'.
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