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Más que un espectáculo musical, lo que Macaco ofrece en sus actuaciones es una forma de estar en el mundo y de entender la vida. Una propuesta que combina ritmos energéticos y melodías adictivas con pensamientos y reflexiones encapsulados en forma de estrofas o estribillos, ... o sencillamente en mensajes directos.
Una vocación humanista y una apuesta por el buen rollo que no está reñida en absoluto con la profesionalidad. Tanta, que al comienzo del concierto, con puntualidad británica, todavía no había llegado al Bulevard el grueso del aforo. Mal día, eso sí, para los retrasos, porque uno de los platos fuertes, el celebérrimo 'Moving' sería la segunda canción.
Para entonces, o incluso antes, la afición estaba entregadísima. Macaco –esto es, Daniel Carbonell, también conocido como 'El Mono Loco'– había llegado escoltado por su banda multicultural, con el micrófono en el bolsillo, su inseparable gorra y una sonrisa que no se le borraría en toda la noche.
Se notaba que, desde aquel concierto bajo el diluvio en 2015, le cogió cariño a Torrelavega, y las menciones locales fueron constantes. El barcelonés, en plena forma –los cincuenta y dos son los nuevos veintidós, parecía demostrar– adoptó enseguida esa postura semiflexionada que le caracteriza, y que a cualquier mortal de su edad nos llevaría directamente a la consulta del fisioterapeuta, y empezó a desgranar canciones que eran recibidas como himnos por la concurrencia: 'Lo quiero todo', 'Tengo'…
Pero la propuesta de Macaco no era solo música y baile, sino que junto a lo festivo también pretende transmitir su mensaje, por lo que se recrea en las presentaciones. Le gusta contar, y lo mismo habla de su infancia que de su visión del mundo, de su apuesta por la convivencia el multiculturalismo. O de esa particular religión del buen rollo y el amor que él mismo parece abanderar. Eso sí, Carbonell predica con el ejemplo, y en mitad de 'Love is the only way' saltó al foso para darse un baño de multitudes en un Bulevard ya entonces repleto hasta la segunda pantalla gigante, y más allá.
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Que calaba su mensaje de paz y amor era evidente en las primeras filas –las primeras cincuenta o sesenta, al menos–, que recitaban de memoria y celebraban todas sus intervenciones. Pero cuando el músico se ponía más festivo y pedía movimiento, ruido o palmas, entonces sí que era masivo el 'moving'. Buen rollo y compromiso sí, pero ¡alegría también, que estamos en fiestas!
Claro que la juerga se daba recíprocamente a ambos lados del foso: los músicos hacían coreografías –algunas con mucho 'core' y sentadillas– y hasta lanzaban los instrumentos al aire; de hecho, la Stratocaster a punto estuvo de escaparse tras un vuelo sin motor de tres metros.
Macaco, por su parte, se movía por el escenario con ese baile particular que honra a su apodo, y hasta tuvo la osadía de interrumpir la música a medio concierto y recitar un poema. Bueno, en realidad era el texto de 'Quiéreme bien', su éxito junto a Leiva, pero ¿qué otra cosa es una canción sin música, sino un poema? En cualquier caso, resultó toda una valentía, en estos tiempos, que vino a demostrar que la palabra desnuda todavía puede mover el mundo.
El segundo interludio, y quizás el más divertido, sería una sesión de beatboxing, en homenaje al padre del cantante, que adoraba el jazz. «De pequeño jugábamos a esto», contó antes de empezar a imitar con la voz instrumentos de metal.
Rebasado el ecuador de la velada, anunció a un invitado: Muchacho, «para muchos, el mejor guitarrista de rumbas del mundo ahora mismo». En realidad, el músico llevaba todo el concierto en el escenario, pero Macaco le puso bajo los focos. Y aprovechó bien sus minutos de gloria, convirtiendo a su guitarra aflamencada en un instrumento también de percusión. Mucho talento el de Muchacho, que acaba de sacar un nuevo single, 'Quan balles tu', junto precisamente a La Pegatina, los protagonistas de la jornada anterior.
Como amago de despedida, cayó el premio gordo. 'Con la mano levantá' no solo es un clásico moderna, sino que convierte al artista en una especie de flautista de Hamelín, o de Torrelavega, en este caso: pone al personal primero a cantar, luego a bailar y después a saltar para, poco a poco, ralentizar el ritmo y convertirlo casi en una balada, terminando de rodillas, en un giro muy emotivo. El público, claro, terminó con las manos rotas, mientras el escenario se sumía en la oscuridad.
La vuelta se haría de rogar, pero al final cayeron los bises. Y además, con 'peticiones del oyente'; en este caso, vía Instagram. El músico refería agradecido que «gracias a vosotros, al boca-oído, esta canción lleva ya cuatrocientos millones». Imaginamos que de reproducciones en diferentes plataformas. Era 'Coincidir', que cantó alumbrado por miles de mecheros y linternas de móvil.
El fin de fiesta lo pondría 'Bailo la pena', cuando ya se arrancó la camisa para despedirse, en plena euforia, brindando «por la música en directo, por la cultura». Eso sí, habiendo dado antes las gracias a todo su equipo, desde los técnicos hasta el último roadie. Buen rollo de verdad, que se remató con un selfie «para el Insta, de postureo» y los saludos con el 'Jump around' de House of Pain de fondo… y el Bulevard saltando, todavía en pleno subidón.
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