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Nada más saltar al campo Danza invisible –porque 'jugaban' a domicilio, en el estadio del Charles– ya se estaban despidiendo. Y no porque tuvieran prisa, sino porque no todos los conciertos son el último. El broche a más de cuatro décadas sobre los escenarios. Y ... quiso la casualidad, o más bien el buen hacer de la promotora Imago, que el cierre de la gira de despedida, 'Sin decir adiós', de solo doce fechas, terminase en Laredo que, como comentaba con mucha gracia el líder de la banda, Javier Ojeda, «mirando el mapa de España, es el punto más alejado de Torremolinos, donde empezamos».
Abajo, la afición bramaba. Más de cinco mil personas llenaban el césped, con un ambiente ya más que caldeado por La Frontera, con un concierto trepidante que Javier Andreu cerró al grito de «¡Viva el punk!».
Los Danza, en cambio, estaban más por la fiesta. De despedida, pero fiesta. Casi en orden cronológico irían desgranando un repertorio que incidía sobre todo en su primera época, con grandes clásicos como 'Mercado negro', 'Agua sin sueño' o 'La estanquera del puerto', mientras de fondo proyectaban portadas de discos y fotografías antiguas de la banda.
Grandes dosis de nostalgia que contrastaban con la energía desbordada de Ojeda. Más hiperactivo que nunca –y ya es decir–, el cantante recorría las tablas sin descanso, se subía a los monitores y hasta llegó a dar un par de vueltas corriendo al escenario. Y en media docena de ocasiones saltó al foso y se encaramó a la valla para repartir choques de palmas y hasta recibir alguna confidencia al oído de los fans de las primeras filas. Quién sabe qué le dirían, pero es que es imposible no contagiarse de su entusiasmo.
Pero no solo estuvo imparable en la coreografía, sino también al micrófono. Y es que aquello parecía una despedida irlandesa; o sea, una celebración. No era para menos, porque como bien recalcó la banda no se separaba por que se llevasen mal –«Nos queremos una jartá»–, sino porque el calendario no perdona.
Si siempre han sido un grupo elegante, en la despedida se han superado. Toda una muestra de poderío, con ocho músicos en escena, y hasta un técnico ilustre a los mandos, el mítico Floren de Rockola. Un sonido espectacular para irse a lo grande. Hasta cuatro guitarras simultáneas para que himnos como 'A este lado de la carretera' o 'Sin aliento' sonasen como un tiro. O el 'Sabor de amor' que el público pidió con insistencia en el receso del primer amago de retirarse.
Claro que Ojeda no quería sentimentalismos, y aunque dedicó mil saludos –entre otros al alcalde, que coreó todas las canciones–, estaba por encender los ánimos y no solo habló de sus andanzas por 'the streets of Laredo', sino que en los bises acabó por arrancarse la camisa y seguir a pecho descubierto, mientras se lucía con un registro vocal envidiable.
Hasta veintitrés canciones, en casi dos horas. La única que no tocaron fue aquella de «hay una fiesta después de la fiesta». Tal vez por eso, precisamente, porque no esta vez sí que sí, o no que no: no habrá más fiestas. O quién sabe, porque se despidieron de su público a ritmo de los Jackson 5. Sonaba 'I want you back'; o sea, «quiero que vuelvas». Y ya cantaron ellos que «Nunca es la última fiesta».
En cualquier caso, Javier Ojeda seguro que continuará en solitario, porque dejó bien claro que le queda cuerda para rato.
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