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De no haber sido por los móviles, y porque nadie fumaba, la noche del jueves en el New hubiera sido el dejá-vu perfecto. Esa sensación de 'esto ya lo he vivido, pero hace por lo menos cuatro décadas'. Y la ambientación no podía ser más sencilla: un garito rockero, mucha cerveza, mucha, amplis de válvulas, guitarrones retro y unos cuantos kilovatios de juventud desbordante.
Sí, eran los californianos Uni Boys desembarcando en el New, dos años después de su primer asalto. Recién llegados de Bilbao y su veni, vidi, vinci en el Kafe Antzokia, seguían ruta en una gira española de diez fechas, diez para presentar 'Buy this now!', su segundo elepé oficial, o el cuarto si contamos los dos autoproducidos con los que llamaron la atención de Curation Records.
A pesar de que todavía estén en edad de ir a la facultad, la 'uni' de estos 'boys' no procede de la universidad, sino de 'Uniform', el nombre original del grupo cuando Reza Matin y Noah Nash todavía iban al instituto y descubrieron el punk rock. Y luego el power pop. Y después la new wave. Y debió de gustarles tanto que decidieron no pasar de ahí. Como si el mundo se hubiera detenido a principios de los ochenta, en lo más alto de la nueva ola.
El jueves, sin embargo, cada uno lucía uniformes diferentes: Nash, melenita lacia a lo Tom Petty y cinta arcoiris en la Rickenbacker. Matin, rizo afro y entallados glam. Como en aquella vieja banda, los dos componen, tocan la guitarra y se alternan cantando. Una competencia-cooperación de lo más productiva, que se complementa con Michael Cipolletti al bajo y la simpatía y el duro Arthur Fitch a la batería y el bigotón setentero.
Claro que la estética de poco valdría sin el refrendo del sonido. Pero solo hacen falta diez segundos para descubrir que hay mucho más que revival en este grupo. Y eso que juegan al despiste: el concierto arranca con un toque sixtie. Pero pronto se irán uniendo reminiscencias de Dick Dale, desparrame a lo Dictators o New York Dolls, y hasta ecos oscuros de los Cramps. Todo un recorrido casi cronológico en el que las melodías y los juegos vocales se superponen al ritmo acelerado con el que los Ramones cambiaron el mundo, en auténticos pildorazos de poco más de dos minutos que parecen clásicos instantáneos:
Una veintena de canciones –incluyendo tres inéditas, entre ellas una prometedora 'Victim of myself'– en poco más de una hora, que se haría realmente corta. Como ellos, que se harían los remolones con los bises; algo comprensible, porque lo único que falló en la velada fue el público, pero era difícil competir contra un España-Italia.
Para los que elegimos disfrutarles, la única duda fue si canta mejor Noah o Reza, porque lo demás son certezas: que su verdadero fuerte es el directo, con una energía difícil de reproducir en estudio. Que por algo se los lleva de gira Paul Collins, siempre apostando por el nuevo talento. Y sobre todo, que en un mundo perfecto su 'Let's watch a movie' sonaría a todas horas en la radio.
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