Carlos Núñez: «El trap también tiene ritmo de muñeira»
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El gaitero gallego reedita el disco que lo catapultó a la fama, 'A Irmandade das Estrelas', 25 años después, con colaboraciones de Rozalén, Andrés Suárez, Iván Ferreiro o los productores gallegos de C. Tangana
Quizá por aquello de la fuerza necesaria para hacer sonar un instrumento tan orgánico como la ancestral gaita, Carlos Núñez derrocha la energía de tres o cuatro seres humanos a la vez. Transmite, este gallego convertido en estandarte internacional de un género, una constante curiosidad ... y pasión por la labor que le ocupa desde hace décadas.
Precisamente ahora se encuentra embarcado en una simbólica gira: la que celebra los 25 años del disco 'A Irmandade das Estrelas', una rareza en aquel entonces, que lo catapultó a una fama planetaria más allá del folk.
En esta edición revisada, ha contado con la colaboración de artistas como Rozalén, Andrés Suárez, Iván Ferreiro, Tanxugueiras, Fon Román, Glen Hansard o los productores gallegos Dani Ble o Royce Rolo. El resultado es una renovada visión de las canciones que cambiaron la escena folk.
- Cuando se para a pensar que han pasado 25 años de aquel primer trabajo, ¿qué siente?
- Una sensación muy agradable. Cuando yo empezaba, todo esto parecía imposible. Nací en Vigo en los 70, empecé a tocar la gaita pequeñito, en la escuela. Enseguida llegaron los 80 y en aquel momento surgió la movida; había que ser modernos, España había estado cerrada mucho tiempo y todo era rock. Claro, tocar la gaita en los 80 y soñar con dedicarte a ello, y ser un artista que viajase por el mundo era imposible.
- Pero se tornó real
- Hubo algo que fue positivo para mi generación; por nuestra educación, durante la adolescencia estuvimos concentrados y cerrados estudiando en el conservatorio, con nuestros maestros de la tradición. Mi recuerdo es ese. Casi como 'El nombre de la rosa', estuve confinado estudiando, hasta que el sol salió en los 90.
- ¿Qué ocurrió entonces?
- De pronto la música celta se pone de moda en todo el mundo. Mis maestros The Chieftains, que yo había conocido con 13 años en Irlanda, de pronto tuvieron acceso a las grandes estrellas de la música. Un día grababan con los Stones, otro día con Sinead O´Connor, otro día Sting estaba en la primera fila del Carnegie Hall aplaudiendo. Vi que toda aquella gente tenía un enorme respeto y un cariño hacia la música tradicional. Eso no era lo que yo había vivido en España, pero pensé: yo quiero lo mismo.
- ¿Y lo consiguió?
- Con el éxito de aquellas giras, firmé contrato discográfico con BMG. Todo cambió y saqué 'A Irmandade das estrelas'. Invité a Luz casal, Dulce Pontes, Ry Cooder… 25 años más tarde creo que hay una generación de artistas que siguen esa escuela y me encanta. Rozalén, Andrés Suárez, que canta una cantiga medieval del siglo XII, los colaboradores gallegos de C. Tangana con los que hacemos la unión entre la muñeira y el trap… De alguna manera, están siguiendo aquel sueño.
- ¿Cuando grabó ese disco se planteaba que pudiera lograr tal éxito?
- En mis sueños profundos sí esperaba que pasase. Yo lo vivía en mi gira con los Chieftains. Te ves con 23 años tocando en el Carnegie con The Who, haciendo rock and roll con la gaita. Los medios decían cosas maravillosas. Estaba pasando en Estados Unidos. ¿Cómo no iba a pasar en España? Llegué todo lleno de energía. Aquellas giras fueron como un viaje iniciático. Algo cambió incluso en mi forma de tocar. No se puede mover el pie ni exteriorizar el ritmo, nos decían en la escuela. Después de aquellas giras, mi pie volvió a volar como cuando era pequeño y volví a expresar lo que sentía.
- Parece difícil lograr estarse quieto ante el contagioso ritmo de una gaita...
- La flauta, que es un amor platónico, fue mi primer amor, con el que descubrí cosas siendo un niño. Antes de ser hombre, fui flautista y gaitero. Sentí el amor con la música. Son cosas muy profundas. La gaita me fascinó por su energía. Se desprende de un instrumento que lleva mil años en nuestra tradición. Tiene su sabiduría, sus códigos, es algo muy antiguo.
- ¿Le costó en algún momento gestionar esa ola de fama y visibilidad?
- Fue tan duro conseguir poner el sueño en funcionamiento, el proceso, todos esos años 80, que relativizó lo demás. La educación que tuve con los maestros de la tradición, que tienen detrás toda una serie de códigos, que me hacen imaginar a los aprendices de druidas o los maestros canteros...Era todo un sistema iniciático. Era súper importante esa modestia y humildad. Te decían enseguida: lo importante no eres tú, sino la misión que tienes entre las manos, que no desaparezca la tradición. Te sentías parte de una cadena. La primera vez que me sentí artista fue en el festival Interceltique de Lorient, con 13 años. El público quería ver un artista y esa sensación me cambió la vida. Eso no lo había vivido en casa. Éramos como samurais. Educados para que aquello continuase.
- Es inevitable hablar de la desaparición de Paddy Moloney hace pocos meses. ¿Ha supuesto perder un maestro, un amigo, un referente?
- Aún no nos lo podemos creer. A Paddy se lo llevó la tristeza. Fue traumático que la gira por EEUU no llegase en San Patricio a Nueva York por el covid. Llevaba una vida haciendo esa gira. Era una tradición. Por el covid de cerró el país y él dijo algo así como: esta seguramente ha sido la última. Cayó como en depresión. Le pudo la pena de estar dos años sin salir de casa y sin hacer música. La despedida fue muy bonita. Estaban todos los amigos, músicos e incluso el presidente, Michael Higgins. Fue muy impresionante. Aprendí que los irlandeses se burlan de la muerte. Tienen una forma de despedir a los suyos muy parecida a como era un nuestro país hace años. Estaba en su casa, en una cajita de pino y los amigos pasaban por allí, comían, bebían...Era una fiesta. Su mujer, Rita contó que pidió que al morir le pusieran un thin whistle en la chaqueta, algo que llevaba siempre consigo. Lo que más me sorprendió es que no le pusieron el bueno, ese se quedó en casa. Ese humor ante la dificultad me pareció grandioso.
- Vayamos a las colaboraciones. Nuevos estilos y nuevos protagonistas, no tan cercanos a la música gallega. ¿Cómo hizo la selección?
- Me pareció que 25 años después había toda una generación de artistas que estaban, de alguna manera siguiendo la estela de aquel disco. En aquella época era una rareza que una estrella de rock como Luz Casal grabase una canción como 'Negra Sombra' y que le aplicásemos la guitarra eléctrica de Ry Cooder. Ese ha sido mi modus operandi en todos estos años. Durante 25 años he hecho una «irmandade das estrelas» con artistas de diferentes estilos, dejando que cada uno aporte su visión a la música tradicional, que así es como aprendes.
- ¿Cómo surgió la idea de retomar el proyecto?
- Me llamó José María Barbat, el capo de Sony Music. Fue el jefe de producto de 'Irmandade das Estrelas' y me propuso hacer un disco nuevo. Yo no estaba preparado. Durante la pandemia hice un libro de transcripciones del repertorio de los gaiteros antiguos, que me ha supuesto 30 años de trabajo. Hice cosas más en plan social, vídeos divulgativos, pero ni lo había pensado. Pero dije que sí y lo grabamos en un mes, cuando normalmente es un proceso que me lleva 3 años. Le pregunté quién podría sentir un amor de verdad por el folclore y fueron surgiendo nombres. Rozalén, Andrés Suárez o los productores de trap; una música que llevaba años diciendo que en la zona rapeada son ritmo de muñeiras. Lo increible es que está todo ahí.
- A la vez ha estado trabajando con 'Celtic Beethoven', un ejemplo de que la música tradicional está en más registros de los que podemos pensar
- Bueno, eso ha sido un regalo que nos había dejado Beethoven muy bien escondido. Lo descubrimos de gira por Alemania, en Bonn en un viaje y después en Viena, años más tarde, en su casa de Viena encontramos más partituras. Casi 200 obras de música celta que había compuesto en sus últimos 15 años. Los mejores. Vio en esas músicas algo que se salía fuera de la cabeza de un alemán. Era el rey de las armonías y las sinfonías, que es casi una ciencia. Pero todo esto se salía de su raciocinio. Esta música le proporcionaba cuestiones cuya respuesta modernizó su música. Imaginó un mestizaje cultural que se adelantó cien años a cosas que ocurrieron con el blues o el rock más tarde en Estados Unidos. Nos han vendido que nacieron allí muchas cosas que cien años antes ya había conseguido Beethoven. Escuchas blue notes como en el blues, bordones como en las sinfonías, ritmos de giras o el back beat de la batería de rock and roll hecho con cuerda.
- Esa labor de búsqueda que realiza mientras trabaja en su música, es una ¿constante?
- Por supuesto. Es una carrera contra el agotamiento, porque cuando estás de gira, en tour, como se dice en Francia, como si fuera de ciclismo, es una carrera de aguante hasta el final. Tienes que dosificar muy bien las energías. A veces estás machacado, pero te puede la curiosidad de aprender y siempre vale la pena. El secreto para sobrevivir en las giras es llevar una vida sana, dormir, esa parte samurai de la que hablábamos.
- ¿Cree que ha contribuido a reforzar ese concepto de hermandad?
- Total. Acabas de dar en la clave de todo esto. Me di cuenta de que esa hermandad, como en el nombre del disco, que se lo puso Manuel Rivas, es un concepto muy nuestro, que utilizó muy sabiamente Alfonso X el Sabio, fue aplicada al crecimiento del país hacia el sur. España se fue fundando con la sabiduría de la mezcla, algo milenario que está en el Atlántico desde hace miles de años. Eso no ha sido una cápsula cerrada ni un mundo de brujas, meigas y brumas, sino el mar que ha mezclado el Mediterráneo y el mar del Norte durante miles de años. Creo que esa es nuestra gran aportación al mundo. Esa hermandad. Lo llevamos en las venas. Y esa sabiduría, esa capacidad de hacer una familia y estar continuamente creciendo es un tesoro.
- ¿Qué le queda por hacer?
- Muchos proyectos. Vamos a llevar todas estas canciones por la gira, el Celtic Betthoven lo haremos en Viena, irán despertando las giras internacionales, pero tengo un sueño pendiente que incluye también a Cantabria, porque creo que es hora de que despierte esa cordillera cantábrica. Esa división del país en cajitas ha sido muy interesante a muchos niveles, la gente ha estudiado más de lo suyo, pero se ha perdido la sensación de conjunto. No hablo solo de España, sino en el llamado 'grand ouest'. Queda una energía en ese Atlántico; Irlanda, Bretaña, País Vasco, Cantabria, Asturias, Galicia...que siempre ha estado conectado y ha guardado tradiciones muy antiguas. Es muy importante lo que consiguieron los festivales celtas, hermanar con sentimiento y con pasión. Cantabria, que tiene música, tiene que formar parte de todo eso, aprovechando su posición. Así como el flamenco ha sido capaz de unir todo el mediterráneo, el atlántico está dividido y es el momento de hermanar y darle vida.
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