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Se muestra convencido de que «el jazz ha abierto el oído y la mente al mundo del arte desde las vanguardias históricas». La música «es ... la rueda del tiempo», sostiene. Javier Díaz, exprofesor, ensayista y articulista publica 'El jazz y las artes' (Ediciones La Bahía), «una obra de círculos que se corresponden entre sí, en cuyo centro están los artistas». El martes presenta su libro en el Aula de Cultura de El Diario, cuyas páginas acogieron sus ensayos sobre las interacciones de la música y los lenguajes artísticos.Durante su trayectoria académica y como activista cultural ha publicado numerosos textos como 'La estructura social del mundo de la vida cotidiana y la construcción del sentido en las artes de los Estados Unidos de América (1940-1964)', y decenas de artículos científicos y ensayos. Asesor de imagen y comunicación de la Junta del Puerto y coordinador del Palacete del Embarcadero en los ochenta, es autor de 'La senda del extrañamiento', y fue el artífice de la radiografía 'Elementos para un diagnóstico del sistema cultural de la ciudad de Santander'.
-Una cuestión tan personal como lógica para llegar a la escritura de los textos compilados en el libro. ¿Qué supone el jazz en su vida?
-Siempre he escuchado música de todo tipo. Pero la música a la que más atención he dedicado como aficionado, gestor cultural e investigador es el jazz. Decía Blaise Cendrars que el jazz no es solo música, es también una forma de vida. Este libro nació reflexionando sobre la portada del disco John Cage meets Sun Ra, un collage de Jon Hunt titulado Fluxus Mandala. Siempre me ha fascinado el círculo como figura geométrica y representación simbólica. Escribí estos ensayos con imágenes circulares de los Delaunay, Kandinsky, Moholy-Nagy, Johns, Noland y Art and Language delante. Esta es una obra de círculos que se corresponden entre sí. Y en el centro de ellos, los artistas.
-En lo académico y lo cultural, ¿Qué nos enseña el jazz en su interacción con las artes?
-En los ochenta, Ran Blake, un gran jazzman influido por el cine, indicó que la música es un arte auditivo. El jazz es música de las esferas y de la vida cotidiana. José María Fonollosa llamó a este género musical 'el oscuro milagro del siglo veinte'. El jazz ha abierto el oído y la mente al mundo del arte desde las vanguardias históricas. La música es la rueda del tiempo.
-¿Esta música sigue penetrando el tejido cultural contemporáneo o se ha convertido en un elemento culturalista colateral y muy manipulado a la hora de gozar de protagonismo en el sistema cultural?
-En 2023, John Zorn, Darius Jones, Myra Melford, Darcy James Argue's Secret Society y Billy Childs, por ejemplo, han grabado espléndidos discos influidos, respectivamente, por la obra de Remedios Varo, Fluxus, Cy Twombly, Buckminster Fuller y el cine negro. Y FMP, el legendario sello alemán de jazz avant-garde, ha sido objeto de exposiciones recientes en Munich y Berlin y de un libro editado por Markus Müller, un documento de gran relieve analítico y gráfico. La exposición de Val Wilmer en Londres, la gran fotógrafa e historiadora del jazz y la música afroamericana, fue todo un acontecimiento el año pasado.El jazz sigue penetrando el arte y la cultura de nuestro tiempo.
-¿No se abusa del jazz como coartada de prestigio para ornamentar determinadas propuestas?
-El jazz siempre ha deambulado entre la luz de la forma y la sombra del contenido. Las coartadas de prestigio pertenecen al juego de la legitimación cultural y al ámbito del negocio musical, pero esas dimensiones operativas no explican la música como arte, como Ornette Coleman dijera a Philip Glass. Estas son las cosas que no entienden los positivistas, los marxistas y los estructuralistas.
-¿La contradicción, dialéctica y antinomia entre alta cultura y cultura popular ha hecho mucho daño?
-Esa es una polémica ya muy antigua, justamente pulverizada por el jazz, el cine, la fotografía y otros medios expresivos en la última centuria. Es uno de los elementos recurrentes del libro, una circunstancia que ha enmarcado la vida de los artistas y el pensamiento artístico y cultural de la modernidad.
-Elija y fundamente tres nombres que considera esenciales en la historia del jazz y uno que califique como el mayor transgresor.
- Louis Armstrong es el origen, Duke Ellington representa la transición hacia la alta música popular y John Coltrane condujo al jazz a un territorio conceptual, espiritual e instrumental del que no se vuelve. Cuatro innovadores: Thelonius Monk, Charlie Parker, Lennie Tristano y Cecil Taylor. Y siempre ellas, Ella, Billie, Sarah, Carmen y Lee.
-¿Por qué Santander no ha gozado de un festival de jazz estable como otras capitales vecinas, pese a demostrar que existe una afición arraigada?
- Los gestores de la Atenas del Norte estaban fuera del campo de la contemporaneidad. Era como hablar con un muro. Les decías que había que hacer un festival de jazz y traer a Gerry Mulligan y Anthony Braxton y te respondían que quienen eran esos tipos. Era un diálogo de besugos. A pesar de ello, en Santander ha habido una valiosa programación, más o menos regular, de jazz en diferentes espacios públicos y privados desde 1981. Y el Drink tuvo mucho mérito en aquella España de principios de los sesenta que Leonard Feather calificó como un desierto jazzístico.
-En síntesis, ¿cómo describe la evolución del jazz tras la entrada del nuevo milenio? ¿El mercado ha restado esencia a la propia libertad intrínseca de este lenguaje?
-El jazz actual goza de una gran vitalidad. Hay veteranos en un gran estado de forma y jóvenes de gran talento y proyección. Han nacido nuevos sellos discográficos, revistas, festivales, clubes, espacios institucionales...fuera de la corriente central y dentro de ella. Y la enseñanza y la investigación sobre esta forma artística universal vive un momento dorado. Lo que sucede es que el peso del pasado es, como en el resto de las artes, abrumador. En el ethos jazzístico, la palabra 'mercado' tiene un significado secundario.
-¿Qué radiografía hace del Santander cultural en este arranque de 2024?
-La configuración de Santander y Cantabria como un distrito-clúster cultural de relevancia internacional es un asunto de gran envergadura. Esta gran transformación implica desarrollar iniciativas orgánicas, territoriales, urbanísticas y comunicativas a la altura de los proyectos culturales que están en construcción.
-¿Da la sensación de que algunos han querido borrar las claras señales de su diagnóstico cultural realizado sobre Santander y Cantabria?
-Expuse en aquel informe (2013) dos argumentos fundamentales: el primero, estamos en la antesala de un proceso irreversible de cambio urbano-cultural; y, segundo, dependemos del conocimiento y la acción dialógica, transpartidaria, para materializar con éxito esa alteración histórica. El objetivo final debería ser que el pensamiento, las artes y las ciencias florezcan gracias a esa mutación y que esa tríada induzca nuevos marcos de riqueza. Ciertamente, a algunos, a los actores localistas y contra-ilustrados de todo tipo, les irrita este modo pluralista de pensar y de afrontar la vida cívica.
-¿Si le encargaran ahora un nuevo relato sobre tendencias y estados posibles de la vida cultural, sería muy diferente de lo que argumentó y expuso en su momento?
-En aquel momento, el Centro Botín no estaba terminado. Tampoco estaban previstas las infraestructuras culturales en curso. El contexto es muy diferente. Entonces se trataba de arrancar, ahora hay que formalizar un nuevo modelo de ciudad y región. Sin embargo, persisten algunos elementos del pasado, que entonces describí. En cualquier caso, mi visión de la situación ha evolucionado. Puedo ayudar en este terreno, pues he invertido mucho tiempo en ese espacio cognitivo, lo cual era mi obligación como profesor de la UC, pero mis intereses textuales y vitales actuales caminan, definitivamente, en otra dirección.
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Ana del Castillo
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