Igor Paskual- Músico y escritor
«Las letras permiten a los críticos opinar de algo de lo que no podrían: la música»Secciones
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Igor Paskual- Músico y escritor
«Las letras permiten a los críticos opinar de algo de lo que no podrían: la música»El término lírico procede de lira. Poesía apropiada para el canto. A partir de ese concepto, Igor Paskual (Donosti, 1975) traza un diálogo entre artes. El escritor y músico afincado en Asturias, abrió ayer el ciclo de conferencias 'La letra con música entra: ecos literarios ... en la música actual» que desarrolla la Universidad de Cantabria a través del Aula de Letras. El guitarrista y cantante caso abordó dos corrientes que le son naturales: el pop y el rock.
–En qué género hay más ecos literarios, ¿en el pop o el rock?
–Es una excelente pregunta, una de las claves. ¿Qué sucede? En la Edad Media, el Renacimiento, incluso el teatro griego, 'La Iliada' empieza con un canto. Es una lucha constante por saber qué pesa más, si el texto o la música. Siempre una condiciona a la otra. Siempre. Y más cuando hablamos de música.
–¿A qué se refiere?
–Hay algo que mucha gente no quiere entender, que es que el texto que está pensado para ser leído, nada tiene que ver con el texto que está pensado para ser escuchado. Sin el grano de la voz, sin la intención, no se entiende nada. El pop tiene un tipo de melodía, de lírica, de recorrido de frase, que permite al castellano, con frases largas, con la unidad mínima que casi es el octosílabo, funcionar muy bien.
–¿Y el rock?
–El rock and roll nace muy ligado en inglés, tiene más monosílabos y al castellano le cuesta acomodarse. Nuestros grandes letristas, en general, han tenido más que ver con el pop, que bebe de la copla, de músicas latinas, del folk, del country… Es un tipo de acento que permite que en el español, las letras se acomoden mejor; el 80% de nuestras palabras son llanas.
–¿A quién mencionaría como ejemplo de buena ejecución?
–Ilegales es un ejemplo de gran letrista en español o Loquillo con Sabino Méndez, no porque yo toque con él, ojo, en los 80, sería otro buen ejemplo de letras bien narradas, muy directas, pero que acentuarlas requiere un esfuerzo mayor que la naturalidad del pop o el folk, que es más fácil. Ha sido siempre el reto de Santiago Auserón: ¿cómo podemos hacer el que verso en español entre en un compás tan binario y urgente como el del rock, que acentúa en el dos y nosotros lo hacemos en el anterior, en la llana? Aunque el italiano es más complicado aún, porque son todo esdrújulas (ríe).
-¿Cambiaría el efecto de las composiciones de Sabino Méndez para Loquillo con respecto a las adaptaciones hechas de los versos de Luis Alberto de Cuenca?
-Sí, las composiciones de Sabino son una traducción al castellano de lo que podía ser el punk o el pub rock de los 80. Cuando música los poemas no tiene nada que ver. Es una prosodia mucho más larga, menos urgentes, con unas pausas que permiten meter más frases.
–¿Se fija mucho en estas cuestiones como compositor y como oyente?
–Sí, soy un obseso de los acentos. Por ejemplo, Antonio Vega es un compositor que en su primer disco en solitario, o en Nacha Pop, que tenía pop urgente, acentuaba de manera natural, casi fónico. Yo me fijo muchísimo; me parece importante que haya ritmo. Tanto en la poesía sin música, incluso sin verso, que lo tenga. Pero hay otros autores, como Nacho Vegas, que tiene una gran vinculación con la literatura, que quiebra las palabras por el medio, cambia los acentos y funciona igual. No es una ley matemática.
–Sobre los acentos, Darío Villanueva, exdirector de la RAE, nos decía que la polémica en torno a la tilde de la palabra 'solo' es una tontería, porque es algo que no se percibe al hablar. ¿Comparte esa visión?
–Me parece completamente tramposa la respuesta. Ha hecho una tres catorce poco propia. Debería tener más recursos para defender una decisión así. El texto leído no es el mismo que el texto hablado, pero en esta época de la historia es en la que más se escribe; post en Facebook, mensajes de Whatsapp… La gente joven escribe más de lo que habla.
–¿Es cierto que 'El retrato de Dorian Gray' le cambió la vida?
–Sí, sí. No daba crédito cuando lo leí. Todo lo que había aprendido de mis padres, que es una educación, no católica, de religión rigurosa, sino de respeto a los demás muy marcada, que cuando salí al mundo, desgraciadamente no me sirvió de mucho. En el mundo del rock tenías que ser un poco contundente y un poco cruel a veces. No estaba preparado para eso. Cuando leí 'El retrato de Dorian Grey', que es una apuesta por la belleza, por el arte, por la estética antes que la ética, donde se sostiene gran parte de nuestra civilización, me dejó marcado durante una década, a toda mi manera de pensar. Un libro te puede cambiar la vida. O al menos a mí me pasó. Oscar Wilde, en 'De Profundis', hizo la cara b.
–¿Esa evolución de una a otra obra podría trasladarse a alguien que vive en el mundo del rock y cambia su mirada?
–Sí. Una no se entiende sin la otra. La vida de una persona estaría incompleta sin ambas caras. Yo en parte me metí en el rock porque no quería escoger. Quería noche y día. Quería familia y excesos. Quería todo. Y por ello se paga un precio alto. El rock me permitía llevar una vida que tocase más lados que otras. O eso creía yo y al menos lo intenté. Esa manera de intentar que la vida sea lo más bella posible, fuera de consideraciones morales estaría muy incompleta sin pensar que la compasión no solo es ética sino estética y a lo que llega Wilde.
–En esa educación, ha dicho que también estuvo Leonard Cohen, un músico al que no se entiende sin su parte literaria.
–La pregunta del principio sigue siendo clave. Cohen me marcó porque lo escuchaba mi madre en casa. En Asturias le dieron el Premio Príncipe a las Letras. Para varias, protesté bastante, porque sus letras, per sé, no me parecen mejores que las de otros. Le hubiera dado el premios a las Artes, porque su manera de entonar, la manera en la que relaciona los acordes, las melodías, el grano de la voz, es lo que hace que esas letras cojan una dimensión que por escrito no tienen. Es un ejemplo de que el crítico musical prioriza el texto sobre la música.
–¿Por qué ocurre?
–Porque el texto le permite opinar de algo que si es la música, no podría. La música es más etérea, no tiene un código tan accesible para quien no esté formado. Puedes leer algo y saber si está bien o mal, pero si tienes que definir una canción, lo harás con sensaciones, pero no de otra manera si no tienes formación. Dylan es el ejemplo más claro.
-Es por quien le iba a preguntar. ¿Está más de acuerdo con su Nobel?
-Pienso lo mismo. Es un gran letrista y sus canciones se sostienen, pero donde está la gracia es en la narrativa y su desarrollo. No es que no lo merezca, pero hay un punto de marketing, de halago de los críticos al personaje hermético. Premian la parte sobre la que pueden opinar y Dylan tiene muchos textos, por tanto, pueden opinar más. Me flipa Glen Gloud, y todo el mundo habla de las 'Variaciones Goldberg'. Todavía estoy esperando a un crítico de un medio generalista que me diga por qué ese pianista es mejor que otros y esas variaciones son mejores. ¿Por qué se amarran a él? Porque es un personaje excéntrico, pero nadie me habla de la música, de cómo ataca las teclas, qué fragmento selecciona, a qué mano da más importancia según la sección… Es como hablar de fútbol, que es muy difícil, por eso hablamos de las pijadas que hace uno o de los árbitros, porque de fútbol no sabemos ninguno en realidad (ríe).
– Usted, precisamente, tiene perfil renacentista: hace música, escribe, habla de fútbol y ahora también de arquitectura en EspañArte
–En el fondo es todo lo mismo con diferentes formas. El fútbol tiene que ver con la música y el arte, es equilibrio de planos, de qué es lo que falta en un sitio y cómo lo compensas… Cuando hablo de fútbol utilizo metáforas musicales para entenderlo y al revés, porque creo que la gente lo entiende mejor. Realmente soy Historiador de Arte, ¡pero el rock and roll me aplastó y hasta hoy!
-Dice que sin pasión no hay placer y parece estar disfrutando con su multiplicidad de roles.
-En el arte sí. Y empezó en las giras de forma casual. Tengo la suerte de viajar mogollón. Nos vamos a Córdoba; pues aunque sea media hora me voy a la mezquita. E invito a quien quiera venir de la banda a verla y explicarla. Empezamos así y al final tengo a todos esperando en recepción de cada sitio. Siempre he agradecido que te cuenten las cosas. Todo es entendible si te lo explican. Yo ya tengo una edad, pero cuando empecé, eché de menos que alguien me enseñara. ¿Por qué tenemos que partir todos del kilómetro cero para alcanzar la cima del Everest y no de un campo base a siete mil metros?
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