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No para, pero tampoco quiere parar. Pablo López acumula ya una década haciendo lo que más le gusta, una labor para la que no escatima en adjetivos superlativos. El de Fuengirola ha publicado cuatro discos de estudio, un directo, es coach del talent show 'La ... Voz', desde 2017, en diciembre del pasado año publicó el primer adelanto del que será su próximo trabajo y ha compuesto no uno, sino dos discos para Raphael. Esta noche se reencuentra con su público cántabro en el Palacio de los Deportes de Santander (22.00 horas).
-El próximo año cumple 40. ¿Va llegando el momento de hacer balance?
-Tengo la suerte de que eso es una constante en mí. Las canciones no tienen edad. Tengo la suerte y el orgullo de que las obras que he ido haciendo se han ido manteniendo. Esta noche puedo tocar una canción que escribí hace diez años y que parezca de ayer. Mirar atrás es como mirar al presente constantemente para mí a través de esas canciones.
-Las canciones en las que viene trabajando últimamente y que van tomando forma de conjunto, las está dando a conocer poco a poco en directo. ¿Por qué?
-Porque es una manera nueva y viva de poder seguir expresándome por medio del oficio más bonito que hay, que es la música. Robarle al público un poquito de inspiración para que te ayude con ese último acorde, es un privilegio que solo los locos que vienen a verme me han permitido. Es una suerte y desde aquí les agradezco inspirarme de esa manera y conseguir que por fin acabe un disco.
-Esos locos fueron los que le siguieron en los 82 conciertos que dio durante la pandemia. ¿Más que un récord numérico es una demostración para uno mismo del compromiso con lo que hace?
-Sin duda. En un momento donde casi nadie salía de gira, nosotros salimos. Yo tengo esa necesidad natural; creo que un músico que precie, tiene la vida depositada en un escenario. A pesar de todas las restricciones, pudimos ver cosas que espero que no volvamos a ver, pero que fueron maravillosas. El público vino en masa a vernos. No tuvimos ni un solo incidente. Fueron solidarios unos con otros. Yo veía ese espectáculo y estoy muy orgulloso de haberlo visto.
-¿Tuvo miedo?
- El primer día sí. Estábamos en Barcelona, la gente estaba muy impactada y hubo un silencio absoluto, atronador, antes de empezar a tocar. Yo le preguntaba a mi mánager; ¿ha venido alguien? Todo el mundo separado, con las mascarillas. Pero para la psicología humana y cómo se comporta cuando hay música, nos queremos un poquito más.
-En 2019 decía que si alguien puede cambiar el mundo es con amor. ¿Sigue pensando lo mismo?
-Profundo hasta para ir a comprar el pan soy (ríe). Pero sin duda alguna. El abrazo y la solidaridad, la empatía y la humildad son armas muy poderosas que pueden parar toda la cara b que tiene el ser humano.
-¿Nos valen a nivel individual pero también como sociedad?
-Solo hay que mirar alrededor; no ahora, sino en todos los tiempos. Con el amor se llega a todas partes y es lo que he intentado brindar y repartir.
-Se va y se viene a todas partes, y, en su caso, a México de donde se trajo un animal que ha cambiado algunas cosas
-(Ríe) Me traje un colibrí en la canción y en la mente. Soñé mucho con ello allí, me lo tatué incluso. Y me siento feliz de ponerle alas y pico a las canciones, que son un poco como ese pájaro; casi imposibles de atrapar, pero que siempre traen buenas noticias y llevan a otras dimensiones.
-Cuando uno practica tanto como usted, con esa necesidad de tocar que expresaba previamente, ¿no acaba teniendo ciertos mecanismos automatizados?
-Hace diez años, cuando empezaba, pensaba si se me llegaría a pasar alguna vez, pero te digo lo contrario; ha ido a peor. Ahora tengo más nervio, más emoción, más sorpresa todavía. Esa constante revolución, esa ebullición que tiene uno cuando sale al escenario, hace que cada día sea nuevo.
-¿También resulta muy exigente?
-Sí que lo es, porque al final de día, uno tiene el reto de pelear contra sí mismo, cuando está intentando escribir, por ejemplo, para no copiarte, no repetir una fórmula que ha abierto puertas en muchos países. Yo creo que hay que buscar lo genuino siempre, y es difícil cuando estás rodeado de tus propias canciones, que te vociferan y te dicen que no vas a hacer algo tan bueno como ellas. Pero creo que la vida está llena de rincones que todavía no se conocen y la mente es un mundo maravilloso, que si se pone a prueba y se lleva al límite, ocurren cosas.
-¿Llevar sus composiciones al público de otros países es un ejercicio de verlas de un modo nuevo?
-En mi caso lo veo como la confirmación de que el largoplacismo en las canciones es necesario. Yo he tocado en Guatemala, en Costa Rica, en muchas ciudades de México también y sentía que las canciones las acababa de escribir. No es cuestión de refrescar sino de cómo se adaptan las canciones la vida. Con otra visión, con otros ojos y con un público que no las ha escuchado nunca, huelen a nuevo. Esa es la confirmación de que estamos haciendo bien las cosas.
-Hablando de largoplacismo, está trabajando con el artista que más ha cumplido esa premisa con 60 años de carrera; Raphael
-¡La madre que lo parió! El trabajo ha sido y está siendo porque terminamos de grabar el disco y con ese espíritu de constante tirar para delante que tiene, ya estoy escribiéndole otro. Le tengo ahí detrás, como una mosca, pero bendita tarea. Escribir para uno de los más grandes de la historia es un privilegio que me da la vida y sobre todo, él.
-¿Se proyecta en esa visión de estar en un escenario dentro de otros cincuenta años?
-Creo que palmaré en un escenario. Daré mi último do mayor ahí. Es una forma de vida desde que tengo uno de razón y no me veo haciendo otra cosa.
-Está satisfecho ¿y qué más?
-Y expectante y emocionado de tocar en la que por muchas razones muchos saben que es mi tierra, prácticamente.
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