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«La rabia es un sentimiento complejo y traicionero, y necesitaba sacarla»Esta noche Izaro Andrés (Mallabia, 1993) vuelve a Santander, una ciudad de la que, al preguntarle, habla con cariño: «físicamente me trae mucha familiaridad con la ciudad de Donostia, entonces me es muy fácil y muy agradable ir». No será su primera vez en la ... región, pues ya ha pasado por otros ciclos de conciertos como 'Noches de conciertos' (Boo de Piélagos) y el festival 'Nueve Valles' (Santa María de Cayón), ambos en 2021, pero lo que sí será novedoso es el motivo de su visita. La artista presenta nuevo disco, 'Cerodenero', un viaje introspectivo a la montaña para sacar la rabia acumulada en su interior y durante el que ha aprendido a sanar, a medir tiempos y a no hacer daño a los demás. Toda esa propuesta se materializará esta noche sobre el escenario en un espectáculo que, como ella misma dice, «será un directo de los más ambiciosos y disfrutones que he hecho». Les damos un adelanto: habrá un iceberg sobre el escenario.
-Dice de su último disco que piensa en él como una expedición a la alta montaña. Hace falta coger mucho oxígeno para según qué ascensos. ¿'Cerodenero' se lo ha dado?
-Sí. Yo creo que me ha dado mucho oxígeno y mucha perspectiva; también mucho contraste físico. Ha sido una experiencia muy física. Quizá sea paradójico pero para mí ha sido algo muy físico, muy muscular.
-¿Cómo y a qué ritmo vuelve a conectar alguien que se ha visto forzada a parar por sentirse sobreexpuesta?
-Yo necesité hacer un parón brusco porque vivía a una velocidad un poco invasiva en la que todo iba de cero a cien. Luego ya empecé como los gatos, con curiosidad, tocando cosas poco a poco, como diciendo: «esta montaña a ver qué es», «¿cuánto de frío está el hielo?», etc. Y ya una vez inicias la subida de nuevo, lo haces con velocidades diferentes; a veces necesitas parones, luego descansar, luego correr, luego llegar hasta arriba… Me tomé la vuelta con más calma porque ya sabía de dónde venía y ya sabía a dónde quería ir, y aunque tenía ganas de llegar, lo hice sin prisa y con conciencia.
-«Yo, que sé apreciar el valor de la vida, que no te ahogue, pero que sea entretenida», dice en 'Campamento Base'. Al final se trata de encontrar el equilibrio.
-Completamente. También de entender un poco que la vida en sí misma no tiene sentido. Nosotras nos volvemos locas en encontrarle el sentido a todo lo que está sucediendo pero muchas veces el único sentido es que tienes la suerte de poder estar viva, y dentro de todo eso tienes que intentar vivir lo mejor posible y relativizar las cosas; hay que encontrarles el sentido real. A mí me ha ayudado mucho tener la referencia de mis dos abuelas y de muchas señoras que son mis seguidoras. Me han ayudado a entender el valor que tienen la tierra y la naturaleza.
-Lo físico, lo terrenal.
-Eso es. El 'estar' abstracto es interesante pero realmente luego hay que apagar todas las pantallas, todo el cerebro, irte un bosque y decir: «vale, ¿cómo se come? ¿cómo se duerme?».
-De estas canciones también esperaba conectividad. ¿Consigo misma o con los demás?
-Yo lo necesitaba conmigo misma, porque con todo el proceso de la gira anterior, la de los limones, la sensación que tuve —una sensación que luego supe identificar y ponerle nombre con mi psicóloga— era la de que estaba disociada. Mi cuerpo y mi cerebro estaban en un lugar y yo estaba en otro, como en el void aquel de 'Stranger Things', la serie. ¿Dónde está Eleven? ¿Dónde está el 'Cerodenero'? Ahí estaba yo preguntándomelo, así que en algún sitio tenía que estar. Necesitaba salir de esa disociación conectando conmigo misma y entendiendo otra vez quién era, qué habitaba, dónde estaba haciendo las cosas y qué quería hacer.
-De principio a fin, el álbum que presenta sugiere tres fases distintas a nivel sonoro. Dulzura al principio, garra y nervio de seguido, y celebración al cierre. Todo bajo el paraguas de una energía controlada, sin excesos. ¿De haberlos, las canciones dirían menos?
-Igual sí, porque en este disco he encontrado mucha rabia dentro de mí y necesitaba sacarla. Me ayudó mucho la electrónica para simular esa subida a la montaña, pero es verdad que yo también era consciente que la rabia es un sentimiento muy complejo y muy traicionero, y muchas veces no tiene tampoco mucho de verdad. Entonces para mí era importante encontrar la medida de cómo sacar toda esa rabia para poder sanar, pero sin lanzar ese 'punch' al resto de la humanidad. Muchas veces la gente dice: «no, es que tengo que sacar la rabia». Sí, vale, ¿pero qué precio tiene que pagar el resto? Para mí era importante intentar entender cómo medir y cómo sanar sin herir al resto.
-Conseguir que esa rabia desmedida no la apartara su entorno.
-Claro, ni me aislara, ni muchas otras cosas que son peligrosas. Entonces se trataba de ver cómo sacar todos esos sentimientos para tú liberarte, pero sin que vaya en contra de nadie ni en contra de tí misma.
-¿Da rienda suelta a esa fuerza contenida del disco en el directo?
-Sí. Para mi el escenario es un sitio super privilegiado para estar. Es verdad que yo normalmente como mujer creo que nuestra libertad está bastante privada —en el mundo en general— y en el escenario me siento más libre. Ahí sí que puedo ir a un nirvana; no tengo porqué responder a todos los cánones racionales que están en las cabezas. Es un lugar como de exorcismo, y me gusta poder hacer ese exorcismo en los directos y que la gente los haga conmigo. Luego siempre acabamos en esa sanación. No abrimos un melón que luego no se cierra sino que lo abrimos, lo comemos, lo disfrutamos, y luego cada uno a su casa.
-Este viernes vuelve a Cantabria. No es nueva en la región; ya estuvo en el ciclo 'Noches de conciertos' (Boo de Piélagos, 2021) y en el festival 'Nueve Valles' (Santa María de Cayón, 2021).
-(Risas) Pues la verdad que sí. Teníamos mucha guasa porque en esa época de repente nos surgieron un montón de conciertos y decíamos: «bueno, pues vamos». Fue nuestra gira provinciana, y fue un placer ir. Además la ciudad de Santander físicamente me trae mucha familiaridad con la ciudad de Donostia, entonces me es muy fácil y muy agradable ir. Será la primera vez que vamos con 'Cerodenero' y me apetece un montón; queremos ver qué le parece a la gente. Además va a ser especial porque seguramente lo vayan a grabar.
-¿Qué se hará con ese material a posteriori?
-Pues no lo tengo del todo claro, así que para mí también es curioso. Sí que me apetece mucho que quede grabado porque creo que es un directo de los más ambiciosos que he hecho y también el más disfrutón a nivel espectáculo. Lo de grabarlo fue una propuesta de la sala y me pareció super interesante. Al final vas haciendo conciertos y conciertos y luego eso no queda físicamente grabado en ningún sitio y es una pena tremenda, porque voy con mi iceberg, con las bailarinas… Me gustaría que quede grabado para la memoria y parece que así va a ser.
-¿Cuánta gente le acompaña en gira?
-Depende, porque tenemos como cinco adaptaciones del directo. Al final cada sala, cada espacio, cada kilómetro y cada economía nos da para lo que nos da, pero sí que puedo decirte que a Santander vamos con todo. Vamos toda la banda formada por cuatro músicos y yo, tenemos tres personas que van moviendo todo el atrezzo que se va generando en el escenario, tenemos dos bailarinas, y luego también tenemos road manager… Somos entre catorce y dieciséis personas.
-Y no todas están encima del escenario.
-Qué va. Es una familia que se crea. Creo que si no lo has vivido desde dentro no puedes entender muy bien el sistema red de relaciones que se crea. Yo antes de tener una banda no podía entender qué podía pasar dentro de una banda; ahora sí lo entiendo. Y es muy fuerte.
-Cierra el disco con 'Todas las horas que quedan', canción en la que ha contado con la Orquesta Sinfónica de Bratislava. ¿En qué momento se cruzan sus caminos?
-(Risas). Yo tenía clarísimo que quería una orquesta porque cuando escribí esta canción, que era la que como dices iba a terminar el disco, iba paseando por un paseo que hago habitualmente al lado de un río, que tiene un bosque, y de repente me sentí como si fuera Pocahontas o Blancanieves, se despertara todo el bosque y cantara conmigo. Recuerdo ir a casa y pensar: «vale, necesito una orquesta que simule un bosque y un río cantando entero». Y escribí a Pascale Gaigne, que es un arreglista que hay en Donostia aunque sea francés, y me dijo: «venga, te hago el arreglo y además tengo contacto con la orquesta de Bratislava. Si quieres lo grabamos». Fue super curioso porque ellos tocaban allí pero todas las pistas —de audio— llegaban a Donostia. ¡Tecnología! La gente estará acostumbrada pero para mí era algo super novedoso.
-Si nos quedáramos con momentos como ese estaríamos en condiciones de decir que el mundo es un buen lugar. No es así, y recoge esa desdicha en este álbum. «Cuánta tierra muerta para ti, cuánto pueblo muerto para mí. Nuestros barcos zarpan hacia tierras que bombardearán, aquellos que huyen, mueren en el mar». ¿Le hubiera gustado no tener que escribir una canción así?
-Absolutamente. Ojalá no haber tenido que escribir 'El mundo no es un buen lugar', porque aunque no lo sea la vida sigue siendo bonita. Vivimos en una dicotomía. Ojalá no haber tenido que escribir ese tema y ojalá no haber tenido que escribir otras canciones en contra, por ejemplo, de la cultura de la violación. Lamentablemente aún estamos muy lejos de no tener que escribir sobre esas cosas.
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