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Cuestionarse los métodos, las tradiciones y los roles. Y hacerlo desde lo femenino. Es lo que hace 'Amadora', el séptimo disco de Tulsa, un trabajo compuesto por diez canciones en el que la banda guipuzcoana ha contado con la escritora y dramaturga María Velasco para ... llevar a escena a este personaje, interpretado por las actrices Socorro Anadón, Celia Bermejo y Carmen Mayordomo.
Tras estrenarse dentro de la edición 41 del Festival de Teatro de Otoño de la Comunidad de Madrid, el álbum ya está disponible para el público general en las principales plataformas digitales.
-¿Qué ha visto en el dolor para dedicarle un álbum?
-Bueno, en realidad es una parte pequeña del disco. Aparece como una oportunidad o disparador del cambio del personaje, de Amadora, una mujer que al cumplir una edad el dolor del cuerpo se le dispara, no se reconoce en esa limitación, y se hace preguntas. Entonces las canciones no giran exclusivamente en torno al dolor —aunque haya alguna más explícita—, sino a las cuestiones que ella se plantea: la amistad, el amor, la identidad forjada a un eterno femenino que tiene que ver con los cuidados… Ella misma relaciona esa quiebra del cuerpo con haber sostenido todo lo que tenía alrededor. Física y emocionalmente. Claro, yo pienso: joder, a mi el dolor muchas veces incluso me ha dado identidad. Pero a raíz de la aparición del dolor se supone que se renuncia al rol previo de madre ejemplar y siempre disponible, y se reconoce un rol de madre con dolor que necesita esa atención que no ha conseguido de otra manera. Entonces Amadora se pregunta: «¿cuál es mi identidad ahora?». Esa gran pregunta es incomodísima y genera mucha angustia.
-¿Cada canción representa una fase de esa reflexión que se hace el personaje?
-De alguna manera sí. Hay un momento de terapia, plasmado en 'Amor o transferencia'; una carta de amor a una madre, porque hablamos mucho de la herencia de nuestras madres… En la obra de teatro empezamos con una cita de Virginia Woolf, «somos mujeres, estamos obligadas a pensar a través de la obra de nuestras madres», entonces todo eso está ahí desde un miedo propio. Pasados los cuarenta, yo también me pregunto qué he cumplido de ese precepto heredado, qué no, qué costes tiene una cosa y la otra… Es un intento de dibujar un personaje que en realidad se compone de muchas mujeres.
-¿Las mujeres nos cuestionamos más las cosas?
-(Piensa). No creo que sea una cuestión biológica. Sí que quizá estemos más abiertas a la conversación y en ese diálogo que planteamos puede dar la sensación de haber más preguntas. Pero me da mucho miedo generalizar, y más con una cuestión tan peliaguda como el género. Culturalmente creo que las mujeres han hablado más entre ellas de cosas personales y ahí es cuando se abren más puertas, e históricamente sí que se sabe que las mujeres van más a tratamiento que los hombres; buscan más ayuda. Puede tener que ver con eso. No lo sé.
-Lo ha mencionado ya. Este disco va de la mano de un espectáculo teatral de nombre homónimo dirigido por María Velasco.
-Sí. La obra permite profundizar más en los temas que abordamos con las canciones del disco; es el dispositivo que nos ha permitido llevar esas reflexiones a la voz y al texto hablado para adentrarnos en todas esas cuestiones que se plantea Amadora, que, por cierto, es un personaje encarnado por tres actrices: Socorro Anadón, Celia Bermejo y Carmen Mayordomo.
-¿Disco y representación teatral se necesitan para tener sentido como un todo o pueden convivir y entenderse por separado?
-(Duda). No están obligados a convivir, pero creo que una visión de todo ayuda a que la reflexión sea más profunda. Sucede igual a nivel interno con el disco, que está dividido en canciones; esas canciones en sí mismas tienen un sentido, pero el disco al completo es el viaje de un personaje. Es como todo, tú te puedes quedar en una capa, en dos, o en tres. También ha salido un libro con el texto editado por la editorial La Uña Rota, con las canciones intercaladas. entonces ahí ya cada uno sabrá el viaje que quiera iniciar.
-¿Cómo han funcionado los pases en los Teatros del Canal y San Lorenzo del Escorial?
-Con todo vendido. La verdad es que el Festival de Otoño -de la Comunidad de Madrid- siempre tiene muchos adeptos y mucha fidelización. Hay una confianza en el propio programador, Alberto Conejero, pero por otro lado la respuesta del público me ha gustado mucho. Incluso te diría que ha sido diferente en Canal y en El Escorial, porque Canal es un teatro mucho más grande, más solemne, y El Escorial es mucho más chiquitito y sentías al público más cerca. Apenas cabía la escenografía. En la obra hay una vertiente cómica muy fuerte, entonces el público entró muchísimo por ahí; quizá en Canal entraron más por todo el artefacto global de la música, de lo sensorial, de la 'gravedad' del tema. De hecho mi hermana me dijo: «jo, ¡qué dura! Es fuerte lo que contáis». Y en realidad no lo es, porque el personaje no sufre ningún drama y tampoco lo ponemos como víctima de unos abusos concretos. Entonces no sé, si resulta dura es porque toca cosas que nos revuelven a todas mucho. Y a todos, eh; a los hombres también les remueve.
-El humor siempre es un buen conductor para tratar ciertos temas.
-A mi me parece fundamental. Además lo utilizo mucho en mi vida para reírme y para hacer chistes macabros. Creo que un tema como este era fundamental tratarlo con humorismo. En cuanto leí a María Velasco fue lo que me gustó de ella, que trataba cosas muy bestias por un lado de una manera muy punki, valiente y audaz, y por otro lado con muchísimo humor. Quisimos alejarnos de una especie de sermoneo, no hacer el personaje victimista, así que María tiró de humor y lo ha convertido en una especie de monólogo polifónico del personaje con ella misma que, creo, lo aleja de eso.
-¿Habrá más pases aparte de los mencionados?
-Sí, pero de momento no puedo concretar porque son cosas que aún se están hablando y cerrando. Esto era una primera muestra a la que se supone que venían programadores, porque las cosas en teatro tienen sus tiempos y se cierran con bastante antelación. A lo mejor hay ahí un 'gap' de unos meses hasta que lo retomemos, pero sí, la idea es viajarlo. Me parece bien lo efímero, pero a veces la balanza tiene que estar un poco más equilibrada.
-«Cumplo con mis tareas, robóticamente voy a comprar, hago pilates, voy a terapia». Es fácil entrar en 'modo automático'. ¿La música permite salir de él?
-La tesis de la obra es un poco esa, sí. Son como dos mundos, el primero, más árido y sin música, se va poco a poco contagiando de la sensualidad y de la fuga que permite la música. Es ahí cuando llega el cambio. Y luego a nivel personal qué te voy a decir… Es mi santuario, mi gran patio de recreo. Y entiendo que también lo sea para mucha gente, aunque no la practiquen o se dediquen necesariamente a ella. La música ocupa espacios de mucho privilegio y mucha intimidad.
-Espacios en los que no buscas la aprobación de nadie.
-¡Exacto! A eso me refiero. Al final con la música se abren puertas hacia uno mismo.
-Ha cogido la intro de 'Estrella', de Enrique Morente, y la ha despojado de cualquier trazo religioso. De hecho, vuelve a lo cotidiano y la escuchamos fregando los platos.
-Fue una ocurrencia total. Cuando ya tenía mi canción de 'La Estrella' me reencontré con esa canción de Morente y pensé: «jo, me encantaría llevarlo a una especie de momento cinematográfico». Tenía cierto miedo y pudor porque al final era coger una canción muy popular y conocida por otros de un ámbito que no es el mío, como es el flamenco, pero fui añadiendo el sonido, el agua de los platos… Creo que al final te imaginas a alguien que está fregando los platos y que está en soledad, cantando, y de alguna manera invocando algo que ni siquiera está en esa cocina.
-¿De qué manera está presente también en ese tema el cántabro Betacam?
-Junto a David Rodríguez, que es 'La Estrella de David', me gusta señalarlos como el germen de la canción. Nuestra canción de 'La Estrella' fue en inicio una composición a tres, porque íbamos a hacer un proyecto en el que también estaba metida Soleá -Morente, hija de Enrique Morente-, pero al final no ha quedado en nada. Entonces David me mandó la base y yo hice la melodía y la voz, y luego se la pasé a Betacam. Al final se ha convertido en una cosa muy diferente a aquello que hicimos, pero a la vez está enraizada en eso.
-Gran parte de las canciones que componen 'Amadora' siguen el patrón de lo íntimo. ¿Piensa en si funcionarán en recintos más grandes?
-No me lo pregunto mucho porque los sitios son tan dispares que intento no hacerme demasiadas ideas preconcebidas. Conozco compañeros que desde la composición y grabación de los discos ya están enfocados a un determinado dispositivo o escenario, entonces hacen grabaciones grandes para que ya esté todo enfocado a eso, a la euforia del momento. Yo lo respeto mucho, pero no trabajo así; no podría. Creo que este disco sonará en los teatros, cosa que ya es bastante determinante porque me permite crear toda la intimidad que quiera, y también en las salas, por supuesto. Quizá también en los festivales, no lo sé… No me puedo adelantar a eso. Lo veo sonando de muchas maneras diferentes, como siempre me ha pasado. Tengo tanto repertorio ya que ahora lo interesante es ver cómo se mezclan las nuevas canciones con los discos anteriores, aunque haya una parte de mí que solo quiera tocar las canciones del nuevo disco.
-En 024 plantea una larga lista de cosas que Amadora tiene por hacer: contar su historia en un libro, vivir en Francia, caminar descalza en su jardín, cultivar marihuana…
-(Risas). Este tema quizá sí lo he escrito muy desde mí. Lo de vivir en Francia es un deseo personal, irme como unos cinco años, lo que pasa es que ya lo veo como una idea que se aleja. Mi familia es de Irún así que siempre he pensado en Francia porque lo tenemos a un paso. Son ideas que al principio pueden parecer frívolas, pero están pensadas para quitarle hierro al suicidio, que es el tema que se aborda en esa canción. Pueden parecer frívolas, pero si te atan a la vida el tema ya no tiene nada de frívolo.
-La amplia reflexión que se hace este personaje pasa por preguntarse si sirve para esto, siendo «esto» la maternidad, la amistad y cualquier aspecto que implique una relación. ¿Hay algo de síndrome de la impostora ahí?
-Siempre está bien cuestionarse los métodos que se utilizan, pero afortunadamente yo no padezco de síndrome de la impostora porque llevo toda la vida en esto. Sí que quizá ha aparecido en otras ocasiones cuando me han ofrecido, por ejemplo, dar talleres o escribir alguna cosa que nunca he hecho, como formatos teatrales, o cosas de ese estilo. Pero al final digo: «si me da miedo, lo voy a hacer. Me voy a probar, a ver qué pasa». Mucha gente, y sobre todo muchas mujeres, se frenan, pero yo me declaro en rebeldía con eso. Siento que los hombres sienten menos miedos y se sienten menos impostores, así que basta de exigirnos tanta autoexigencia. No es necesaria. Las cosas se consiguen haciéndolas mal primero
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