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La bella homicida es una pieza para laúd del siglo XVII. Titula también un poema de Rafael Fombellida, 'Violeta profundo'. Y es el nombre de una formación cántabra. La referencia no es casual. Otro Fombellida, su hijo, se dedica -también, que no solo- a la ... música con La bella homicida. En ocasiones las cosas surgen porque deben surgir; porque es su momento y su contexto. Así nació la banda en Santander; en los bares, a caballo entre Madrid y Cantabria por la A1. Porque Álvaro Fombellida (voz y guitarra), Ricardo Ortiz (percusión) y Hugo Saiz (percusión), amigos y residentes en Santander, cuando lo son, forman parte de una generación de la que también han salido poetas como Alejandro Rebollo y Ángela Arambarri, otros músicos como Curro Gallego-Preciados, ilustradoras como Carmen Somavilla, fotógrafos como Víctor Vélez. Una generación que transita entre la música, la literatura, la fotografía, las bellas artes, calles como el Río de la Pila y la del Sol y locales como el antiguo Cientocero o el Rvbicón.
A punto de publicar su primer disco, 'Ayer murió la noche', aunque en su cabeza y en sus cajones van ya unos cuantos más, La bella homicida navega entre el eclecticismo y lo experimental fruto de una evolución muy marcada por sus tres miembros, amigos desde la infancia pero con apenas un lustro de convivencia en este proyecto. «Veníamos de una formación anterior, y recuerdo que una noche, en el Cientocero, Ricardo y yo decidimos que, como se había acabado esa otra banda, había que hacer algo», explica Fombellida. «Casi le pusimos un cuchillo en el cuello para que cantara», bromea Ortiz, su escolta a la batería y viejo compañero de piso, aunque estos meses transita por Cantabria: «Me estoy dejando un presupuesto para que Álvaro viva solo en Madrid», bromea.
Más serio se pone para hablar de música: «Aparte de las personales y de los gustos de cada uno de los tres, es verdad que en La bella homicida se juntan muchas influencias: jazz, folk irlandés, puede que un poco de folklore español... Hay un montón de grupos y estilos que van pintando los diferentes temas». «Al principio había algo más de distorsión e intensidad del metal -acota Hugo Saiz en un guiño a Fombellida y su pasado «metalero»-, pero ya no queda tanto». Álvaro lleva la voz cantante, que no solista, en la creación: «Tiene ideas con la guitarra, las suele poner voz y los demás trabajamos para vestirlas y tirar más del hilo», explica Ricardo.
Paralelamente a La bella homicida vivió Reed, un sonido muy diferentes pero con dos miembros en común. «Estábamos Ricardo y yo con Curro a los mandos -explica Fombellida-. Pasaba un poco lo mismo que con La bella. Ahora, con las distancias, llevamos tiempo sin juntarnos, pero todos los proyectos tienen sus momentos y sus lugares. Si somos cuatro, trabajamos los cuatro y si solo se pueden juntar tres, pues tres, porque es difícil combinarse. Lo mejor es poder hacer música».
Poco quedará de metal -nada, en realidad- en un disco con parto y paso lento, pero seguro. «Mentalmente tenemos cuatro discos», bromea Ricardo. «Soy un poco caótico, lo reconozco; me cuesta cerrar las cosas. Me encanta abrirlas, pero me cuesta cerrarlas», resalta Álvaro con cierto orgullo. Y es que todos ellos tienen más vertientes. Como la pintura y la ilustración de Fombellida. Como la fotografía de Ortiz, de la que habla con reparos. «Tampoco me considero fotógrafo. Todo son procesos creativos y, con tal de pasar el rato, tocas diferentes palos; cualquier cosa te entretiene».
La bella homicida es mucho más que eso. «Como cualquier proyecto en que implicas a varias personas siempre hay que intentar coordinarse, y cuando no tira uno lo hace otro. Hasta hora vivíamos juntos en Madrid y era más o menos fácil tener horas para trabajar y ensayar», explica Fombellida. Al final, lo que se impone es la sintonía personal de tres amigos de la infancia embarcados en otro proyecto más. «Ricardo y yo nos conocimos con siete u ocho años en el conservatorio; íbamos juntos al coro», sonríe Hugo, y Álvaro al quite precisa: «Nos conocemos hace mucho pero no empezamos a tocar juntos hasta hace cuatro o cinco años».
Si en cualquier caso, en cualquier grupo y para cualquier persona, el contexto es importante, para ellos lo es algo más, porque la banda, como otro puñado de formaciones cántabras y su entorno, tiene algo de generacional. Una generación a la que bautizaron los sensibles.
Lo explica Fombellida. «Es una iniciativa de Tano Iñesta, padre de Marina y Teresa, que juntas forman Repion, una banda cántabra estupenda. Al ver que había gente más o menos la misma edad y mucha relación entre sí haciendo poesía, música y de todo, quiso hacer dos sesiones en Eureka -el centro cultural de la calle San Simón- invitando a todos a colaborar. Fue una experiencia bastante bonita; una reunión de amigos». Allí estaban también Hugo y Ricardo, además de toda la cuadrilla: «Como todo el mundo está ahora muy desperdigado, volvernos a juntar fue muy bonito», explica. Imaginan una segunda edición. En realidad es cotidiana. Ocurre a capítulos en calle del Sol, en el pasaje de Zorrilla, en el Río de la Pila. En Lavapiés, y no el de La Albericia.
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