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Esclavos del rock & roll

Esclavos del rock & roll

Martes, 28 de enero 2025, 15:45

'Descubrimiento' es la palabra clave en las Rock Nights que viene programando esta temporada Escenario Santander, en su formato Club, unas veladas de aforo reducido en las que el búnker de Las Llamas se convierte en una pequeña sala que evoca a las del mítico pub-rock del siglo pasado, con dos puntos claves: riesgo creativo y cercanía al artista. Y no es sencillo programar así, pero cuando las dos variables se fusionan con éxito, la explosión de júbilo está asegurada.

La última demostración la dieron el jueves Franck Carducci y su banda, The Fantastic Squad. Su 'The Extravaganza Tour' no podía estar mejor bautizado, aunque desde el primer guitarrazo demostraron por qué les premió como mejor banda extranjera la revista británica Classic Rock Society: desde el hard rock al glam, pasando por la balada heavy, el grupo domina todos los registros del rock setentero y ochentero, pero sin renunciar a coquetear incluso con el funk, si se tercia. Lógico, pues, que abran sus espectáculos con toda una declaración de fe, 'Slave to rock'n roll'.

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Espectáculo, porque su directo es un auténtico 'show', con algo de autohomenaje rockero, cierta excentricidad, un poquito de parodia del género y, sorprendentemente, mucho teatro. Empezando por un Carducci camaleónico, que cambió tres veces de vestuario –a cual más bizarro– y todavía más de instrumento. Y eso que era muy difícil de superar el impacto inicial de su híbrido con dos mástiles, de bajo y eléctrica de doce cuerdas, pero solo hizo falta que arrancase a hablar, en un inglés maravillosamente comprensible para los oídos locales, para sorprenderse todavía más con, por ejemplo, su versión actualizada del clásico de Alicia en el país de las maravillas, a la que situaría, dijo, «en el barrio rojo de Santander», donde quiera que esté.

Aunque las provocaciones de Carducci, desternillantes, por cierto, no son el secreto de la banda, sino una contundencia fuera de lo común en la que sobresalen por un lado una puesta en escena muy trabajada y vistosa –asombroso el traje de 'ángel' que lució Mary Reynaud– y por otro el talento de sus músicos: bromeando con las poses clásicas, Barth Sky hacía pareciera fácil tocar la guitarra como un virtuoso, la baterista Léa Fernandez se metió al público en el bolsillo durante los cinco minutos en que se quedó en solitario sobre las tablas, Reynaud hizo una exhibición bailando, más que tocando, al theremin, y el teclista Cédric Selzer dio una demostración de baile, aparte de ejercer de traductor simultáneo para Carducci.

El cantante, eso sí, se traía por escrito lo que quería decir en castellano, y no se cortó un pelo en sacar la chuleta donde tenía apuntada la frase de la noche: «¡Dadme ruido!». Y vaya si se lo dieron, sobre todo cantando –«¿Os sabéis la letra?», preguntó– el estribillo de 'Artificial paradises', que solo dice: «La-la-lalá». Claro que Carducci lo había advertido al principio: «las palabras no son importantes». Lo importante, se despidió, es la «música real: sin Autotune, sin IA; solo… seres humanos». Que no es poco.

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