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Miércoles, 4 de diciembre 2024, 07:17
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«El arte, en su inmensidad, ha salido de la naturaleza, de su búsqueda, su contacto, su nostalgia». Es el camino natural para encontrar la creatividad, según dice José Imhof, pianista que recuerda ponerse de puntillas, siendo solo un niño de cuatro años, para alcanzar las teclas blancas y negras del piano de su abuelo, Friedrich. Veintisiete años después sigue haciéndolo, en el mismo lugar, una casona del siglo XIV donde ha creado la Escuela de Piano José Imhof, en pleno valle de Campoo.
La aventura de crear la escuela comenzó de manera «muy natural». «Esta es mi casa –explica el pianista– a la que huía de mi vida en Madrid, donde pasé muchos años como profesor, cada vez de forma más permanente». Aquellos fines de semana se alargaban y se multiplicaban en el calendario. El espacio de Villaescusa era su lugar de estudio, mientras que en la capital de España se desarrollaban las clases que impartía. Poco a poco, empezó a invitar a sus alumnos a pasar estancias formativas en este pequeño pueblo de Campoo. Intensivos de piano «para sacarles del ruido de la ciudad e intentar transmitirles esta sensación tan fuerte que se experimenta en la naturaleza», explica convincente. No le hace falta insistir; entre las gruesas paredes de piedra, el silencio es casi palpable y el ritmo se ralentiza. Ya no se mide en minutos, sino en movimientos.
Llegó la pandemia, que Imhof pasó íntegramente en la casa. Y como en tantos otros casos, ese periodo tuvo consecuencias. «Me cambió un chip y se me hizo muy cuesta arriba volver a Madrid y enfrentarme a algo que me estaba agotando». Ya acostumbrados a trabajar online, pudo mantener el contacto directo con todos sus alumnos de la gran ciudad y comprobó que podía trabajar desde el norte. A esos alumnos virtuales se han ido sumando otros, tambén presenciales, de la comarca y de distintos puntos de Cantabria. Santander, Torrelavega, Cubas, Iguña… que ponen en valor este sistema y las dotes del cántabro como docente.
En este pueblo de extremos de 64 habitantes donde la nieve llega hasta las ventanas en invierno y el calor amarillea el paisaje en verano, se genera lo que los propios alumnos han llamado 'Efecto Villaescusa'. Una inmersión total en el trabajo. Cuando llegan con su mochila, sus carpetas y partituras y se bajan del tren en Reinosa, «van directos al piano y saben que va a ser así durante los días que pasen en la escuela», explica el docente. Un intensivo que hace honor a la palabra. Así, descubren que en ausencia de otras distracciones, pueden centrarse y dejarse llevar por el descubrimiento más rápido. «En la música clásica, la clave es muchas veces la eficiencia; lograr interiorizar las obras en un tiempo breve». No pelear con una sonata durante un año. «Para eso tiene que haber poco ruido, real y mental. Ese es el 'Efecto Villaescusa'; ayudarles a olvidarse del día a día y centrarse en la música». La ironía de buscar el silencio para poder trabajar en la música.
El contexto del género tiene su relevancia. Como explica Imhof, los músicos clásicos conviven con obras que pertenecen al pasado. Johan Sebastian Bach vivió en el siglo XVII, más tarde aparecería Mozart, Haydn, Beethoven, el romanticismo en el XIX… «Todavía es un mundo muy distinto a este y me empeño en recordarles a los alumnos cosas como que Bach no disponía en su casa de agua corriente ni luz eléctrica». Ciudades más pequeñas, relaciones más directas y orgánicas, también más enfermedades. Si se construye la música a partir de ese lugar, «es muy difícil concebirla desde un mundo ruidoso».
La Escuela de Piano José Imhof es un proyecto que abre vía en el Valle de Campoo. No ha habido una propuesta cultural de estas características en la zona con anterioridad. «Para mí es algo lógico y consecuente con mi vida, pero reconozco que es pionero en el sentido de que este formato no existía aquí». El propio pueblo lo ha vivido con naturalidad; Imhof es vecino de toda la vida, una vida en la que le han visto unido a un piano. Él ha ido creciendo y la escuela lo ha hecho en paralelo.
Mateo Ortega, de doce años, vive en Cubas, desde donde sigue las clases online, pero también ha realizado sesiones presenciales en las que, ríe, «se me enfrían mucho las manos». Cosas de la piedra. La combinación de ambos métodos le gusta y permite centrarse en diferentes campos. No solo tocar, también hablar de la cultura musical. El reflexivo estudiante considera que «todas las piezas son importantes, todas tienen un sentido».
Desde el madrileño barrio de Lavapiés se forma Nicolás Defreitas. A sus 19 años, empezó a dar clases con Imhof una semana antes del confinamiento, justo cuando el cántabro regresó a casa y decidieron continuar con ese sistema. Un modelo de docencia que «es un complemento muy bueno del conservatorio, que se presenta como enseñanza puramente técnica, mientras que este formato da espacio a la conversación y la reflexión». Ve a Imhof como «un maestro que va más allá de lo puramente pianístico» una parte «fundamental del aprendizaje artístico». Algo que deja claro el profesor es que una clase no sustituye una sesión de estudio, pero sí «debería ser la punta del iceberg del acercamiento al arte, algo más profundo y de ideas, que se pueden transmitir perfectamente a través de Skype», defiende Defreitas. Además de una comodidad «extraordinaria», la clase a distancia facilita el encaje con horarios acelerados. El también estudiante de arte dramático ha estado en los cursos intensivos en Villaescusa. «Momentos especiales», resume, en un ambiente «que te enfoca totalmente al estudio».
Un alumno más veterano es Óscar Cabrero, un toledano de 30 años que conoció a Imhof hace unos seis años, cuando trabajaba de camarero en el bar donde el cántabro solía desayunar. Empezó a dar clases, primero en Madrid en persona, durante tres años y después online. El pasado verano estuvo en Villaescusa. «Estaba intimidado ese día y ¡sería la peor clase que he dado!», ríe. Compara la escuela con el lugar «donde habría dado clase Beethoven», que es precisamente quien más ha «disfrutado y sufrido tocando». La importancia del vínculo que han establecido es clave: «No concibo el piano sin Jose; si mañana se jubilase no sé si buscaría otro profesor, porque el 95% de mi contacto con el mundo del piano es gracias a él».
El piano donde da clases presenciales se encuentra en la llamada hornera, nombre que recibe por su uso original. Una estufa da calidez al ambiente y al fondo se ubica un instrumento que durante años sonó en el Teatro de Gernika. Imhof lo restauró, pieza a pieza y ahora, manos de aprendices se forman en las teclas de ese Yamaha. Cruzando el jardín, en el actual salón de la casa, donde hace decenios estaban las cuadras, está colocado el segundo piano, otro Yamaha, en el que el músico práctica e imparte las clases online. Un ordenador y un foco de luz aportan la modernidad a una ordenada escena vestida de piedra y mobiliario de los años 30 que se mantiene original.
En la tesitura de ponerle nombre a la realidad que se había consolidado, eligió la palabra escuela «por el sentido tradicional de la palabra: un lugar al que vas a aprender, pero también a inspirarte y compartir». Y lo hace. «Intento dar rienda suelta a mi propia fantasía como músico». Por ejemplo, fomentando que, frente a la solitaria enseñanza que representa tocar el piano, los alumnos se conozcan e interactúen. «Es algo muy individual y a veces me pregunto si lo gestionan bien, porque se convierte en su primera responsabilidad». En Villaescusa se organizan, siguiendo esta premisa, audiciones, clases magistrales y encuentros. También recitales enfocados a un artista que acude a interpretar piezas ante un público de hasta medio centenar de personas. «A la manera de las antiguas soirées».
El espíritu de José Imhof, como músico y como docente, está «totalmente reflejado en este lugar». De hecho, tiene mucho empeño en no mover nada de su sitio: «Me gusta que cada cosa esté en su lugar, porque tiene un sentido y quiero compartirlo tal y como está». El orden es la nota dominante en todas las estancias, habitadas por libros de música y arquitectura, sutiles aromas, fotografías escogidas, discos o flores frescas. «El orden es esencial a la hora de comprender una partitura, de entender la estructura con la que el compositor creó esa pieza y si ordenas tu vida alrededor, todo fluye mucho más», afirma.
La Escuela de Piano está en este momento a un 55% del proyecto que tiene en mente. Una melodía de la que aún queda mucho por escuchar. Estén atentos.
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