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Dos Diegos, dos manos y flamenco bajo control
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El Cigala ofrece en Torrelavega un recital correcto, más breve de lo previsto y con escasa conexión con el público, adaptado a la 'nueva normalidad'Secciones
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El Cigala ofrece en Torrelavega un recital correcto, más breve de lo previsto y con escasa conexión con el público, adaptado a la 'nueva normalidad'«Olé, olé, olé, Diego, Diego». Este sábado noche, en Torrelavega, sonó la canción dedicada a Maradona, si bien era otro Diego, El Cigala, el que driblaba sobre el escenario de los Jardines de La Lechera. Uno marcó un gol mítico en el que apareció la «mano de Dios». Otro se vale de su zurda para marcar los compases de tangos, boleros o salsa. Los acentos gestuales de sus versos.
El ritmo dominante de la noche fue la calma. Calma entre el público, que ocupó, con orden, algo más de la mitad del aforo disponible. Calma también entre el personal, dando indicaciones para señalar cómo moverse entre novedosas y estrictas medidas de seguridad. Y calma en la conexión entre el artista y los asistentes, que impidió ese ansiado pálpito en el pecho que genera el flamenco cuando sale de lo más hondo, del sentimiento inclasificable.
No funcionó. No hubo desgarro, piel erizada ni esa especie de vacío que la música crea cuando lo ocupa todo. La distancia hizo acto de presencia, valga la ironía. El Cigala necesita pases cortos, al pie, interacción de equipo para desatar la magia. Ojo, esto no significa que no ofreciera un show emocionante y, sin embargo, solo correcto, acostumbrados como estamos a que lo adecuado se dé por excelso. Pero no, señores, eso no funciona con este género.
Bien es cierto que El Cigala transita desde hace años (y discos) por la fusión de estilos. Abrió la noche con el 'Te quiero, te quiero' de Augusto Algueró. Traje negro, camisa blanca, zapatos de charol, melena suelta y anillos varios, como suele ser habitual. El madrileño se confesó «feliz», y le pidió a Dios «salud y que avancemos con lo que nos venga, disfrutando de subir a cantar con el público, al que uno ama tanto». Y poco más. No hubo mucha más comunicación con los formales asistentes sentados en ordenadas filas.
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El Cigala viajó hasta 2008, a su disco 'Dos lágrimas', del que rescató 'Compromiso'. Con su permanente sonrisa saltó ocho años hasta llegar a 'Conversación en tiempo de bolero', sacada de 2016 y de su reciente 'Indestructibles'. Y así, por goteo, fueron cayendo 'Corazón loco, 'Veinte años' o 'El día que me quieras', la versión del clásico de Gardel que el residente en República Dominicana interpretó hace ya una década. A cada pausa marcada por el maestro flamenco, el público rompía en tímidos aplausos de acompañamiento, como cautelosa forma de arropar, acostumbrándose a estos nuevos modos en que ni abrazar está permitido. Eso sí, quienes vayan a un concierto pensando en pasar un rato de cháchara mientras suena música de fondo, vayan olvidándose; este nuevo formato hace que lo que ocurre sobre el escenario sea (como debería ocurrir siempre) lo fundamental. Un silencio que se agradece, viniendo de una etapa en que importa más el cañero de la barra que lo afinada que suene la guitarra principal. Gracias, covid, únicamente por esto.
Dos incisos. 'Soledad', el tango de nudo en la garganta con el que El Cigala señala al cielo en ese verso 'Vuelve ya', que parece dedicarle a su mujer, Amparo, eterna presencia en su vida. Y cómo no, el regreso a la copla, género desprestigiado en un país cainita que reniega de sus raíces y que el artista recupera en 'La Bien Pagá', subiendo un punto por encima de la equilibrada media establecida en todo el recital. El Cigala no rompe, se mantiene incólume, sentado en su taburete, jugando con las percusiones y con Juan Calabuch, maravilloso teclista, improvisador sutil, conductor del sonido y compañero cómplice con quien va eligiendo el repertorio sobre la marcha. Más corto de lo previsto. 13 canciones de 19 y algún penalti sin lanzar, caso de 'Lágrimas negras', con la que El Cigala logró encumbrarse al mainstream de la mano del genio Bebo Valdés.
Pasadas las once de la noche y con seis copas compartidas con el público, El Cigala salió del escenario una vez más, esta vez de forma definitiva, sin aspavientos, sin sentida despedida y sin retorno. Será lo que tienen los artistas en lo suyo, que se van cuando quieren y no cuando uno espera.
«Soy un jugador que le ha dado alegría a la gente y con eso me basta y me sobra», dijo Diego Armando en el 92. «Se vive solamente una vez, y hay que aprender a reír y a querer», cantó Diego El Cigala en Torrelavega. Y aquí paz y después gloria, que aún quedan 32 noches de música.
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