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En su trabajo más reciente, 'Finisterre', Vetusta Morla consigue crear una atmósfera de asfixia recreada en una piscina de la que parece imposible escapar. Al final, personas e instrumentos consiguen flotar liberados y alcanzar la superficie en la que respirar.
Esta idea refleja lo que ... ocurrió este viernes noche en el estadio Riomar de Castro Urdiales, donde 2.500 personas afloraron a un superficie intangible y lograron llenar los pulmones de aire en forma de música.
Era fácil. Los madrileños, que protagonizaban su segundo concierto desde el inicio de la pandemia, llegaban con un combo ganador; 21 canciones seleccionadas de su repertorio que constituyeron una sucesión de éxitos.
Abrieron y cerraron el repertorio con 'Los días raros', prólogo y epílogo respectivamente, en una especie de círculo por el que transitaron eufóricos, como se percibía desde las colocadas sillas. Tan eufóricos que Pucho invitó al público a sumarse a un común grito catárquico con el que romper el hielo inicial (como si hiciera falta) y desoxidar músculos y espíritu.
En un descargo de energía tal vez motivado por la previa falta de actividad, no hubo descanso para la intensidad. 'Consejo de sabios' y su profundidad. 'Maldita dulzura', con ese texto propio de enfrentamiento telenovelado. 'Copenhague', imbatible y una de las favoritas del público, se fueron sucediendo en un «reencuentro», así lo definió el cantante, con su «familia de los concierto». Hacía referencia así a uno de los sectores más castigados por el parón vírico; los técnicos que rodean el escenario y hacen posible que la magia suceda en su centro. «Es necesaria la valentía de los promotores», defendió. «Son impecables y demuestran que sí hay una cultura segura».
Con 'Fuego' llegó ese punteo ralentizado tan característico a cargo de Guille Galván que hace reconocible toda la canción. Tanto como esa perfección habitual en la que nada se sale de su lugar cuando los seis componentes de la banda se ponen a la faena, o como la voz de Pucho, sin un deje de cansancio en las dos horas que duró el espectáculo en el que no hubo espacio para la pausa. Con 16 metros de escenario y una coreografía incesante, calculen ustedes mismos el número de pasos que alcanzó.
Aspectos a destacar; la pulcra organización que destacó por su orden y que tan solo quedó eclipsada por el porcentaje habitual de personas empeñadas en saltarse el protocolo. Como dice la canción: hay tanto idiota ahí fuera…
También el propio espacio. Si a nadie se le había ocurrido previamente dotar de contenido de estas dimensiones al estadio, se arrepentirá visto el resultado.
Y la banda de apertura, Kerchak. No era una labor sencilla inaugurar todo el festival y menos hacerlo delante de un grupo con la dimensión de Vetusta Morla, pero durante 45 minutos el cuarteto defendió su repertorio, con sutiles toque de funk, sin que se apreciara su carácter iniciático; primer LP y primer concierto de estas características.
¿Cómo se detiene un ciclón? Es imposible. La energía que generaban ayer esos dos millares y medio de personas era casi luminosa. La estructura sonora elegida para este retorno tuvo quizá como único pero un exceso de potencia que no casaba con la imposibilidad de moverse de la silla y apenas sí ponerse de pie en momentos puntuales.
Sin embargo, la sensación general al terminar el show, mirando el reloj pendientes del recuperado toque de queda, era de satisfacción. «Tal vez, lo que me hace grande es tenerte delante otra vez», canta la banda en una de sus letras. No podemos afirmar si grandes, pero desde luego sí más felices.
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