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Como si hubieran tomado prestado el nombre al club scooterista de Astillero, el lema de los asistentes a esta nueva edición del Santander Music parecía ser ese '¿A que no llueve?' cargado de optimismo. Con cuentagotas, sí, como en todos los festivales, pero poco a poco el público fue acudiendo a la Campa de la Magdalena, que empezó relajado, como mandan los cánones.
La primera cita era con Compañeras de Piso, dos djs divertidísimas, Lucía y Laura. De Santander (de toda la vida, claro) y con el lema #ponemostemas #quitamospenas por bandera, animaron la entrada con una pinchada en la que predominaba el indie patrio.
Con la campa todavía despoblada abrirían fuego Ciudad Jara, liderados por el ya veterano Pablo Sánchez, cabeza visible de La Raíz hasta su disolución en 2018. Lejos ya del rock fusión, en este nuevo proyecto predominan las letras intimistas sobre un pop-rock elegante, pero reposado. Como la banda, que parecía uniformada por Steve Jobs, con camisetas negras. La hora temprana no les favorecía, pero aún así varios centenares de incondicionales tomaron las primeras filas, dispuestos a corear todas las canciones. «Ya se acabó la parte melancólica, lo prometo», dijo Pablo al acometer 'Bastardos de la Gravedad'. 'Bailé' y 'Trocito de marte' serían las más celebradas por un público todavía escaso pero que se lo pasó «como indios hasta el final».
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Álex Gómez Magaldi
Sin apenas descanso arrancó la cartelera secundaria, encabezada por Pablo Pablo. Música de autor, con voluntad de innovar. Por ejemplo, combinando el lo-fi con el techno, aunque sea con un toque retro y con una perspectiva irónica y posmoderna. Guitarras, sí, pero también saxo y casiotone. Una delicatessen que solo interesó a un par de centenares de espectadores, mientras el grueso de la concurrencia pasaba por delante para ir a cenar. O para asustarse con los precios, que no olvidemos que se trataba de un festival. ¿Tal vez si hubiera dicho que su padre es Jorge Drexler le hubiera ido mejor? Pablo, sin embargo, seguía a lo suyo; tanto, que le llegó el tercer aviso por línea interna: «es la última canción, que vamos pasados de tiempo ya», le abroncaron por el pinganillo. Y Pablo Pablo, como si dialogara con el jefe de sonido, cantó: «es mi culpa, tengo la culpa», justo antes de despedirse.
La vida, sin embargo, parece otra cosa en los escenarios principales. Que se lo digan a Las Ginebras, que se pasaron la pandemia cantando a los 'festis' y soñando con estar allí algún día, y ayer parecían el plato fuerte de la noche. Público intergeneracional y casi paritario, pero sobre todo entregadísimo el que les aguardaba. Y ellas salieron como miuras, corriendo como si tuvieran que llegar a las Olimpiadas, al ritmo de esa entrada suya habitual que parece que se hubiera compuesto Vangelis para ellas. El éxito, parece, no ha mermado ni un ápice sus energías, ni ese desparpajo que derrochan desde sus comienzos. Además de rendir pleitesía a Rosalía con su versión de 'Con altura', desgranaron sus 'clásicos' –ojo, que el más antiguo tiene solo cuatro años– y sus últimos singles, que la concurrencia se sabía de memoria. Eso sí, no faltó la pregunta trampa: ¿cuántos estuvisteis en nuestro anterior concierto aquí? No, no el de Escenario Santander, sino el del Centro Botín. El de las mascarillas. Pocas, muy pocas manos se levantaron. Pero claro, habría que tener en cuenta que los asistentes, mayoritariamente, eran veraneantes. Y también aquello no era una competición de 'yo las vi primero', sino una fiesta. Y de montar buenas fiestas sí que saben Las Ginebras, y mucho. Su fórmula de siempre, con escasas innovaciones –las gafas de Jules, si acaso, que por cierto le sientan muy bien–, funciona a la perfección: imposible dejar de bailar, ya dormiremos cuando nos muramos.
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Nuevo cambio de escenario, y nueva bajada a la realidad. Esta vez para Malmö 040, que sufrieron esa verdad clasista que ni el indie encantado de conocerse puede disimular. Como si el segundo escenario fuera una especie de serie B, las condiciones no tienen nada que ver con el principal. Sin pantallas de vídeo, casi se diría que les sonoriza el enemigo, porque para un concierto en el que puedes ver de cerca a los músicos, el sonido atruena en las primeras filas. Sin embargo, los muchachos de Malmö 040 no desesperaron, y cada vez congregaron a más público, con un directo contundente y mucho encanto personal. Claro que con canciones como 'Inmortal' todo es mucho más fácil.
Rozando la medianoche llegaba el turno para el cabeza de cartel, Mikel Izal. Como si en lugar de en el Santander Music estuviera en el Festival de Jazz, tocó sentado. Pero no era como homenaje a Django Reinhardt, sino consecuencia de una fractura de menisco. Operado hace apenas un mes, el artista no pareció resentirse de la lesión; sobre todo, porque quienes tenían que bailar eran los espectadores.
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Lucas Carreras Alonso
Su concierto, el más dilatado de la noche –hora y cuarto, frente a los cincuenta minutos del resto– tenía una estructura temática, por capítulos, y estaba diseñado como un viaje: empezaba con 'Miedo', seguía expulsándolo todo con 'El grito', para recuperar luego 'La fe' y terminar «donde nos merecíamos, en 'El paraíso'». Eso sí, con parada y fonda en 'Copacabana', junto a 'La mujer de verde' las más celebradas por un público que, ahora sí, llenaba casi la mitad de la Campa.
Mientras Izal se despedía a ritmo de Radio Futura, en el escenario secundario se encendió un neón, con forma de cruz latina. Un guiño que Siloé dedicaba a su último disco, 'Santa Trinidad'. Y los tres pucelanos consiguieron congregar a varios centenares de espectadores, aunque muchos prefirieron no moverse y quedarse haciendo guardia, para garantizarse las primeras filas en la siguiente actuación. En Siloé no se pusieron nerviosos, y empezaron a lo Bob Dylan, con acústica y armónica, cantando 'La verdad'. O su verdad, porque incluía un «Santander es la puta playa de Valladolid». Haciendo amigos, vamos.
Pero los muchachos mostraban tal hiperactividad en el escenario que acabaron contagiando al público, casi tan entregado como ellos. Que acabaron descamisados, por cierto. Entre declaraciones de amor a la tierruca, vivas a su Valladolid y alguna mención al Racing, acabaron envolviéndose en una bandera de castillos y leones. Diez minutos más, y acaban pidiendo la anexión de Cantabria a Castilla. Pero no: como si el concierto de Robe –mismo recinto, hace dos semanas– fuera el mito del eterno retorno, su fijación era «mandar a todos a tomar por culo». Y la propuesta triunfó, a juzgar por cómo coreaban su 'Si me necesitas, llámame'. Su público acabó pidiendo a gritos 'Escenario principal' para la banda.
Los que sí pisaron zona noble, ya a las dos de la mañana, fueron La La Love You, uno de esos fenómenos inexplicables del pop. Veinte años fieles a su estilo, y sin comerse una rosca, hasta que de pronto llega la pandemia y en lugar de adaptarse al gusto del público es el público el que descubre al grupo. Y anoche tenían prácticamente los mismos espectadores que el cabeza de cartel. Es lo que tiene un megahit como 'El fin del mundo', claro. Dentro de cincuenta años, será como 'Déjame' o 'La chica ye-yé', ya verán.
Pero, entretanto, los La La montan su espectáculo 'american teenager', que uno nunca sabe si es mitomanía o parodia: se inventan una 'prom-party', eligen reyes del baile… Eso sí, en directo suenan como un cañón. Y más ramonianos que nunca, con mucho palm-mute y una sección rítmica contundente. Cuesta mucho decidir quién mola más, si David o Rober, que cada vez cantan mejor –y parece que ya no hacen travesuras en 'Laponia'– y están más sueltos en el escenario. Ahora cuentan con una tercera voz, la nueva bajista Lydia Carré, aunque es muy difícil emular a Nena Daconte en 'Tenía tanto que darte', o a Olaya Axolote en 'El fin del mundo'. Centraron su concierto en los últimos singles, pero para los nostálgicos tuvieron el detalle de rescatar en la apertura su 'Más colao que el Colacao'.
Y si alguien puede protestar por el horario, ese es Amygdala, a quien le tocó cerrar, y quién sabe si barrer la campa. Realmente, tiene que resultar descorazonador ver cómo miles de personas desfilan delante de tu escenario sin siquiera detenerse, pero claro, es que ya eran las tres de la mañana. Sin embargo, resultó ser la gran sorpresa de la noche. El verdadero indie en un cartel tirando más bien a pop. Su propuesta de «techno & roll», sus pintas zarrapastrosas o el formato de guitarras con caja de ritmos y armónica acabaron dando un resultado espectacular. Retromoderno y rompedor. Dos o tres centenares de espectadores lo entendieron. Y disfrutaron de lo lindo de un grupo divertidísimo, que recuerda las locuras ochenteras de, por ejemplo, Almodóvar y McNamara.
Y, al final, no llovió. Bueno, tal vez tres o cuatro gotas, pero con tanto ajetreo tampoco se dio cuenta nadie. Y, además, chispear no es llover.
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