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Hay músicos que están hechos de otra pasta, como el británico Brett Anderson, líder de los míticos Suede. Hace cinco años protagonizó en Madrid un concierto soberbio, donde no dejó de bailar, ni de gritar, ni de recorrer el escenario con el micrófono en la ... mano. Sean Frutos apareció ayer con un atuendo sobrio, casi calcado al que llevaba el inglés en su momento, y demostró que ambos pertenecen al mismo club, son de la misma escuela: no paran quietos, tienen carisma, una voz de lo más personal y saben ganarse la confianza del público. Eso sí, este jueves en Torrelavega también quedó la sensación de que hubo momentos en los que el vocalista de la formación murciana Second no pudo desplegar todo su potencial.
La banda había preparado un concierto en formato electroacústico de casi dos horas, donde sonaron la mayoría de canciones que han marcado su carrera, como '2502' o 'Primera vez'; pero el ritmo del evento se resintió en varias ocasiones: de la misma manera que el grupo se crece en los momentos más enérgicos, también se pierde en las partes más acústicas, como cuando en el tramo final interpretaron el tema 'Más suerte' con el cantante sentado al borde del escenario. El formato ganaría en un espacio más pequeño, con todo el mundo más junto.
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A lo largo del 'show' hubo un momento en el que los componentes de la formación rehusaron abrazarse para «dar ejemplo» y empatizar con el público, puntos en los que a la gente le costó mucho no levantarse de sus asientos y ponerse a bailar —como en el tema 'Muérdeme', uno de los más celebrados del día— y una mención especial para el festival Sonorama, que ha tenido que aplazar varios eventos por culpa del nuevo confinamiento que se ha decretado en Aranda de Duero. En las últimas semanas, no han dejado de producirse cancelaciones a lo largo de nuestro país, pero por suerte aquí estamos disfrutando de un festival cuya organización roza el sobresaliente, con separación entre sillas, diferentes horarios de entrada en cada zona del recinto y toma de temperatura a todos los asistentes, entre otras medidas.
Las tres últimas canciones de la noche desataron la locura. El vocalista de la banda no dejaba de alzar los brazos ni de moverse mientras sonaban de manera enérgica los himnos 'Rincón exquisito', 'Rodamos' y 'Mira a la gente'. Daba igual todo lo que había sucedido hasta ese momento. La comunión que se creó con el público -que apenas ocupaba la mitad de las sillas del recinto- fue perfecta. El grupo dejó de lado los sonidos acústicos y adquirió matices más eléctricos, se transformó por completo y no dejó de brillar hasta meterse a todo el mundo en el bolsillo.
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