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La M.O.D.A. tiene por costumbre darlo todo sobre las tablas. Decirlo a estas alturas ya es una perogrullada, pero dejan el escenario empapado entre otras cosas porque proponen algo más que un concierto de música. La Maravillosa Orquesta del Alcohol no atiende ... tanto a eso que muchos otros colegas del gremio dedican horas y horas. No hay caritas, poses ni miradas sobreactuadas al cielo. En su lugar hay sudor, afonía, imperfección, garra, espontaneidad y otro poco de mala hostia que dedican a no se sabe muy bien quién. Ellos sabrán en qué piensan cuando golpean ese primer acorde, aporrean los platos de la batería o rompen la voz en el estribillo. A los que estamos enfrente, formalmente sentaditos en un público que se parece más a un aula de primaria que a un concierto de 'rock', la verdad que propone el septeto nos viene demasiado grande. A alguno le caerá una púa de guitarra y no sabrá que hacer con ella al día siguiente, si practicar con ella sus primeros 'riffs' o conservarla en un frasco como si fuera un embrión de dodo u otra especie ya desaparecida. Gracias al cielo La M.O.D.A. no está en extinción sino más viva que nunca, y ayer dio una muestra de ello en un concierto memorable para todo aquel con oídos, corazón y un mínimo de gusto musical.
Lo bien que empastan su sonido, la destreza con que cada uno de los siete domina su instrumento y lo bien que quedan en la foto de familia cuando, aún teniendo todo el escenario para ellos, se reúnen en un metro cuadrado del decorado, pone imágenes a lo que La Maravillosa Orquesta del Alcohol significa para el público y no hay forma exacta de explicar. Por media hora del conjunto burgalés un concierto entero de los demás. Lo alto que cotiza cada canción de su concierto, que alternó himnos con temas de su último lanzamiento de estudio, 'Ninguna Ola' (2020), quedó reflejado en el inicio del 'show' y sobre todo durante perlas como 'Una canción para no decir te quiero' o 'Mil demonios'. Desde que esa voz del interior sonó encarnada a través de David Ruiz, la noche pasó a ser amiga de todos al instante.
Cuando el cantante y guitarrista pidió disculpas al respetable por el aplazamiento de la cita -originalmente prevista para el 23 de julio- debido a un positivo por coronavirus dentro de la formación, los burgaleses ya estaban absolutamente absueltos de cualquier pecado. «Muchísimas gracias por venir. Son momentos muy chungos para todos. Estamos muy felices de estar aquí. Gracias por todo el cariño», dedicó Ruiz, sobrecogedor en sus letras y cada vez más imponente en su forma de entonar las líneas de 'Amoxicilina', 'O naufragar', 'Vasos vacíos', 'Los hijos de Johnny Cash' o 'La Inmensidad', la traca de canciones que terminó de convencer a todos de que la cultura no sólo es segura sino necesaria. Hay canciones que pueden curar a los heridos.
Llegados al ecuador del recital, los asistentes ya habían recibido la primera dosis de una vacuna que no entiende de idiomas, edades ni grupos de riesgo. Las lágrimas corrieron igual por la mascarilla de los que habían venido «solos, en pareja o con sus abuelos», como dedicó la banda antes de interpretar 'Hay un fuego'; como entre aquellos que saben de la importancia de agarrarse las manos bien fuerte para ser libres, durante los versos en euskera de 'PRMVR'.
La pauta completa llegó a cargo de lo que a estas alturas ya son auténticos himnos en la discografía del septeto. Desde 'Catedrales', 'Los lobos', 'Himno nacional' o 'Colectivo Nostalgia', sin duda una de las cimas de la noche, La M.O.D.A. hiló una recta final de 'show' encomiable capaz de erizar la piel de hasta aquellos ausentes, desdichados, que tuvieron que dejar sus sillas libres tras la cancelación de la fecha original. Sólo un bis dominado por cánticos como 'Nómadas', '1932' o la eterna 'Héroes del sábado' fue capaz de mejorar la media de un concierto redondo, inspirado tanto en la parte nuclear de los temas como en sus desarrollos y codas -en las que brillaron saxos, cuerdas acústicas, acordeón, sonidos 'Hammond', cajas, coros y líneas de bajo imponentes-.
El resumen es que La Maravillosa Orquesta del Alcohol volvió a demostrar ayer en Castro Urdiales que es uno de los grupos más interesantes, trabajados y honestos de todo el panorama nacional. Sin permiso de nadie. Su frescura, calidad instrumental y respeto por un género tan inescrutable como el 'folk' revelan el mérito de una propuesta que sigue dando el do de pecho y posicionándose como un ejemplo en todos los locales de ensayo de dentro y fuera de España. Otra de las bandas que está haciendo méritos de sobra para hacerse un hueco en ese decorado es la banda campurriana Stock, ayer telonera de La M.O.D.A., que logró ofrecer un recital 'rockero' a la altura de las circunstancias. Con razón fueron correspondidos por la asistencia, que disfrutó y dio palmas durante la interpretación orgánica y acertada de varios de los adelantos de su nuevo disco, 'La Distancia'. Entre unos y otros, la visita a Castro en la jornada final del festival Sónica fue seguramente una de las más provechosas de todo el evento. La tarde-noche de conciertos debió durar muy poco, porque la gente salió absolutamente rejuvenecida de allí.
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