Todos nos hemos cruzado con el desamor alguna vez. Todos hemos perdido, nos hemos rebelado contra una suerte que no era tal y hemos dejado de pronunciar ciertos nombres. También todos, sin excepción, hemos esperado un último truco que nos devolviese a la partida, un ... tren que, fuera de horario, recogiese al viajero extraviado y lo llevase a la estación de origen. A tres metros del suelo más frío, todos los pasajeros del avión piensan en un encendido inesperado de motores que devuelva la altura perdida y evite los daños. Hay algo curioso en la derrota. La parte más dura no viene tanto por haber perdido, sino por haberse imaginado ganando. Haber visto la orilla hace más duro ahogarse porque no somos más que prisioneros de nuestras propias expectativas.
Harry Styles, único superviviente musical de una 'boyband' fantasmagórica que vivió para contarlo y, de paso, hacer un debut en solitario para el recuerdo, también esperó ese gol en el descuento. Todo ello se condensa en 'Fine Line'. Si su primer álbum homónimo fue el desmarque rompedor de un mediapunta de sinceridad arrolladora, su segundo trabajo es un remate a la escuadra de los que silencian estadios a golpe de honestidad. Hay algo atrayente en el aroma a ruptura. En este caso, el frasco son doce canciones que componen un largo de producción exquisita (Kid Harpoon) y contenido sublime. En lo musical, porque Styles demuestra la personalidad del que juega con el corazón a puerta abierta, campo a lo experimental y sin miedo a consecuencias, y en lo lírico porque hay veces que lo bueno consiste en hacerlo parecer fácil.
Poseído por una onda 'seventies' inevitablemente cool, el británico no se desmarca sin embargo de un sonido actual. 'Fine Line' son dos discos en uno. El primero, el que estaba pensado que fuese. El segundo, las incorporaciones que fueron llegando tras una ruptura sentimental que cogió a Styles a un paso de terminar la producción. No es fácil reparar un coche en marcha, pero a nivel conceptual, el álbum se sitúa en la selecta y exclusiva línea de clásicos del rock como el 'Rumours' de Fleetwood Mac, producto también de una ruptura. Nada como un solar para volver a construir de cero.
Canciones como 'Golden', 'Watermelon Sugar' o 'Adore You' conforman la clásica estructura de arranque con esa capacidad tan humana de agrandar y dignificar lo perdido. Son una buena entrada al corazón del disco, que guarda canciones de sinceridad a gran escala como 'Cherry' o 'Falling'. «¿Qué pasa si estoy deprimido? /¿Qué pasa si estoy fuera? / ¿Qué pasa si soy alguien de quien no hablarás?», recita en esta última. Todos nos hemos hecho alguna de esas preguntas en algún momento y es ahí donde reside la magia de un buen disco. El resto, es pura fantasía imaginativa e inspiracional. Pistas como 'She', con un loop de guitarra que retrotrae a los clásicos y un fraseo imparable de cadencia marítima, 'Canyon Moon' y su homenaje personal al 'Blue' de Joni Mitchell o 'Fine Line', un salón de juegos para el Styles más experimental, conforman un disco con empaque y encaje a partes iguales.
Variedad en torno a una ruptura repartida en fascículos de reflexiones comunes. Al final, todos hemos perdido trenes que creímos definitivos y todos hemos visto caer aviones. Todos, sin excepción, hemos tenido que redificar solares donde antes vimos castillos.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.