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«Que levanten la mano quienes vienen por primera vez a un concierto de Siloé», pidió Fito Robles, el líder de un grupo tan metido en su papel de misioneros presentando su disco 'Santa Trinidad' que lucían incluso una cruz de neón en mitad del ... escenario.
No en vano, Siloé es un lugar bíblico, en el que Jesús devuelve la vista a un ciego, y la banda vallisoletana, además de contar con una creciente legión de fieles, de la deriva religiosa en sus texto –tocaron 'Reza por mí', 'Levita y ven' o 'Súbeme al cielo'– puede presumir de una historia que roza el milagro.
Y es que no se puede calificar de otra manera el prodigio de que un grupo musical independiente –independiente, que no indie, porque lo suyo es pop de vocación mainstream–, sin una discográfica detrás y autogestionando hasta el merchandising se hayan convertido en uno de los conjuntos con más éxito del momento. Tanto, que las colas para acceder el viernes a Escenario Santander superaban la media hora de espera. Y además, a oscuras, por cortesía del Ayuntamiento, que debe pensar que aporta mucha mística eso de no iluminar el camino. Aunque claro, si la fe mueve montañas, como para no vadear vaguadas. Ni un alfiler cabía en la sala, con todos mirando al escenario, cuando hubo que girarse porque a Fito le gusta arrancar tocando entre el público –'La verdad' fue la primera canción–, en olor de multitudes. Tal vez, por resarcirse de su primer concierto en Santander, al que siempre cuentan que solo asistieron quince espectadores, en el mítico Niágara. Nada que ver con posteriores visitas, como este verano en el Santander Music donde robaron todo el protagonismo a la pista principal.
Los músicos llegaron dispuestos a tocar el nuevo disco íntegramente, una idea que sobre todo sirve para descubrir qué canciones conoce menos el público. Aunque en esta ocasión sería difícil distinguirlo, por la entrega del personal, casi uniforme durante toda la noche.
Pero es que sobre las tablas predicaban con el ejemplo: el derroche de energía, de buen rollo y de talento resultaba arrollador. Con un sonido muy cercano al de estudio, los tres músicos no dejaban de moverse, de coquetear con el público y hasta se darían un baño de multitudes paseando por una pista abarrotada. Antes, claro, no habían escatimado elogios a Santander y Cantabria, además de hacer gala de mucho, muchísimo orgullo pucelano, y soltar algún desliz como un comentario sobre jueces sin dos dedos de frente.
Aunque el personal estaba entregado a la causa musical, no a la política, y vibraron a lo grande con hits como 'Que merezca la pena' o una inesperada versión de Blur que provocó el delirio colectivo. Y eso que más o menos la mitad de los presentes tal vez no habían nacido todavía en 1997.
El plato fuerte, eso sí, lo guardaban para el final, un bis con 'Si me necesitas, llámame' y 'Todos los besos'. Y de mensaje de despedida, 'Volverte a ver' mientras sonaban las ovaciones, seguido del 'Maldito duende' de Héroes del Silencio para cerrar noventa minutos trepidantes.
De madres y fans
Si el viernes eran mayoría los veinteañeros y treintañeros, en la cita del sábado ganaba la experiencia por goleada. Lo que, sin embargo, no quiere decir ni que el concierto fuera menos vibrante ni que el público no estuviera todavía más entregado. Y es que la visita de Sidonie son palabras mayores.
Por mucho que ironizaran en su 'No salgo más' con que los jóvenes les dicen «te he reconocido, mi madre es muy fan», lo cierto es que abarrotaron la sala, sin ningún complejo de edad. Vamos, que estos sí que sabían de qué hablaban los músicos cuando en 'CEDE' cantaban a 1997. Pero es que así es muy fácil: ¿cómo no iban a arrasar si encadenaron 'Me llamo Abba', 'Fascinado' y 'El peor grupo del mundo'? Además, se diría que Escenario Santander cada vez tiene mejor acústica.
Sidonie también venía a hablar de su disco –y a promocionar el concierto fin de gira en Madrid–, ese 'Marc, Axel y Jes' que parece un guiño malévolo al celebérrimo 'Ana Jose Nacho', pero antes prefirieron enfriar un poco la noche con dos canciones adelanto de su futuro disco en catalán. Luego, salvo el ralentí de 'Giraluna' en acústico con Marc Ribó en solitario, todo iría in crescendo. Se pusieron rockeros con 'En el bosque', con punteos de rodillas y hielo seco, y Ribó se mostró juguetón: 'Me gustas todo el rato' no le estaba saliendo lo bastante «sexual», así que la empezó otra vez, con más picardía y el público en éxtasis. Pero la gozada era ver cómo disfrutaban en el escenario unos músicos que, tras treinta años de carrera, no dan el menor síntoma de agotamiento. Con 'Un día de mierda' hizo equilibrios sobre la valla y se dio un paseo entre el público.
Luego llegaría el minuto de la anarquía, donde se intercambiaban los instrumentos, y Jes Senra se luciría al sitar mientras los demás hacían el ganso. Ni los adolescentes disfrutan así.
Bien pasada la hora harían el mutis de rigor, para dar el do de pecho en los bises. Salieron uniformados como futbolistas, a la moda 'blokecore', cada uno con su nombre en la camiseta, para la traca final, con 'Carreteras infinitas' y un 'El incendio' absolutamente salvaje. Aunque lo que más se coreó fue 'Hoy no salgo', todo un anti himno de una generación que reivindica la eterna juventud.
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