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«Los primeros músicos eran sanadores», decía el gran maestro Jorge Pardo, y lo contaba David Ruiz el viernes en el auditorio de la Escuela de Náutica de la UC mientras trasteaba con un instrumento norteafricano de lo más exótico, un guembri, antecesor del bajo. « ... Se desafina mucho porque está hecho con la piel del cuello de un camello, y las cuerdas de tripa de cabra», aclaró. Fascinado por la música gnawa, que los esclavos negros del Magreb utilizaban para 'sanar' a las personas, el contrabajista manchego demostró con su 'Fantasía gwana', que termina convertida en un blues, qué es la fusión y cómo el arte puede ser un crisol de culturas.
Con un auditorio repleto –invitaciones agotadas– y mucha expectación, David Ruiz se presentaba en Santander al frente de su septeto –un sexteto de jazz al que se incorpora un bailaor flamenco– para presentar su primer disco, 'Where we come from'. Sin signo de interrogación al final, como bien aclaró en sus palabras de bienvenida Pepe Santos, director del Aula de Música de la Universidad de Cantabria.
Es decir, un «De donde venimos» afirmativo con el que David Ruiz explica sus influencias artísticas y el recorrido de géneros y estilos que le ha llevado a conformar su personalidad como músico: del rock al jazz, con sus estudios en Musikene, en San Sebastián, y de allí a Madrid donde su horizonte se amplía al entrar en contacto con la música africana y, sobre todo, con el flamenco.
Y así se plantea su espectáculo, que arranca con 'El triunfo de Baco' en un formato de banda de rock –batería, contrabajo, órgano y eléctrica– a la que en el segundo asalto, 'Deneb', se unen los metales, trompeta y saxo. Pero, cuando uno cree estar en un club neoyorquino de los años setenta, con el trompetista Carlos Rossi pugnando por las primeras ovaciones con el propio Ruiz, que comenzó tocando el contrabajo con baquetas y acabó 'abanicándolo' con el dorso de la mano.
Hasta que de pronto salta la sorpresa en 'Aita', donde el giro melancólico de pronto se funde con el eco de un flamenco, y aparece el bailaor Daniel Caballero, cuyo taconeo se convierte en un fraseo de jazz sobre el que el sexteto de músicos arma toda una pieza.
Ya sin danza, el duelo siguiente será entre cuerda y metales, con el santanderino Marcos Salcines al piano y Gustavo Adolfo Díaz al saxo. O de pronto la noche se pone rockera con la Fender Tele Thinline de Marcos Collado punteando semifusas y apurando los vibratos y la distorsión, o vira hacia el latin jazz con la batería de Miquel Asensio como protagonista. Luego, en los bises, todavía se unirá un músico más, el pianista vasco Juan Ortiz.
En las tablas se cruzan miradas cómplices y sonrisas, que acaban contagiando al público, cada vez más animoso en los aplausos. Suena algún 'bravo', palmas y silbidos, y por momentos David Ruiz parece en otro mundo, tocando con los ojos cerrados.
«Esta música te puede hacer entrar en trance», había contado sobre la música gnawa. Y cuando se despiden con un blues que casi suena a swing, o a big band, se aclara el secreto de la fusión. Y es que toda esa música, sanadora o revolucionaria, nace del mismo lugar: del corazón de las personas. Vengan de donde vengan.
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