50 minutos que deciden una carrera musical
Expectación ·
Santander y su concurso de piano pueden suponer una catapulta profesional para 19 intérpretes que viven con nervios su paso por el laureado certamenSecciones
Servicios
Destacamos
Expectación ·
Santander y su concurso de piano pueden suponer una catapulta profesional para 19 intérpretes que viven con nervios su paso por el laureado certamenEste lo ha hecho muy bien. Le ha gustado mucho a la gente». Junto a la puerta de acceso a la Sala Pereda, en uno de los descansos de la primera semifinal del XX Concurso Internacional de Piano de Santander Paloma O´Shea, el público comparte breves impresiones. El georgiano David Khirikuli acaba de terminar sus 50 minutos de enérgico recital, con la Sonata num. 7 en Si bemol, op. 83 de Sergei Prokófiev. Una obra que se escuchará dos horas después, interpretada por el portugués Rafael Kyrychenko. Es una de las piezas seleccionada por varios de los participantes, tal vez para cerrar con potencia ese tiempo limitado en el que tienen que mostrar que merecen seguir adelante en el certamen. Pero como todo, el concurso también tiene sus leyendas, y una dice que quienes encandilan al público en el primer momento no entran por el ojo del exigente jurado con la misma facilidad.
Antes de la apertura oficial de la competición, con la sala vacía, siete personas se afanan en el escenario. Dos pianos y una grúa ocupan el espacio y la atención. «La temperatura es diferente en el backstage que en el escenario y eso está afectando a los afinadores», explica por teléfono el jefe de Producción, Juan Mendoza, que no descansará ni un minuto durante las próximas horas. «Hola, Paloma, ¿cómo estás?», dice en la siguiente llamada para intercambiar impresiones. Una muestra de hasta qué punto quien da nombre al concurso está pendiente de los detalles.
Adolfo
Tercera vez en el concurso
El alemán Thomas Lepler, afinador de Stainway, confirma los nervios que se viven entre bambalinas. Para los jóvenes pianistas, que todo suene como debe y puede suponer un antes y un después. El concurso cuenta con un premio económico, sí, pero también la grabación de un disco y una gira de conciertos, con la medalla de haber ganado este exigente certamen como aval con el que ir acrecentando el tamaño de su nombre por todo el mundo.
En lo alto de la Pereda, con un contrapicado que representa un simbólico poder, una larga mesa, cubierta con tela gris, espera a sus nueve ocupantes: los miembros del Jurado. Nadie puede sentarse en las filas posteriores. Tampoco en la delantera a la que ocupan. Sus anotaciones y comentarios deben quedar protegidos de cualquier filtración. De hecho, no hay interacción alguna entre los consagrados pianistas y los aspirantes a serlo. «Tienen que evaluarlos. No pueden hablar con ellos», explica una integrante del amplio equipo mientras coloca milimétricamente la documentación en cada puesto.
Mientras se ajustan las luces, el otro afinador va probando que el instrumento esté en condiciones óptimas para la desafiante tarde que tiene por delante; más de seis horas de virtuosismo. Cada músico elegirá entre los dos modelos disponibles, una decisión que pueden tomar hasta el último momento. Mientras suena uno, el otro piano se mantiene en guardia tras los muros de madera. Tan solo los seis sedientos árboles colocados al fondo de la caja escénica, rompen la pulcritud y minimalismo solemne.
Desde el exterior, llegan los rumores del movimiento. Por el acceso que da a la Escuela de Náutica, el público entra al Palacio y comienza a llenar la sala. Se paran a recoger el programa de mano y a leer la lista, pegada en un corcho, en la que se especifica el orden de los concursantes, sorteado esa misma mañana en casa de Paloma O´Shea.
«Es fantástico recuperar el ritmo tras la pandemia», afirma Íñigo, asiduo a la agenda cultural de Santander. Le gustaría, eso sí, que «todo estuviera en su lugar y se pudieran tener los programas de mano como antaño y no tener que hacer fotografías». Son muchos los que antes de acceder se acercan al panel y, con sus teléfonos, se llevan una imagen con el orden de las tres semifinales. Seis concursantes participaron en la primera jornada, siete ayer, en la segunda, y los seis restantes se batirán el cobre esta tarde en la última semifinal. Poco a poco, los asistentes van buscando su lugar. Miembros de la organización bajan por las escaleras llevando botellas de agua, las azafatas sincronizan sus auriculares mientras se reparten por la estancia, los cámaras ultiman la ubicación perfecta para que nada se escape al objetivo que debe retransmitir la sesión en directo. En un lateral, como un improvisado cine de verano, se ha colocado una pantalla donde se puede ver la emisión entre uno y otro recital, hasta que las puertas se abran de nuevo. Está prohibido entrar o salir de la sala durante las interpretaciones. Solo en ese momento, cuando por fin se puede aplaudir la labor exigente que han realizado los pianistas, la tensión parece relajarse en el ambiente.
Desde Zamora llegan Pilar, Demetrio y su hijo Gonzalo, siguiendo lo que es casi «una tradición de familia». Tienen un piano vertical y otro de cola en su casa, que tocan tanto la madre como el niño. El abuelo era asiduo al Concurso de Piano y ellos, por fin, han conseguido que les coincida con sus vacaciones en la capital cántabra. Afirman que les encanta la música clásica y asistir a la semifinal «es una forma de pasar la tarde y un placer escuchar a los pianistas en directo».
Algunas personas, como Carmen, que va con prisa y se dirige a las primera fila, son habituales del certamen. «He acudido casi todos los años», dice. Otros, han incluido la cita en sus vacaciones. Alfonso estudió piano en su niñez y juventud y «lo llevo en el corazón», dice. Junto a su mujer, Carol, viene desde Sabadell «solo por el concurso», por tercera ocasión. Un evento que considera un aliciente para la ciudad y «un privilegio poder disfrutarlo de forma libre y gratuita».
El jurado, que llega en la flota de coches oficiales identificados con enormes pegatinas rojas del concurso, tiene reservado el acceso por la puerta opuesta al público. Desde Gamazo. Solo para ellos. Forman corrillos repartidos por los sofás, también rojos, del vestíbulo del Palacio. Esperan a que se cumpla el tiempo, pues a partir de ese momento, tienen por delante seis horas como mínimo que exigen su atención y concentración plena.
Con parsimonia, se colocan en sus lugares y revisan la documentación que les han dejado preparada. Sherevskaya abre a la izquierda la metáfora visual de esta última cena musical, seguida de Sermet y la japonesa Eibi, a la que flanquea Csaba. En el centro, el presidente Achúcarro, seguido de Guylás, el irlandés Douglas, Guijarro y Martínez Mehner cerrando el cuadro. En cada breve descanso entre concursantes, se levantan, caminan por el pasillo. La maestra rusa toma notas. El director del Encuentro de Música y Academia balancea la cabeza al ritmo de las piezas. Conversan amigablemente en francés, toman café para llevar, como un grupo de viejos amigos listos para compartir un rato de aquello que les une y les reúne: la música.
El sonido de una moneda al caer suele ser imperceptible. Salvo cuando choca contra el suelo en un espacio donde el silencio respetuoso casi se palpa, una sala en la que cada tecla bien pulsada es un escalón que puede significar el camino ascendente de una carrera musical de largo recorrido. Cuando esa moneda rebelde se escapa de un bolsillo y tintinea escaleras abajo, la respiración se contiene. Que nada distraiga al intérprete. Que nada le haga salirse de su momento, sin partituras, mostrando la vigencia de composiciones creadas hace varios siglos que hacen palidecer los atisbos de modernidad efímera. Son las 15.58. Las puertas se cierran. El aviso sonoro invita a apagar teléfonos y, a quien lo desee a seguir llevando mascarilla. La mayoría. También varios integrantes del jurado. El canadiense Carter Johnson, altísimo, acaricia las teclas varias veces sin generar sonido alguno, en una especie de ritual. Con su doble nombre presidencial estadounidense, le tocó la nada envidiable labor de abrir el concurso. Comienza a tocar. Desde ahora, la suerte está echada.
Las bases del Concurso especifican que todos los participantes deben estar en Santander en la jornada de inicio del certamen y acudir al sorteo que determinará la posición en la que compiten en cada fase. Dos normas que no ha cumplido Simon Karakulidi. Por problemas con sus vuelos no ha podido llegar al certamen a tiempo y ha quedado descalificado. Así, son 19 los participantes en la primera fase, de los que 12 pasarán a las semifinales de música de cámara con el Cuarteto Casals y 6 llegarán a la final sinfónica de la que saldrá el ganador y los dos finalistas.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.