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Llenando recintos, con un bagaje de casi 90 conciertos en época pandémica, cambiando el sistema de trabajo, exprimiendo las sensaciones. Pablo López es un artista querido en Cantabria, donde suele agotar entradas. Hoy llega con su trabajo más reciente, 'Unikornio. Once millones de versos después ... de ti' a la campa de la Magdalena.
-¿Como está?
-Libremente enjaulado.
-Tendrá que explicar qué significa eso
-He aprendido que cuando uno está de gira, aunque no sea uno de esos tour larguísimos que no te bajas del autobús, ni estás nunca en casa, el modo, la inercia se mantiene. La jaula le llamamos cariñosamente al montaje, porque visualmente es una jaula. Entonces, esas dos horas que uno está en el escenario, hacen muy pequeñas a las del resto de la semana. De ahí lo de estar libremente enjaulado. Estar aquí hablando contigo es fantástico, pero cuando uno está con esa intensidad de vivir esas dos horas, es muy difícil desconectar.
-¿Uno acaba siendo esclavo de esos márgenes?
-Sin duda sí. Una esclavitud extraña pero absolutamente aceptada, celebrada y agradecida.
-Es algo positivo pero condiciona el resto de su vida.
-Sin duda alguna. Se puede decir que uno se vuelve un yonki del escenario.
-A estas alturas ¿a qué grado de normalidad ha podido regresar?
-En 2020 ya salí a tocar, ya tenía la asignatura estudiada porque hicimos 30 conciertos y con la misma sensación; es tan normal todo cuando estás tocando...Se producen unos mecanismos emocionales, físicos, que uno se olvida de lo que está pasando. Cuando se apagan las luces de nuevo, uno se encuentra con la realidad en la calle. Pero es casi amnésico. La música tiene ese carácter que no se ve afectada por antiguas ni nuevas normalidades.
-¿Cree que por eso añoramos tanto poder disfrutar de los conciertos y la música en directo de nuevo?
-Empatizo con la gente cuando estoy en el escenario. Aún me resulta asombroso que hagan el esfuerzo por venir a verme donde toco. Es increíble cómo se está portando la gente, la paciencia y el cuidado con el que se está haciendo todo. También tiene la parte de poder ver conciertos más íntimos, cruzarte la mirada y entender mejor una canción.
-Decía un promotor recientemente, que si fuera por este sector, probablemente ya se habría vacunado al 90% de la población con orden, acostumbrados a manejar miles de personas. Se aprenderá a valorar más este sector tan maltratado
-Secundo sus palabras y tenemos que agradecer su confianza. La música será, para bien o para mal, siempre igual. Cuando dicen que esta época es muy mala, pues por supuesto, sobre todo para los técnicos. Pero es que es muy complicado; nosotros llevamos toda la vida en pandemia. Se crea una disciplina con la que la gente alucinaría si supiera cuáles son nuestras rutinas para poder llegar al escenario. Lo mejor de todo sería que todo siga su curso normal.
-Este cuarto disco toma otro rumbo respecto a lo anterior que tiene concepto de trilogía.
-Me encanta que me digas eso. Así lo veo yo. Nunca se pensó como algo conceptual, pero 'Camino, fuego y libertad' son tres estados de ánimo. La búsqueda, la celebración y el negro, que le llamo yo, que es el más oscuro, que me lleva a preguntarme de nuevo quién soy en medio de un laberinto. El otro día los escuché separados en un viaje largo con mi hermano y saqué la conclusión de que nunca me arrepiento de lo que he hecho y otra que tengo la sensación de que estoy contando una historia y me siento orgulloso.
-Se ha referido en varias ocasiones al éxito como algo peligroso. ¿Qué quiere decir?
-Quizá no el éxito sino vivir tan apasionadamente. Si uno va con el alma al aire todo el rato, se le puede resfriar. Una cosa es pillarse una gripe y otra que cosas muy bonitas en la vida, que pertenecen a algo más calmado, lógico que la explosión de un escenario, se vuelvan insulsas. Que no disfrutes de nada que no sea tocar y todos los días quieras que pase algo. Eso es lo peligroso. Entrar en esas agujetas emocionales que acabas pagando.
-Administrar la pasión es complicado.
-Tú lo has dicho perfecto. Es más, sería mi titular.
- Agotando entradas, llenando recintos, en televisión. Si mira hacia atrás, ¿cómo ve ahora sus inicios?
- Es curioso cómo el recuerdo filtra y a veces manipula de una forma curiosa. Las historias, desde El Patio a esta parte, me cuesta mucho escribirlas si no estoy totalmente desgarrado. No en negativo. Intento rescatar cómo me lo tomaba en el primer disco y no lo sé. Es algo casi imposible empatizar contigo mismo tiempo atrás. Tengo fotografías, no en Instagram sino en mi cabeza. Si me pudiera mirar me diría a mí mismo que merece la pena luchar.
- ¿Ha jugado con nuevos sonidos en este trabajo?
- Creo que sí. Sobre todo en la forma. Me eché la producción encima y tanto la casa como las canciones las tengo llenas de gente. Siempre hay una palabra de mi hermano a las 3 de la mañana con una copa de vino, un quien entró en la habitación intentando grabar un bajo… Me he desgastado mucho físicamente porque he intentado grabar muchos instrumentos. Al final lo compone tu cotidianidad. En este caso lo he llevado al extremo. El concepto de estructura y libertad ha explotado en todas las direcciones.
- ¿Eso también es sinónimo de seguridad, de atreverse a explorar sin prejuicios?
- No de seguridad plena, pero sí es verdad que de madurez, aunque es una palabra que odio. La seguridad está ahí hasta que se pierde, en cualquier caso y eso también es bonito.
- Ha mencionado a su hermano. Es algo habitual oírle hablar de la importancia de su familia en su carrera. ¿Han hecho funciones de apoyo y también críticas?
- El círculo cerrado somos mi hermano, mi madre y yo. Mi madre es apoyo callado. Sus grandes regañinas y apoyos han sido en silencio. ¡Parece más cántabra que los cántabros! (ríe) Es algo que admiro de vuestra tierra. Y mi hermano tiene una capacidad crítica que a veces no es destructiva pero que no me pasan ni una. Saben cuando me relajo, cuando no estoy, cuando puedo hacer un poco más. Es una manera exigente de vivir pero lo agradezco, porque si no uno no puede avanzar.
- Le gusta que le asocien como pareja con su piano. ¿Eligió este instrumento o fue una imposición?
- Si tengo una historia mística y de poner una película de tarde de amor, es la mía con el piano. Me enamoré a primera vista literal cuando lo vi con cuatro años en el colegio y quería saber qué diablos era eso y ponerle la mano encima. Y desde entonces la pasión no ha hecho más que crecer y por suerte no nos cansamos el uno del otro. ¡Estamos cada día más enrollados!
-¿Cuál es la lección más bonita que saca de esta etapa convulsa?
-La primera es que estoy condenado a estar tocando de por vida. Después, lo que me llevo es el amor de la gente. Nunca voy a olvidar esta gira, porque soy el que presencia muchas veces el espectáculo desde el escenario, con una unión de empatía común y respeto. Se va a quedar en mi memoria para siempre.
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