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En la Sala Griega del Palacio de Festivales, la agenda hace coincidir a la cantante eslovena Bernarda Fink con el oboísta granadino Ramón Ortega. «Te ... admiro mucho», le dice el músico a la mezzosoprano. Ella responde del mismo modo. Es uno de los cruces que genera el ambiente propio del Encuentro de Música y Academia de Santander. Ortega es, a sus 34 años, un destacado intérprete mundial, que ofrecerá sus conocimientos a cuatro alumnos y varios grupos de cámara. Una vivencia que considera bonita y enriquecedora.
- ¿El intercambio de experiencias con otros maestros es un aliciente de este Encuentro?
- Cuando ves la lista de profesores, leyendas en su mayoría... Personalmente estoy muy contento de poder formar parte del elenco y tener esta experiencia. De trabajar aquí, en Santander, con el programa tan variado de clases, algo que ayuda mucho, porque no son solo máster class, ni solo música de cámara. Esta combinación es muy bonita.
- ¿Qué lección le gustaría dar a quienes son sus alumnos?
- Es complicado. Siempre se intenta aportar un poco de tu experiencia. Me gusta ser flexible y no enseñar a todos lo mismo. En la música es curioso, porque nunca alcanzas un punto en el que digas; estoy completo. Siempre se puede mejorar y la idea es dar a cada uno aquello en lo que creas que puede mejorar.
- Como alumno, eligió el oboe como instrumento porque en su casa el piano ya estaba cogido
- ¡Exacto! (Ríe) Mi padre es pianista, y mi hermana, que es mayor, empezó a tocar el piano. Recuerdo escuchar cómo estudiaba y pensar que yo también tenía que hacerlo. Quizá por el ambiente que había en casa. Con el mismo libro, solo, porque era pequeño y no me prestaban tanta atención, yo trataba de imitar lo que ella hacía. Después cuando llegó el momento, al cumplir los ocho años, mi padre trajo el oboe un poco por casualidad; su mejor amigo en el conservatorio, Miguel Quirós, era el profesor.
- El mismo que fue su mentor durante muchos años.
- Con él empecé y compartí los primeros seis años de aprendizaje. Me dio mucho porque en su época fue de los mejores oboístas de España. Tocó casi treinta años en el Teatro Real. Tener a alguien con esa experiencia cuando empiezas a estudiar no era tan común.
- Es importante la reflexión sobre ese ambiente que dio pie a sus inicios. ¿Cree que ese aspecto cojea a nivel de educación formal respecto a la música?
- Puedo hablar solo de mi experiencia y ahora que tengo un niño, me doy cuenta de que no es tan fácil y yo tuve mucha suerte. Fue algo natural. Creo que el problema hoy es que hay demasiados estímulos. Entonces no tenías tablet ni internet y tenías tiempo en el que jugar y hacer otras cosas. A mí ponerme un ratito con el oboe me servía como entretenimiento. Hoy los niños están saturados y es un arte conseguir que les fascine la música o sea parte de un ritual diario.
- Esas distracciones digitales también sirven para ampliar las posibilidades formativas
- Así es. El nivel medio ha subido muchísimo. Creo que mucha parte de la culpa la tiene internet y las opciones de escuchar cualquier grabación, ver clases online... Cuando yo estudiaba al principio de los 2000, ibas a la tienda de discos y tenías que seleccionar muy bien lo que te llevabas, porque no tenías acceso a todo. Hoy te haces una cuenta en una plataforma y está todo a tu disposición.
- Entró a formar parte de la orquesta con 12 años. ¿Ya tenía claro que quería dedicarse a esto profesionalmente?
- Ahí no del todo. Tenía la inercia de hacer música en casa, ir al conservatorio, estudiar. Surgió la opción de entrar en la Orquesta Joven de Granada, pero fue más tarde, a los 15 cuando entré en el proyecto de Barenboin, West-Earsten Diva, que supuso una gira por Berlín, Londres, París... Solo trabajar con él fue un shock para mí y al volver a casa fue cuando dije: me gustaría hacer esto el resto de mi vida.
BECAS
INICIOS
- ¿El resultado es una vida en continuo movimiento?
- Esto también cambia. Con esa edad y más tarde, cuando me mudé a Alemania, quieres no parar. Con los años se ve de otra manera. Viajar parece más pesado, sobre todo cuando tienes familia, pero es una vida bonita. No nos podemos quejar.
- Estuvo asentado en Los Ángeles y ahora, ¿ha vuelto a Alemania?
- Estoy en Múnich. Los Ángeles fue una opción que probé en 2018, para ver cómo iba, porque el sistema es muy diferente.
- ¿La cultura de un país marca la manera de funcionar en una orquesta?
- Se nota muchísimo. En América se trabaja mucho más, el ritmo es muy distinto, incluso el sistema, con financiación y sponsors como en otros ámbitos. La forma de tocar también.
- ¿Quizá más tipo funcionariado?
- Tiene un punto de esto, aunque no me gustaría generalizar, porque hay orquestas norteamericanas que suenan con mucho alma. Para mí, viniendo de mi orquesta en Múnich, con la que llevaba ya diez años, la experiencia fue un poco en esa dirección. Aquí puedes implicarte más, hay cosas que te salen ya sin pensar. Allí, después de dos meses estaba hecho polvo. Era un sacrificio grande, porque Los Ángeles está lejos de todo.
- Fue ganador de la beca Borletti Buitoni Trust London. ¿Qué importancia tienen las ayudas institucionales para sacar adelante una carrera musical?
- Es vital. Hoy en día, y como se ha puesto el mercado discográfico, donde el artista tiene que cubrir todo, cuando empiezas, este tipo de ayudas es clave. Llegó en el momento en que planificaba mi primera grabación y supuso poder hacerlo posible. Todo lo que se pueda conseguir como apoyo es poco.
- Terminamos volviendo al principio y su frase de que uno no llega estar completo del todo en este trabajo. Eso supone una búsqueda que debe ser cansada
- Mucho (ríe). A veces a los artistas nos ven como bohemios, viajando, conociendo, pero tiene su parte muy dura. Hacer sonar el oboe ya es casi un milagro. Desde que soy profesional siempre he estado con la idea de mejorar. Es un proceso de cambio que te da mucho de vuelta. Muchas satisfacciones.
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Ana del Castillo
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