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Suelen decir los músicos que cuando una canción ve la luz deja de pertenecerles y pasa de ser suya a convertirse en propiedad del público. Que se escapa a sus manos y confían en que lo hará a mejor vida, porque el fin último de ... las composiciones consiste en dejarlas volar para que cada oído ajeno haga de ellas un pequeño lugar donde habitar.
Pero ocurre que lo que se debate entre admiración y afecto cuando este desembarco se produce en tierra de fans y feligreses, a sabiendas de que habrá mimo y atención en la acogida, dista años luz de las intenciones mercantilistas de ciertas corporaciones que ven en ellas el marco ideal para encajar con calzador intereses de otra índole; asuntos con los que la canción en cuestión jamás imaginó estrechar distancias durante su concepción original.
Ocurrió hace mucho, en 1968, cuando la casa de automóviles Buick vio en el 'Light my fire' de los Doors la banda sonora perfecta para el spot de su nuevo carraco. Con 75.000 dólares sobre la mesa y, a pesar de la rotunda oposición de Jim Morrison, Robbie Krieger -creador del hit y guitarrista del grupo- terminó vendiendo el tema. Pero también ocurrió hace poco, cuando una tarde de revuelta social, la marea de un partido político azuzaba sus banderas verdes al son del 'No puedo vivir sin ti' de Coque Malla; solo que esta vez sin cuentas corrientes de por medio y, lo que es peor, sin consentimiento.
No basta con que a la masa receptora, amante y protectora de la música, le chirríe y critique ver encasillado un gran himno entre los cimientos de una estrategia comercial, una causa política o cualquier iniciativa ajena a él que, además, traiga consigo lucro en su actividad. No es suficiente y, por eso, en ese preciso momento, es cuando el autor o la autora, el padre o la madre de esa canción, deben tomar las riendas de nuevo y salir en su defensa reivindicando que si ellos fueron capaces de conferirle la libertad absoluta en su día al compartirla con el mundo, no puede llegar cualquiera para apropiársela y travestirla a su causa.
Coque lo hizo a través de un tuit, y sirvió de mucho; por lo menos para que las tendencias y los hashtags del timeline de aquel día fueran conscientes de su rechazo disfrazado de ironía fina. Al poco tiempo, el colombiano Juanes se sumaba a la diatriba porque en aquel mitin también había sonado, sin su permiso, su archiconocido 'A Dios le pido'. Y también REM que, desde otra batalla, conseguían violentar al mismísimo Trump a través de las redes sociales, al haber utilizado su canción 'Everybody hurts' en fragmentos de un vídeo que acompañaba a su discurso sobre el Estado de la Unión. El supra presidente, finalmente, se achantó y decidió eliminarlo.
No sé si VOX España, el partido de ultra derecha que ha utilizado sin permiso (tienen perfecto derecho a hacerlo, que le vamos a hacer) mi canción "No puedo vivir sin ti" en un mitin, sabe que media España piensa que es una canción dedicada a la cocaína... https://t.co/1Z8aMaS9CK pic.twitter.com/DNOMsbTSny
— Coque Malla (@Coque_Malla) 8 de octubre de 2018
Y es que, llegados a este punto, no inquirimos tanto en asuntos de derechos de autor o copyright (que también); hablamos sobre todo de moralidad, de una cuestión que atañe a la ética y al respeto, ya no solo de ese autor, por supuesto en primer lugar, sino de todos los que de algún modo se sienten representados por esa letra y por esa música, pero a su manera, sin invasiones, sin ajar.
Cuando en el año 2003 el Rey Lagarto ya no andaba por estos lares, la firma Cadillac quiso repetir jugada con los Doors; esta vez el codiciado tesoro para enganchar al target ante su nueva línea de coches era 'Break on through' y el jugoso intercambio 15 millones de dólares. Pese a unos Ray Manzarek (teclista) y de nuevo Robbie Krieger salivando ante el astronómico cheque, el acuerdo se frustró gracias al batería John Densmore que quiso velar por lo que a Jim le habría gustado: impedir el negocio y mandarles a la mierda con su brillante propuesta. Finalmente, los billetes fueron a parar a Led Zeppelin. Ellos sabrán. Como también sabrá el viejo Bob por qué ha decidido «prestar» su joya más preciada ('Blowin in the wind') al último anuncio de Budweiser para la Super Bowl de este año.
No hace mucho, a los míticos Desleales su generosidad con el pequeño bar de un pueblo cántabro, Pejanda, les salió demasiado cara al meterse por medio los afanes comerciales de otra cervecera de las grandes, esta vez española. Por su amistad, la banda de rock había llegado al acuerdo con el dueño del local (Casa Molleda) de dar un concierto al año ante su ínfimo público a cambio de botellines, entendiendo que aquel era un negocio humilde muy lejano a las cifras que se manejan en los cachés de conciertos al uso. Pero la gracia se convirtió en filón para la marca de birra y, de aquello, su departamento de publicidad diseñó un divertido anuncio que terminó interpretándose popularmente como un propósito de explotación en el que a los músicos en lugar de pagarles con dinero les bastaba con recibir alcohol a cambio.
Cash, negocios, imagen, dobleces, malas interpretaciones o tramas equivocadas que, al final, siempre terminan desembocando en una triste y terrible prostitución de la música con su pertinente trata de canciones. A veces, incluso ante la mirada consensuada de sus progenitores; y eso es lo que el público, su dueño teórico y romántico, no perdona.
Todavía resuena aquel «gueropa» (en realidad «get up») nacido de las entrañas de James Brown y su infalible «Sex machine», a velocidad de Renault Clio. Y aquello, creo recordar, también provocó algún que otro derrape en 1996.
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