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«Hay poco rock and roll. Hay poco rock and roll.»
Tranquilo, que no me he colado. Ya sé que eso no lo cantaba Extremoduro, sino sus «hermanos» de Platero y Tú. Lo sé porque «yo estaba allí», en aquellos conciertos en los que se ... podía fumar (de todo). Y ahora que una de las bandas más míticas de nuestra adolescencia vuelve para despedirse, constato que, en esta vida a mitad de camino entre el curro y el Mercadona, hay poco rock and roll.
Y por eso nos ha emocionado a muchos poder ver una vez más en directo al grupo de rock más grande que ha dado España, con permiso de Héroes del Silencio. Nos ha emocionado y hecho desembolsar tiempo y dinero. Tiempo, en las ya clásicas y polémicas colas virtuales de la venta de entradas (hola, viagogo y demás estafadores). Dinero, porque Robe y Uoho, como tantas otras estrellas, quieren hacer una buena última caja. Pese a tocar en recintos enormes, las entraditas salen a 40 y 50 euros. Con zona frontal más cara incluida. Qué poco rockero esto último y a la vez qué habitual en estos tiempos.
Pero no hablemos de dinero, que es algo feo comparado con el romanticismo del rock y su fuerza. Muchas veces esa fuerza radica más en el mítico pasado que en el a veces poco apasionante presente. Porque tú has soltado esa pasta (son dos entradas, claro, porque los Reyes Magos o el siguiente cumple vendrán con una entrada para tu chico o chica) no para vivir el presente, sino para revivir el pasado.
Porque, viendo a Extremoduro, volverás durante 2 horas a la peña del pueblo o al garito mugriento de la ciudad en la que tú y tus amigos os desgañitabais cantando «So, Payaso».
Entonces no tenías un duro y ahora has pagado los 40 euros sin pestañear. Total, los ladrones del gas natural o de la luz te cobran bastante más.
Murcia (La Fica, 22 y 23 de mayo), Sevilla (Estadio de La Cartuja, 30 de mayo), Madrid (5 y 6 de junio, Auditorio Miguel Ríos de Rivas Vaciamadrid), Santiago de Compostela (13 de junio, Monte Do Gozo), Cáceres (20 de junio, Recinto ferial), Barcelona (26 y 27 de junio, Parc del Fórum) y Bilbao (18 de julio, Kobetamendi).
Y ahora vas a festivales. Y te has hecho indie. Y coreas a tope los himnos modernos. Pero si una noche, de esas escasas que os juntáis los amigos de siempre, te cruzas en un bar con canciones como 'Golfa', 'Sucede' o 'Salir', rápidamente sacas tu yo no políticamente correcto y gritas cada estrofa desde el corazón y el estómago.
Y ya imaginas escuchar esos temas con Robe Iniesta e Iñaki «Uoho» Antón sobre el escenario. Leyendas de las de verdad. De las de no conceder casi entrevistas o comenzar hora y media tarde a las ruedas de prensa. Rockeros con todas las de la ley, no chicos buenos que hacen pop rock. De los de tener enfrentamientos directos con las autoridades y la Iglesia. Jesucristos García armados con la palabra de letras indómitas y riffs de guitarras espléndidos y salvajes.
En los últimos 30 años Extremoduro lideró el mercado del rock más cañero y menos complaciente con su autodenominado 'rock transgresivo' con el que se hizo un hueco en los anales de la música gracias a un poderoso directo y discos tan notables como 'Somos unos animales', 'Deltoya', 'Agíla' o 'La ley innata'. En total han publicado once discos de estudio, abrochando su trayectoria con 'Para todos los públicos' (2013). Este fue también el título de la última gira de Iniesta y compañía en 2014 que atrajo a más 300.000 espectadores en casi 40 conciertos. «Con nuestros deberes hechos, daremos por terminada esta gira ya del todo y, durante un tiempo, nos dedicaremos cada uno a nuestras cosas (...), tomaremos oxígeno y cuando, después de un tiempo, tengamos algo que contaros, seréis los primeros en saberlo», decían hace cinco años.
Ellos tienen ese halo de no domesticados. Aunque giren con la mayor productora del mundo, lo tienen. Ese halo que tú quieres recuperar durante dos horas.
Porque amigo, hemos de aceptar que nos han domesticado. Que aquellos sueños de cambiar el mundo están hoy bastante lejos. Hemos cogido la vereda de la puerta de atrás. La de currar, consumir y, en muchos casos, callar. Querías ser un indio, no un importante abogado.
Durante dos horas, y por el precio que te cuesta llenar un solo depósito de gasolina del coche, vas a ser feliz. Por eso estas giras suelen ser imbatibles en taquilla. Porque pagas para que tu voz suene tan fuerte, que a veces retumbara en las montañas. Porque pagas para regresar a ese chaval o chavala que, abrazado al kalimotxo y a sus amigos, soñaba con despegar las pezuñas del camino social-alquitranado.
Vuela libre, al sol y al viento, repartiendo el amor que tengas dentro.
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