El juego de tronos del streaming

La guerra está servida. Y también la sangría. Porque ahora el juego consiste en alcanzar la tasa de bits óptima que supere la altura del vilipendiado CD (¿quién lo iba a decir?), la de la su propia competencia y -cómo no- hacerse con la rúbrica de los sellos discográficos más potentes del mundo para garantizarse licencias de exclusividad en contratos millonarios que a los usuarios se nos escapan, enredados en cifras de ceros interminables y rollos administrativos que no interesan.

Porque que se dejen de historias, al final lo que busca el consumidor -nunca estuve tan de acuerdo con esta detestable denominación como ahora- es «lo mejor y ya». A un click. No. A medio click, que para eso pago. Y con la grandiosidad de quien divisa desde la primer fila un concierto, pero con la comodidad de hacerlo desde el móvil, desde el ordenador, desde unos cascos al fin y al cabo; sin pasar por una tienda de discos a pie de calle, por supuesto... Pero eso qué es ¡¡si ya ni existen!!. Eso sí, que albergue un amplio catálogo donde elegir, no vaya a escapársenos una premiere.

El debate en la calle resurgirá de nuevo. Y esta vez no será por pertenecer a la estirpe de Mac o a la del PC; ahora será «¿tú eres más de Spoty o de Amazon?». Mientras tanto, los medios convencionales llorarán de risa, y también de pena. Al tiempo que nos siguen vendiendo la gaita de que estos son «servicios online para los más melómanos», cuando, en realidad, podría decirse todo lo contrario. Son servicios a domicilio destinados a la individualidad, a esos a los que les puede la ansiedad por ser los primeros. ¿En qué?. Da igual. Sencillamente los primeros.