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«Qué insensato es el hombre que deja transcurrir el tiempo estérilmente», decía Goethe. Y nada de insensatos tienen, por lo menos en este sentido, los que rondan las filas del rock and roll. Porque los años transcurren sin piedad y, como inquisidores, disparan sin ... tregua a rodillas anquilosadas por el peso de una vida y una guitarra que ya lucen el rostro agrietado.
Pero el espíritu persiste, y más por estas lindes. Será que en el arte en general, y en la música en particular, anidan también las propiedades del manantial de la eterna juventud, y los que de él beben bien lo saben; aunque Keith Richards haya prometido públicamente no volver a hacerlo, por lo menos con graduación.
Quizá sea cierto que Bob Dylan se esté convirtiendo en un viejo gruñón y también que la imagen que hoy lucen Axl Rose (Guns&Roses) o Angus Young (AC/DC) diste mucho de la que conserva en su memoria el imaginario colectivo, en ese intento romántico por perpetuar en el tiempo una época concreta. Pero las quimeras hieren de inalcanzables y esta se desdibuja a medida que el reloj marca las horas, con minutos que corren sin tregua y no se achantan ni ante las estrellas.
Todavía recuerdo a un John Lydon cincuentón -muy lejos ya de aquel Johnny Rotten de los Sex Pistols- escupiendo al público desde el escenario de un festival español, hace unos años, en todo un arranque punk. Buena parte de los asistentes tacharon aquello de actitud desfasada y poco apropiada para su edad, de ridícula y bochornosa incluso.
O a la mismísima Debbie Harry, superados ya los sesenta, lanzando una de sus chanclas en mitad de un concierto, mientras ponía morritos a las primeras filas. Tampoco gustó.
Pero... ¿por qué? ¿Cuándo han dejado los dinosaurios de ser salvajes? Que los hay también que prefieren asistir al transcurso de los años desde la serenidad, pero sin perder ni un ápice de su arresto. Como ese Nick Cave, que continúa sin claudicar de las tablas, pero va el hombre y abre un consultorio telemático para atender a sus fans desde la tranquilidad de un portátil a lo 'Señorita Francis'.
Patti Smith que instó a los que íbamos a retratarla durante su concierto en Madrid, hace dos veranos, a que lo hiciéramos hacinados desde un ángulo muy concreto y minúsculo. Aquella perspectiva acortaba edad y disminuía defectos sí, pero dejaba a la intemperie la pelusilla hippie sobre sus labios.
O el gran Iggy Pop, que no se desgasta de contonear su tonificada fibra por ahí, pero también se las gasta ahora grabando documentales punk acomodado en la silla de productor.
Que no, que no hay edad ni para el rock & roll, ni para nada, mientras el cuerpo resista y la psique demande. Y aunque, desgraciadamente, tengamos que estar despidiendo estos días a nuestro Rosendo, tras anunciar su retirada de los escenarios, los Who siguen entonando 'My generation' a los 73. «El tiempo no es más que una ilusión», decía Einstein.
Pues eso.
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