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Con un escenario superpoblado –seis músicos y tres coristas–, y después de una sesión dj en plan 'remember' –'Felicitá', 'Vivir así es morir de amor', ' ... Embrujada', 'Aire'… De Perales, Umberto Tozzi o ABBA a Leif Garret, sonó toda una época– la velada arrancó entre niebla de hielo seco con una proyección de imágenes de época: portadas de discos, recortes de prensa, fotografías añejas, grabaciones de sus primeras actuaciones en televisión. La nostalgia se enredaba en el ambiente con una cuenta atrás para arrancar la gira de regreso del dúo.
Tres, dos, uno… Y el palacio viajaba en el tiempo, con los hermanos Herrero saludando triunfales. El rubio, Javier, ya plateado. El moreno, Pedro, con sombrero y barba. Ambos de negro. En forma «y sin barriga», como habían prometido en la entrevista previa. Pero los mismos que en 1980 cantaban 'Déjala', con la que arrancaron.
Todo un reto en lo técnico, porque el vientre de la 'ballena' del Sardinero no tiene precisamente la mejor acústica, pero en cuanto calentaron las voces se pudo comprobar que, en efecto, seguían siendo los mismos, con esas tesituras tan particulares, de agudos vibrantes y trémolos para rematar.
Encantados de arrancar la gira en Santander, los cantantes agradecieron «el apoyo incondicional» con que se ha recibido su vuelta a los escenarios, bajo el título 'Dos voces y una historia'. Historia que prometieron ir desentrañando; aunque no en orden cronológico, porque viajarían de 1993 ('De espuma, de arena y sal') a 2001 ('Por un segundo') y luego a 1981 ('Y decir que te quiero'). Por supuesto, las más celebradas serían las de su primera época, incluyendo el guiño a Víctor Manuel con 'Canción para Pilar' (1979).
«Empecé a hacer canciones cuando todavía era un niño, con doce o trece años, e hice de ello mi oficio. Adquirí más cultura musical, aprendí a revolver las palabras y cuando me hice mayor –Sí, tengo sesenta y tres. Vosotros estáis igual– hice canciones para gente muy importante: Mercedes Sosa, Dyango… Eran mejores canciones, pero no tenían la frescura de las primeras que hice. Canciones como ésta», dijo Pedro para presentar 'Juany' (1978). Coreada masivamente, serviría para romper por fin el hielo de un concierto hasta entonces algo frío, tal vez lastrado por el hándicap de que las y los fans de la pista estuvieran sentados. Aún así, no dejaban de sonar voces espontáneas, que aprovechaban cualquier silencio para las peticiones del oyente; por aclamación ganaba 'Háblame de ti'.
Que justo llegaría después de una versión sorprendentemente rockera de 'Mi mundo' –poco que ver con la producción de Juan Pardo en el 80–; fue sonar los primeros acordes del 'Háblame' (1979) y hacerse la luz: miles de móviles iluminaban la canción más icónica, con el público dudando si grabar o bailar. Por supuesto, terminaron haciendo ambas cosas. Casi tres minutos duró la ovación, con el público en pie, que acabó cantando el «oé, oé, oé».
Sería, aún así, el inicio de la escalada, porque luego vendrían palabras mayores: 'Y voló' y 'Madre', dos baladas de 1980 que sin embargo subirían, y mucho, las revoluciones; ayudaban mucho, claro, los vídeos con imágenes familiares, en blanco y negro, preparados por el hijo de Pedro. «Es un placer cantar con un coro así», agradeció al público el moreno. «¡Ese Pedro!», le respondió la grada, casi haciéndole la ola. Eso sí, de inmediato replicaron las ultras del rubio: «¡Javi, Javi!».
La piquilla acabó en empate técnico –para ser justos, el rubio debería haber ganado a los puntos–, hasta que el pop barroco de 'Esperanzas' (1978) –la canción, por cierto, que les puso en órbita, con su primer single– volvió a poner el Palacio patas arriba. Dejaron al público cantar el segundo estribillo, y casi parecía que estuvieran ecualizados.
«Para la próxima canción quisiera sentiros»; Pedro, que ya se había quitado el sombrero, pidió «un paisaje bonito» de linternas de móvil para 'Que no lastimen a tu corazón' (1981), que encadenaron con 'Si tú los vieras' (1984), 'Guitarra' (1979), para cerrar el primer acto con 'Señor' (1980). De propina, en los bises caería 'Acordes' (1978), y un popurrí de estribillos que serviría de resumen y fin de fiesta.
Al final, el calendario volvió a marcar 2025. Pero, durante casi dos horas, asomaron en las pupilas de los presentes aquellos adolescentes que fueron, allá por finales de los setenta y los primeros ochenta. Y disfrutaron de lo lindo cantando, bailando, jaleando y saltando, en un derroche de vitalidad juvenil. Para demostrar que el tiempo, como la edad, efectivamente es relativo.
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