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Muchachito
La semana que tenía «un poco más de margen», Jairo Perera tiene un pequeño achaque de salud. «El mal de autónomo», bromea. O quizá que, ... cuando el cuerpo está acostumbrado a no parar nunca, lo hace y el sistema cree que está pasando algo. Y es que el de Santa Coloma de Gramenet, lleva 30 años subiendo y bajando de escenario, bajo el nombre de Muchachito. Apellidos: Bombo Infierno. Llega esta noche a Escenario Santander (20.30 horas) con 'Historia de un Muchacho', una gira en la que hace balance de su carrera. Treinta años, ni más ni menos, de recorrer el mundo.
«Con el tiempo uno empieza a recordar cosas», dice. Amigos que comparten recuerdos de aquel grupo iniciático que formaron con veinte años y del que extrajo su nombre. Este tour es, en cierto modo, «agradecer la gran suerte de aquel momento, de empezar a disfrutarlo y que se convirtiera en mi trabajo y poder seguir haciéndolo hoy de forma muy parecida». Se siente afortunado. «He podido decidir mi camino, teniendo en cuenta el barco en el que estaba, la suerte de equivocarme, de volver a hacer y llamar a esto trabajo». En en un mundo en el que «hay arte por doquier», él la aborda alejado de la competición, para que sea «compartir y aprender».
A los cincuenta años, «hace gracia que me sigan llamando Muchachito», bromea. Le canea la barba y a veces se presenta como 'El viejo Muchachito'. Recuerda cómo le miran los «nenes» en los conciertos en los días en que se queda sin púas, porque todas se la regala a ese público infantil. Buddy Guy con su camisa de lunares o el gran Bambino, «son referentes» para él.
En el viaje hasta la actualidad, viene -y presume- de tocar en bandas. Al salir de Trimelón alguien le sugirió quedarse con el nombre y el caché, algo impensable para él. Ahí surgió su apodo, imitando a Jonathan Richman, que hoy es un buen colega. «Cada dos discos o así cambiaba de bandas con sus amigos y después los Modern Lovers eran otros». El Bombo Infierno nació de ese modo: «amigos que a veces venían y a veces no, hasta que llegó un momento en que estaban tan a gusto que se quedaron». Durante 13 años.
Junto a su faceta de defensor de las estructuras comunitarias, Perera es conocido por ser un hombre orquesta total. «Ha sido una supervivencia también; me he autogestionado toda la vida y fui de los primeros en hacer de hombre orquesta y no lo he dejado de hacer». Lo que le da pie a generar una complicidad directa con la gente. «Puedo romper la canción, parar, cambiar de tema si me lo piden...». No sigue una lista como tal cada día y a su banda le lleva a acostumbrarse a esa manera de funcionar. «Saber por dónde va el partido sin que haya un guión previo». Hay gente que lo pasa mal y otra que se relaja y lo pasa súper bien. «Intento que cuando está la banda al completo, todo el mundo haga suyo ese arreglo».
A Santander viene en lo que llama formato «íntimo y contundente». Tenía ganas de «explicar las historias». La dinámica cambia si va a un teatro, donde se pone más parlanchín y las salas, donde «me lo tomo como si fuera un Dj y lo que cuenta es la intensidad y que no paren de bailar». El concierto se transforma a partir de formato básico de trío rockabilly. Al contrabajo le acompaña Lere, que forma parte del Bombo Infierno desde 2012.
Cuando el público ve la instrumentación que llevan piensa que va a ir todo tranquilo, pero a la primera canción «la gente ya se peina un poco p'atrás; es puro rock and roll». Aunque sean instrumentos «de palo», como ellos los llaman, pero tratados para tener un volumen en el escenario. Instrumentos que son «los primeros con los que empezamos a hacer esta historia». El contrabajo se llama La Abuela y la guitarra de Jairo se llama La Cascarria. «Con ellos hemos grabado los discos y es incomparable poder tocarlos, aunque tengamos otros nuevos».
«Uno se hincha de dar vueltas para darse cuenta al final de que donde estaba, estaba bien». El escenario se termina convirtiendo en tu casa. «No me había dado cuenta de lo culpables que somos de formar tantas parejas en este país», dice. Público que a lo largo de estos años acaba viniendo con sus hijos. También le gusta ver cómo se suma público joven que nos conocen la propuesta desde sus inicios. Que ahora, con este formato, tengan lo posibilidad de conocer su historia armada con canciones le parece un honor.
En tres décadas, «vamos cambiando para no cambiar». Es como un ratón dentro de una bola, explica. «En nuestro caso hemos dado mil vueltas desde que empezamos, y la velocidad a la que van ahora las cosas es mucho más rápida». La música está vinculada a unas modas, unos cánones del mercado «que a veces te coinciden y a veces no». En su caso, han seguido fieles a su forma de hacer. Muchachito habla siempre en plural. Quien menos años lleva en el proyecto, suma veinte años. «Sin la gente del Orfanato, del equipo técnico, sería imposible estar todavía sobre la bola».
No puede elegir cuál es el mayor aprendizaje experimentado. «No tengo las llaves de nada y prefiero no tenerlas». A quienes empiezan siempre les da el mismo consejo, sobre todo a quienes tocan instrumentos frente a quienes se centran en la música digital: «Hay que hacer más que tocar; estar pendientes de los detalles, lo que hay detrás, lo que generas, quién te rodea», si quieren que este sea tu trabajo a largo plazo. «Intentar hacer siempre un entorno sano que se transmita a todo».
El Muchachito que se subirá al escenario en Santander será el mismo de siempre con un aviso para quienes se acerquen a escucharle de nuevas: «Muchas canciones de amor y muy pocas lentas». Un «ratico de alegría que os quiero llevar». Que no es poco.
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