Que les quiten lo bailao
Crónica ·
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Desde 1984 –por entonces, con el 'gabinete' Edi Clavo a la batería– lleva Malevaje dando guerraMás que tangos –algunos boleros, un vals, chanson française y hasta una ranchera– prometía Antonio Bartrina al comienzo del espectáculo. Y cumplirían, aunque no del ... todo, porque algo tiene este grupo que hace que, toque lo que toque, suene a Malevaje. Que es tanto como decir tango; castizo, sí, pero tango al fin y al cabo.
Desde 1984 –por entonces, con el 'gabinete' Edi Clavo a la batería– lleva este grupo madrileño dando guerra, y toda esa trayectoria repasarían en un concierto intenso y sentido, alternando canciones propias con clásicos inapelables: 'Cambalache', 'Esta noche me emborracho', 'Garufa', 'Maquillaje' Después de mucho tiempo de silencio, Bartrina tenía ganas de hablar, y lo haría de lo lindo: sobre el tango, sobre los nuevos formatos de concierto, todos sentados –que a él le va mejor, «que ya tenemos una edad», bromeó– y, sobre todo, lanzar dardos más que envenenados sobre la política, la economía o la sociedad. «Escribimos esto hace treinta años, pero sigue teniendo vigencia». Era 'Fin de mes': «No sé cómo consigo alcanzarle, no sé cómo consigo llegar…».
En un concierto que fue creciendo en intensidad, y que los asistentes seguían como embelesados, Bartrina planteó un recorrido cronológico por su discografía, pero siempre alimentando su propio malditismo, ahondando en la imaginería del género y haciendo gala de un humor envidiable. Puede que ya no tenga la misma proyección en la voz, pero mantiene el encanto canalla –hasta confundir persona y personaje– y ha ganado mucho en matices.
Con todo el morro del mundo –«como somos viejos, ya hacemos lo que nos da la gana»– siguió metiéndose al público en el bolsillo, mientras caían el prometido bolero, 'Alma mía', y una ranchera compuesta y cantada por su inseparable Fernando Gilabert –cofundador del grupo–, un hombre pegado a su contrabajo. Al otro lado del escenario, tanto al bandoneón como a la guitarra, estuvo soberbio Fernando Giardini quien, por cierto, toca con partitura.
Sin bises, a la hora y cuarto los músicos se despidieron, pero no por falta de éxito: en el vestíbulo estuvieron veinte minutos firmando discos, haciéndose fotos y conversando con los asistentes.
Poco antes, el punto culminante había llegado con su canción fetiche, el irónico himno ochentero 'Arroz blanco', que casi parece una poética del propio Bartrina, y no hace sino agrandar su leyenda. En especial cuando, en la canción, el crápula se cruza en la escalera con el vecino que va resignado al trabajo: «luego con paso cansino / Y la cabeza agachada / Se va pensando: ¡Qué vida! / Yo a currar y este de farra»; para cerrar luego con el corolario inapelable: «Que me quiten lo bailao». Pues eso.
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